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Orellanas cultivadas en Usme: Óscar y de cómo el mundo fungi “salvó” su vida

Fungi Orellana es el emprendimiento de un campesino usmeño que se convirtió en el “zar de las orellanas”, en la zona rural del sur de Bogotá.

Juan Camilo Parra

02 de marzo de 2025 - 08:00 p. m.
Campesino de la vereda Chiguaza, en Usme.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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En sus manos, Óscar Sechagua, campesino usmeño de 34 años, sostiene y admira una ligera bolsa plástica transparente, que contiene lo que parecen ramas y raíces. Unas 200 de esas mismas bolsas cuelgan a su espalda, formando hileras que llenan una caseta adecuada para ese fin. Lo que a la vista parece un compuesto vegetal sin mayor relevancia, para este productor significa alimento proteínico vegetal y el resultado de años como autodidacta, conociendo un mundo poco explorado en la ruralidad capitalina: el reino fungi o de los hongos. Hoy es el principal cultivador y productor de unas enormes orellanas, que seducen el mercado emergente, proporcionando una opción agrícola a toda una vereda, que le apuesta a la fungicultura.

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Vereda en la localidad de Usme en la que habitan 200 familias que cultivan diferentes productos.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Sobre cómo pasó de ser un constructor sin oportunidades a una especie de ‘zar’ de las orellanas, Óscar destaca su origen campesino, en la vereda Chiguaza, a pocos kilómetros de Usme Pueblo. “Soy hijo de campesinos de aquí y trabajé en agricultura hasta los 19 años. Después trabajé en la construcción por 12 años hasta que un día quise hacer algo distinto”. Alguna vez escuchó que sembrar hongos era posible y que era una actividad de mínimo impacto para el ecosistema, en la que podía aplicar sus viejos conocimientos del campo.

Pleurotus ostreatus

La orellana, pleourotus ostreatus, se caracteriza por su forma de ostra, su gran tamaño y ser una de las setas u hongo comestible de mayor consumo en el mundo junto al champiñón y el shiitake. Es considerada una “mina de oro nutricional”, al ser un superalimento proteínico, que proporciona las vitaminas esenciales, fibra, minerales y beneficios para la salud. Para cosechar estas setas es necesario un sustrato orgánico y un proceso que permite que florezcan los hongos.

Vereda en la localidad de Usme en la que habitan 200 familias que cultivan diferentes productos.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Para Óscar, una taza de chocolate le reveló el camino a seguir, recuerda sorprendido. Inicialmente experimentó con el champiñón, incluso pidió préstamos para poder cimentar lo que pensaba sería un buen negocio. Consiguió las semillas y aprendió el proceso, pero “nunca vi un champiñón. Fue un desastre. Me desilusioné, a tal punto, que pensé en tirar la toalla. Perdí mucho e, incluso, pensé en quitarme la vida”, señala a El Espectador. Luego, sentado en una cafetería, vio en el fondo de la taza cómo el cuncho de chocolate formaba la figura de un hongo. “Suena chistoso, pero me hizo seguir averiguando y a encontrar la alternativa que fue la orellana”.

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Sembró 140 bolsas, de las cuales 133 se contaminaron. “Solo siete produjeron, pero fue una maravilla. Recuerde que nunca logré ver un champiñón, pero el ver la orellana me dio esperanzas”. Así mejoró el proceso de cultivo, lo hizo más limpio, orgánico y adecuado posible. “El compostaje es hecho de tamo de arroz y viruta de madera. Si lo quiero enriquecer, utilizo la tusa del maíz. También se puede usar la cáscara de frijol, la cáscara de la oreja, o sea, productos que se consiguen aquí en la región fácilmente”.

Campesino de la vereda Chiguaza, en Usme.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Óscar creía que el problema era producir y que comercializar sería la parta fácil y agrega que, ahora que sabe el método, la ecuación se revirtió. “Llegamos a cosechar 500 kilos semanales, pero no había mercado para esa sobreproducción. Buscar un mercado para esa cantidad fue tocar muchas puertas, dar a conocer el producto que, por fortuna, ha tenido buena acogida”.

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Tan buena ha sido la acogida, que ya son al menos siete familias las que producen orellanas en ese sector. Además, su consumo ha aumentado en toda la vereda. Entre ellos, destaca David, un joven con discapacidad que encontró su camino en el reino fungi. “Estoy agradecido con este conocimiento, ha cambiado mi vida, para personas como yo, es una gran oportunidad poder cuidar de estos cultivos, ver resultados y aportar a la localidad”.

“Respondemos a un cambio de alimentación. Una alimentación sana, que disminuya el consumo de la carne por un producto igual de proteínico, que tienen también beneficios, con un impacto ecológico que no se puede comparar al sacrificio animal”, añade Óscar.

David, es un productor que aprendió de Óscar sobre el cultivo de orellanas. Vereda en la localidad de Usme en la que habitan 200 familias que cultivan diferentes productos.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Las orellanas se venden a intermediarios como plazas de mercado, restaurantes y clientes fijos. “Hay de todo un poquito y, lógicamente, que para cada clase de mercado hay variación en el precio y en la cantidad de producto adquirido”. El kilo de orellana se vende entre $24.000 y $26.000. La bandeja, equivalente a medio kilo, oscila en $13.000. “En Carulla le cobran $30.000 por esa bandeja”, señala Óscar.

Para el año 2030, la Federación Nacional de Fungicultores proyecta que la producción de hongos comestibles sea reconocida como una economía que influye en el país, incentivando la creación de empleo, la producción de alimentos saludables y la exportación de setas, generando utilidades para los fungicultores en las diferentes regiones.

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Vereda en la localidad de Usme en la que habitan 200 familias que cultivan diferentes productos.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Los procesos de cultivo de Óscar empezaron a hacer parte de programas de fortalecimiento de unidades productivas, de la secretaría de Desarrollo Económico. ”El sueño es que Fungi Orellana crezca; tenga un impacto positivo en la región, y sea ejemplo de lo que puede producir nuestro campo, que no es fácil, pero estamos llegando a un mercado que será fundamental para la sostenibilidad”.

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Por Juan Camilo Parra

Periodista egresado de la Universidad Externado de colombia con experiencia en cubrimiento de orden público en Bogotá.jparra@elespectador.com
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