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En los andenes de las zonas de bares en Bogotá, después de una noche festiva, ahora se ven junto al montón de colillas de cigarrillos y envases de bebidas, los cartuchos desechables de cigarrillos electrónicos o vapeadores. La sociedad de consumo cada vez hace más popular esta nueva manera de fumar y así mismo pronto veremos el impacto en la salud y en el medio ambiente.
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El tabaco es originario de América, específicamente de la región que comprende el sur de Estados Unidos, México, Centroamérica y Sudamérica. Se cree que la planta se originó en la región del Amazonas y el Orinoco hace más de 7.000 años. Los pueblos indígenas de América, como los mayas, aztecas, incas y otros lo cultivaron y utilizaron para fines ceremoniales, medicinales y sociales.
Se dispersó por todo el mundo después del descubrimiento de América por los europeos en el siglo XV. Los españoles y portugueses introdujeron el tabaco en Europa, África y Asia. Recuérdese que en la literatura y el cine western los indios Piel Roja le brindaban al invasor la “pipa de la paz”. Eso puede darnos una idea del gran significado que tenía para los nativos distintos al consumo sin fundamento en las sociedades modernas.
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En el siglo XVIII ya era popular en Europa fumar tabaco en pipas o en los narguiles árabes. En muchos retratos de pensadores y poetas se les ve orgullosos fumando su pipa; en Inglaterra, en el siglo XIX, los nobles esnifaban el rapé, que es tabaco en polvo, y empezó a popularizarse el puro, un cigarro grueso armado sobre la misma hoja de tabaco. También se vendía la picadura con la que el fumador armaba su cigarro envolviendo la viruta en papel de arroz, camino por el cual nació la gran industria de cigarrillos; ya se ven las damiselas fumando cigarrillos en largas boquillas; era casi una impronta del dandi el fumar en los encuentros de gala, y el escritor Oscar Wilde más de una vez resaltó la voluptuosidad del acto de fumar.
El siglo XX definitivamente es el siglo del tabaco. En las dos guerras mundiales el fumar fue el hábito para las treguas de los combates; políticos como Churchill se identificaban con un puro, y en Cuba los héroes de la revolución, Fidel Castro y el Che Guevara, lucían fumando un habano, que era el tabaco identificativo de la isla. Prospera entonces la producción industrial de cigarrillos; las multinacionales como la Philips Morris se encargan de popularizar sus marcas; el cine y la televisión serán las instancias apropiadas para inculcar masivamente el hábito como un glamur: las grandes estrellas, divas y galanes aparecen fumando, el agente 007, James Bond, incluso usa el cigarrillo no sólo en escenas íntimas sino como una de sus armas sofisticadas.
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El fumar cigarrillos era un glamur popular, la gente fumaba en los cafés, en la calle, conduciendo, incluso en los aviones. Hasta que los médicos advirtieron que muchas enfermedades pulmonares y el cáncer de garganta y en los bronquios eran causados por el humo del tabaco y particularmente por los gases emanados de la combustión de los químicos inherentes a la viruta de cigarrillos, con lo cual la OMS exige a los gobiernos leyes que regulen el fumar cigarrillos, y, en efecto se destinan lugares apartes para fumadores; se hacen campañas, que denuncian lo nocivo que es el humo del tabaco, tanto para el que fuma como para el que está al lado, y también se procura controlar el consumo con impuestos altos. Por lo visto, la disminución ha sido oscilante, pero las industrias cigarreras siguen prósperas y abriendo nuevos mercados.
Actualmente, los principales productores de tabaco son China, India, Brasil y Estados Unidos. Aquí, en Colombia, siguen sembrando tabaco en los Santanderes, aunque la industria colombiana de tabaco, Coltabaco vendió la Piel Roja, marca emblemática de cigarrillos nacional, a la Philips Morris que, junto con la British American Toobacco, son las que dominan oficialmente el mercado nacional, compitiendo con un montón de marcas asiáticas, incluidas las que entran de contrabando.
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Pero en el siglo XXI el auge de la electrónica no podía dejar por fuera los vicios y justamente los monopolizadores de las industrias cigarreras posicionan en el mercado toda una suerte de cigarrillos electrónicos, vaporizadores, esta vez con saborizantes e incluso sin humo (Heat-Not-Burn) y el Tabaco sin combustión (Snus). Es importante destacar que algunas de estas formas pueden ser más peligrosas que otras, debido a la cantidad de tabaco consumido y los productos químicos involucrados.
Me interesa subrayar en esta columna la manera de fumar que proponen estos nuevos instrumentos. Para empezar, el uso no es glamuroso, más bien parece furtivo, tapado con la mano como para no evidenciar el vicio, con más veras cuando la resina que contiene el dispensador no es nicotina sino marihuana, pues, por supuesto los cannábicos fueron de los primeros en aprovechar el sistema para ir oficializando el consumo público. Vale decir que investigadores de la salud ya han descubierto mezclas de las resinas con sustancias que las hacen más adictivas y seguramente ya se deben estar vendiendo otros psicoactivos como la cocaína fumable y, quién sabe, si algún día el bazuco. En fin, son los riesgos de entregar el libre desarrollo de la personalidad al antojo de la sociedad de consumo y a la ética del mercado.
Sobre el impacto ambiental de esta nueva forma de fumar, ya está visto que es una pila desechable y una capsulita de pasta no biodegradable que, a la postre, van a terminar en las cuencas de los ríos y en los mares, al igual que los filtros de los cigarrillos afectarán la vida subacuática. Mientras no cambiemos la noción de desarrollo, mientras el esnobismo y el consumismo irracional sean impulso de los hábitos, los placeres por voluptuosos que sean terminaran en lesiones a nuestra vida y a la del planeta.
