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“Qué callen los fusiles”: el horror de una guerra que obliga a huir

Esta es la historia de una familia que llegó a Bogotá, tras las amenazas en medio del conflicto armado que se vive en el Catatumbo. Están cansados de una guerra, que conocen niños. Ahora están en una selva de cemento, donde están obligados a comenzar otra vez de cero.

María Angélica García Puerto

23 de enero de 2025 - 06:00 p. m.
“Me gritaban y yo me les alcé: ‘a mí no me griten’. Porque ustedes tienen un arma, no piensen que me pueden humillar”, Natalia*
Foto: Mauricio Alvarado
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José*, de 30 años, y su esposa Natalia*, de 27, alzan la mirada para responder cómo era su hogar. Ese que construyeron con trabajo y esfuerzo, en donde las montañas de una de las veredas de Hacarí (Norte de Santander), los cobijaba. Allá no había paredes que limitaran a los niños en dónde correr o jugar y el sonido de la cascada, sumado al canto de un gallo, acompañaba cada amanecer. Esa libertad, ahora, se ve reducida a una habitación de hotel en Bogotá, donde duermen junto a sus tres hijos de 2, 7 y 11 años.

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“Era una vista hermosa. Se respiraba tranquilidad. Desde mi casita, esa que levantamos con un préstamo de banco, se veía el paisaje. Tenía dos cuartos, un baño, cocina y sala. Criábamos gallinas, puercos y pollos. Me dedicaba al hogar y el 20 de enero tenía previsto preparar a mis hijos para entrar al colegio. Mi esposo estaba trabajando para conseguir los cuadernos”, cuenta Natalia.

Ellos hacen parte de las casi 30 familias (70 personas) que han llegado a Bogotá desde el pasado fin de semana, víctimas del desplazamiento forzado en el Catatumbo, según la Consejería de Paz, Víctimas y Reconciliación, entidad distrital encargada de garantizar la subsistencia mínima, a través de la atención humanitaria, a quienes lleguen a la capital por razón de algún hecho victimizante en medio del conflicto armado.

“Quienes se desplazan a Bogotá son personas con recursos para hacerlo de inmediato; que cuentan con una red de apoyo, o están amenazadas, como está pasando con los firmantes de paz”, dijo la consejera, Isabelita Mercado.

Precisamente, José, en su calidad de reincorporado, fue víctima junto a su familia de amenazas, que terminaron por obligándolos a huir. Su esposa rememora que antes los actores armados ilegales se les veía pasar, “como perro por su casa” y hacían parte de la normalidad, pero el 16 de enero la historia se partió.

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“Yo estaba trabajando recogiendo café y cacao, cuando mi esposa me avisó que no llegara porque estaban buscándome y cómo pude, me salí. Me fui con lo que tenía puesto. Duré dos días de monte a monte por miedo de salir a la carretera. Finalmente, llegué al pueblo, tomé un carrito y me vine hacia Ocaña”.

Natalia, por su parte, tiene otros recuerdos. Narra que estaba haciendo el almuerzo cuando cuatro hombres armados irrumpieron en su casa de manera amenazante a las 9:30 a.m. En su brazo, tenían brazaletes del Eln. “Llegaron buscando a mi esposo. Les dije que estaba trabajando, ¿qué pa’ qué lo necesitaban? Y pues me dijeron que lo venían buscando porque él era de la reincorporación. Les respondí que él ya nada tenía que ver con eso, ya él está es trabajando. Me dijo que no le importaba porque después de haber sido revolucionario se había vuelto gobiernista. Qué tenía que salir a las reuniones en Hacarí”.

Ante la mirada de sus tres hijos y de una niña vecina, que lloraba sin consuelo, los guerrilleros empezaron a revolver su casa. A pesar del miedo, su sentido de madre, generó una especie de escudo de valentía. “Me gritaban y yo me les alcé: ‘a mí no me griten’. Porque ustedes tienen un arma, no piensen que me pueden humillar. Pueden buscar lo que sea que ahí no van a encontrar nada. No debemos nada. Ustedes son los que traen esa idea”, cuenta.

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No duraron mucho tiempo tranquilos, cuando volvieron a regresar. “Quizá para ver si mi esposo ya había llegado. Me preguntaba que él dónde estaba trabajando, pero no les iba a decir. Duraron como media hora cuando arrancaron y finalmente se fueron. Y entonces yo le avisé al patrón de él”.

