Opinión: ¿Proteger el ecosistema o apoyar la noción depredadora del desarrollo?

Como ciudadanos no desarrollamos sentido de pertenencia por el ecosistema que habitamos y, negligentes, permitimos la noción más depredadora del desarrollo y que los urbanizadores codiciosos impongan su negocio sobre los ecosistemas biodiversos que aún perviven en el altiplano.

Alberto López de Mesa
17 de junio de 2022 - 05:15 p. m.
Reserva Thomas Van Der Hammen GUSTAVO TORRIJOS
Reserva Thomas Van Der Hammen GUSTAVO TORRIJOS
Foto: El Espectador - GUSTAVO TORRIJOS

Si a bogotanos de cualquier estrato les preguntamos si conocen el arrayán, el corono o si alguna vez han visto un chamicero; un picocono rufo o el lagarto collarejo, el camaleón andino y la rana sabanera, o mamíferos pequeños como la musaraña, el curi y la fara reaccionarán estupefactos. Solo si son oriundos campesinos sabaneros, biólogos o naturalistas especializados, sabrán que son los nombres sonoros de especies de la flora y la fauna nativas de los cerros y las sábanas de Bogotá.

En realidad, nuestro sistema educativo no contempla la sensibilidad ambientalista, ni infunde la empatía con las especies naturales. El aprecio al entorno se resuelve apenas con el cariño a las mascotas o regando las matas domésticas por sugerencia de la abuela. Por lo mismo, como ciudadanos no desarrollamos sentido de pertenencia por el prodigioso ecosistema que habitamos y, negligentes, permitimos la noción más depredadora del desarrollo y que los urbanizadores codiciosos impongan su negocio sobre los ecosistemas biodiversos que aún perviven en el altiplano.

Soy amigo de Sabina Rodríguez Van der Hammen, nieta del geólogo Thomas Van der Hammen, quién estudió la fauna, la vegetación y las aguas subterráneas de la reserva natural, que hoy lleva su nombre. Por ella sé de los prodigios naturales de ese terreno, de 1.395 hectáreas, que integra los Humedales de La Conejera y Torca - Guaymaral, desde los cerros orientales hasta el límite del Río Bogotá. También conecta con el Bosque Las Mercedes, que fue declarado santuario de fauna y flora; el Bosque Las Lechuzas, y el Parque Ecológico Distrital de Montaña Cerro La Conejera.

Por ella también me enteré de los trajines de su abuelo para persuadir a los gobernantes y a las autoridades ambientales de la necesidad de proteger esa zona, explicando la conectividad que cumple entre los cerros orientales y el río Bogotá, exponiendo las virtudes del bosque sabanero que, desde sus varias especialidades, estudió y caracterizó.

Supuse que para convencer a los gobernantes bastaría el prestigio del científico colombo -neerlandés, más sus reconocidas investigaciones sobre páramos y selvas del país, pero, al respecto, Sabina me contó: “Alberto, pues, te diré que es toda una historia. La propuesta inicial de la Reserva la hizo mi abuelo en un estudio que le encargó la CAR, que terminó en una publicación que se llama Plan Ambiental de la Cuenca Alta del Río Bogotá. Ahí introdujo el concepto de estructura ecológica principal. Eso fue en 1997″.

“Luego, en el 99, en la primera administración de Enrique Peñalosa, cuando el alcalde presentó su propuesta de POT a la CAR, para la concertación ambiental, la entidad no estaba de acuerdo con la propuesta de urbanizar todo el borde norte de la ciudad y sustentó su postura en ese estudio de mi abuelo. Como no hubo acuerdo, la ley dice que resuelve el Ministerio de Ambiente. El ministro de esa época (Pastrana) era Juan Mayer, muy jugado con el tema ambiental.

“Creó un panel de expertos para tomar una decisión, en el que estaba mi abuelo, entre muchos otros expertos, no solo en temas ambientales. El panel recomendó la creación de la Reserva y la adoptó el Ministerio, que ordenó su declaratoria a la CAR. De ahí vinieron acciones jurídicas y la búsqueda de aliados. Ahí entra la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Universidad Nacional, entre otras. Y pues, ya un grupo robusto de expertos/as y científicas a favor del tema. Esa es la historia exprés.”

Fallecido el sabio, su familia y sobre todo Sabina, como abogada y por su compromiso irreductible con la vida natural de su ciudad, ha seguido en la lucha por defender la Reserva, consciente de que las mafias de la construcción no se rinden en su codicia y usarán cualquier vileza para urbanizar lo que para ellos es un lote promisorio para su negocio. Los empresarios capitalistas no ignoran las terribles consecuencias de la destrucción irracional de la naturaleza, pero su noción de desarrollo se basa en la rentabilidad, en el negocio, (plata es plata), y el inmediatismo de la ganancia omite la responsabilidad para con el biomundo.

Por ello, es preciso que la sensibilidad ambiental, la conciencia ecológica, debe enseñarse desde la niñez, hasta que el ambientalismo sea una cultura, y la relación de todos con las especies y los sistemas naturales sea un nuevo humanismo, la ética del amor al planeta.

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