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Todo en la vida depende de la perspectiva con la que se le mire y en la política esa es una verdad de apuño incontrovertible. Sin embargo, ningún otro ejercicio político puede generar tanta similitud entre la perspectiva de unos y otros, incluso entre quienes somos antagónicos, como el ascenso y desempeño del hoy presidente de la República, Gustavo Petro. Esta es mi perspectiva exprés sobre lo que pasa con el mandatario de los colombianos.
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Gustavo Petro es un político de izquierda, pero tradicional; de extracción popular, pero con la debilidad de procurar obtener ascensos sociales y lograr vivir como los burgueses de hoy. Lo intentó fallidamente al margen de la ley, pero ha venido lográndolo a partir del momento en que se reincorporó a la civilidad y dio continuidad a su profesión de burócrata, después de haber pertenecido al M-19, un grupo guerrillero urbano responsable de muchas muertes, secuestros y actos terroristas.
Aun cuando se pretenda reescribir la historia y responsabilizar a las fuerzas militares y de policía, a partir de sus inocultables y graves yerros operativos de lo sucedido en el Palacio de Justicia, fue el M-19 quién generó el holocausto ese fatídico miércoles 6 de noviembre de 1985. La sangre de los inocentes allí masacrados está impregnada en las manos de todas las mujeres y de todos los hombres -y los demás del género que se perciban- que hicieron parte del M-19.
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Retomando el hilo, el hoy presidente fue personero municipal y concejal de Zipaquirá, Cundinamarca. Después de su vida subversiva e ilegal, fue representante a la cámara, senador de la república, alcalde de Bogotá y, finalmente, presidente de Colombia. Lo que pone de presente, de una parte, su admirable persistencia y, de otra, que este es un país democrático como pocos, donde sus pobladores están siempre abiertos generosamente al perdón y olvido.
No obstante, la dialéctica del presidente se basa aún en el discurso extremo y trasnochado del marxismo y el leninismo, cargado de una gran dosis de fomento a la lucha de clases, la verdad es que la vida del mandatario está lejos de guardar la coherencia debida. El caso de Gustavo Petro, por ejemplo, dista mucho de la coherencia del también exguerrillero uruguayo Pepe Mojica.
Desde hace décadas el hoy presidente procura vivir como un típico burócrata, que imita la vida de los burgueses, con quienes hoy gobierna. Gracias a buena parte de estos, hay que reconocerlo, llegó a la presidencia de Colombia -muchos hoy arrepentidos-. Lo que, dadas las circunstancias por la que atraviesa el país, puede llegar a ser bastante positivo.
La llegada de Juan Fernando Cristo al ministerio del interior lo corrobora. Ya había otros burócratas afines a la burguesía actual en otras carteras y misiones diplomáticas, pero la aparición de Cristo es verdaderamente providencial para el gobierno Petro y, termino por creer, que para el país también, de cara a la insostenible incapacidad y falta de preparación del equipo de activista vinculados al gobierno durante estos dos años de mandato.
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Cristo se la está jugando duro. La apuesta es grande, porque no debe ser fácil ser ministro o funcionario de este gobierno, pero su probada capacidad, experiencia y reconocimiento es más que bienvenida para la gran mayoría de colombianos que preferimos estas cualidades, capacidad y experiencia sobre las propias de quienes solo saben abanicar al presidente.