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Rápidamente la comunidad se enteró de lo sucedido y, aunque ella no quería, buscaron a los del Eln para confrontarlos sobre el porqué era el conflicto. Pero la respuesta fue hostil. “‘Nosotros no vamos a recibir aquí a ninguno. Queremos es sacar a esa gente’, dijo ese muchacho. Y para amedrentarnos, tiraron tiros”. Ese día, les comunicaron de las restricciones que iba a haber: después de la seis de la tarde nadie podía salir de sus casas y solo podían caminar 100 metros de un lugar a otro, “o nos decían que nos dejaban ahí”.

La travesía

Tras ese convulso 16 de enero, Natalia y sus tres hijos pasaron la noche en casa de sus padres. Al siguiente día, en medio de la zozobra, sacó la ropa necesaria y los documentos de todos, para emprender el camino a las 10:00 a.m., con la angustia de no saber nada de José. En el camino otros hombres armados le preguntaron que qué estaban haciendo, que ellos no estaban corriendo a nadie. “Y les dije, ¿entonces qué es esto? Uno no aguanta, porque ha pasado, que no encuentran al esposo y rematan a la familia”. Los ilegales solo le dijeron que si se iban no podía volver.

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El monte fue su camino hasta que llegaron a otra vereda, donde un carro los llevó hasta Hacarí. Allí el sacerdote, el personero y el alcalde los recibieron. Natalia llamó a su esposo y siguieron rumbo a Ocaña para el reencuentro. “Agradecí a Dios que nos sacó con vida”, recordó José.

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Durante la conversación sobre qué hacer, un amigo de José le dijo que vinieran a Bogotá y le ayudaba a conseguir trabajo. no lo pensaron y llegaron el domingo 19 de enero. “Ya había establecido contacto con la ARN y de ahí contactaron a la Procuraduría y la Consejería Distrital”.

Comenzar de cero

La pasión de José es el fútbol. Incluso en la entrevista, llevaba la camiseta de su equipo de la vereda que representaba y con la que quedó en cuartos de final jugando como mediocampista. En marzo, estaba planeado realizar un nuevo campeonato, por eso tenían proyectos este año de vender empanadas, buñuelos, peto y bolis, que sirvieran para arreglar su “rancho”, como ellos dicen, e inscribirse en el torneo.

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Por eso, sus sentimientos, al ver que cambió su vida cambió por completo sin planearlo. “Uno se siente triste porque es dejar la tierrita que lo vio crecer a uno, la casita, la moto, dejar todo eso botado. Y llegar aquí donde uno no conoce, le cae duro”, dice Natalia mientras se crea un silencio para darle paso a las lágrimas. “Es duro. Dejar todo abandonado. Comenzar de cero sin nada. Estamos viendo que nos tiene Dios preparado de aquí en adelante”, comenta con la voz entrecortada, José.

Aunque no es la primera vez que se desplazan, sienten que esta vez es definitivo y que Bogotá es esa ciudad donde empezarán de cero su vida. Su fe está en Dios y su principal motivación en sus hijos. Su mayor tesoro y regalo. Ambos tienen un mensaje claro a los actores armados y José, más que nadie, sabe que siempre el camino, será la paz. “Qué cesen los fusiles. Qué busquen el camino del diálogo. Es una guerra absurda que solo se van a financiar los grandes”. “Aunque ellos digan que luchan por un pueblo, es pura vaina, porque hacen desplazar al pueblo de sus tierras. Entonces mi mensaje es que cese el fuego y no haya más derramamiento de sangre”, concluye Natalia.

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La crisis humanitaria en el Catatumbo, producto de enfrentamientos entre el ELN y las disidencias de las FARC, dejan con corte al 22 de enero, 36.139 personas desplazadas forzosamente; 6 firmantes asesinados, 7 desaparecidos (2 liberados), y 102 desplazados; falta de alimentos, insumos de higiene y colchones y demás, según reporte de la Defensoría del Pueblo.

En Bogotá, la Consejería para la Paz, las Víctimas y la Reconciliación cuenta con seis Centros de Encuentro para las Víctimas y dos puntos de información en las Terminales Norte y Salitre. La atención inicia una vez las personas rindan testimonio ante la Procuraduría que luego envía a la Unidad de Víctimas para que en un tiempo aproximado de seis meses evalúen si será o no incluida en el Registro Único de Víctimas.

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Es entonces que el Distrito entra en ese tiempo, para brindar una ayuda inmediata con orientación jurídica y psicosocial, medidas de alojamiento, alimentación, kits de cocina o aseo, articulación con salud, educación, integración social y demás, hasta que entren a la ruta nacional que les garantice una seguridad alimentaria y de alojamiento.

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*Los nombres fueron cambiados por seguridad.

Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.

Por María Angélica García Puerto

Cubre temas de seguridad, primera infancia, educación, movilidad, derechos humanos y género.@_amariag
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