Entender las circunstancias que conducen a una mujer -o cualquier persona- a llevar una vida delictiva, debe pasar por sumergirse en la complejidad, a veces lacerante, que termina develando entornos plagados de violencias que se reproducen en contra de las mujeres. La historia de cómo Karen Sofía Angarita llegó a la URI de Puente Aranda y escribió un capítulo de un libro presentado en la FILBO 2025, comenzó a sus seis años.
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A esa edad la trajeron del campo a Bogotá, una ciudad en la que “permanecía sola todo el día” cuando no era agredida por su familia. Duro presagio de lo que tendría que atravesar los siguientes días de su vida.
Hace siete meses le hicieron un allanamiento a su apartamento, la capturaron y desde entonces permanece en la URI, junto a otras 144 mujeres. “No sabía lo que estaba sucediendo, pero de hecho me quedó claro que todo lo que uno hace en la vida, se paga”, explica Karen desde su celda, desde donde este 8 de mayo pasó su cumpleaños 35.
En la URI de Puente Aranda, que se supone temporal, hay cuatro celdas para mujeres. En la que está Karen se encuentran 48, así como en otras tres. “En otra celda transitoria, en este momento hay 35. Son celdas supremamente pequeñas donde hay mucho hacinamiento, todas dormimos en el piso, están las que lloran; las que gritan; las otras están deprimidas; o a las que condenaron a tanto tiempo; la que sí es inocente; la que es culpable. Hay unas durmiendo afuera en los pasillos”, añade.
A esto Karen le suma la impotencia de no ver a sus hijas, una mayor de edad y otra de 8 años. Por todo lo anterior, los entes institucionales acompañan a las reclusas en miras de cuidar su salud mental y empoderarlas con herramientas como alternativas a la vida delictiva. En uno de esos ejercicios, la subsecretaría de Acceso a la Justicia de la secretaría de Seguridad impulsó un programa para que doce reclusas escribieran un libro que titularon ‘El Eco del olvido’, de más de 140 páginas:
“para nosotras escribir fue como gritar y hacer eco de un olvido al que nos sometieron; muchas personas nos olvidaron, nunca nos escucharon, pero aquí, tuvimos la oportunidad”, dijo Karen a El Espectador.
“Resiliencia de una mujer rota”
Es el capítulo 2 del libro, y habla del cómo llega a una mujer a “romperse” y adquirir una inexplicable fuerza para reunirse y seguir adelante. Karen cuenta cómo desde pequeña sufrió abusos y soledades. “Permanecía sola todo el día, mi mamá trabajaba de 7:00 am a 12:00 pm y nos dejaban encerrados, mi hermano se escapaba por un poste todo el día y al llegar la noche ponía una escalera para ingresar”, narra allí la escritora.
“Con el pasar del tiempo, cuando tenía 11 años, mi tío abusó sexualmente de mí, recuerdo mucho ese día, era una mañana fría, yo me encontraba sola cuando todo sucedió, nunca pude hablar con nadie, pues, como siempre, no tenía con quién. A mis 12 años mataron a mi tío al frente mío, aún no sé si fue casualidad, destino o justicia divina”. Cuando el atacante le iba a disparar a Karen, el revolver “se le encasquilló”, huyó, se salvó, pero las violencias no pararon.
Era una adolescente de 15 años cuando tuvo su primera hija. El día del parto una desconocida firmó los papeles porque nadie la pudo acompañar. El padre de la niña era problemático y un día, caminando en la calle, involucró a la madre en un hurto a una pareja. “Yo quedé en shock, me puse pálida, no me podía mover, me decía “escúlquelos”, búsqueles el celular, me gritaba “veo despierte marica”. Sin saber que ese día iba a ser el inicio de mi vida delincuencial”.
A los 18 años estuvo en la cárcel El Buen Pastor. Salió tres años después a darle mejor vida a su niña, se volvió cajera y una noche, llegando a su casa, la atracaron: “un 7 de diciembre, la vida me volvió a cambiar: dos personas, una mujer y un hombre, ellos me iban a atracar, el muchacho me pegó un cachazo en la cara por robarme el celular”. Por este hecho, casi queda ciega y tuvieron que pasar cirugías y un “milagro” para no perder “la luz”. En medio de esto, crecía la precariedad y las oportunidades eran pocas. Karen se reencontró con un amigo que la ayudó económicamente, pero quien resultó ser ‘apartamentero’.
“Me enamoré profundamente de él, él me enseñó que era el verdadero amor, me respetaba, me cuidaba, estaba pendiente de mí y de mi hija, era mi amigo, mi compañero de vida”, cuenta que vivieron juntos y tuvieron una hija, la menor de sus dos niñas. “Estuve con él durante 7 hermosos años, donde compartimos muchas experiencias, donde aprendimos el uno del otro y nos apoyábamos en todo momento hasta que me lo arrebataron, a él lo mataron por robarlo”.
Tras ser hospitalizada y afrontar la depresión desatada por la pérdida, con dos niñas, una tarde consiguió un destornillador y volvió a delinquir, para comenzar de nuevo. Y lo hizo, “no con orgullo”, pero pudo reconstruir lo suficiente para intentarlo de nuevo. Fueron casi dos años fuera del mundo delictivo, con sus dos hijas, hasta la tarde del allanamiento, en la que fue capturada y trasladada a la URI de Puente Aranda, desde donde contó su historia.
Contra el olvido
El libro ‘El Eco del Olvido’ fue presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá el miércoles 7 de mayo. En él no solo escribe Karen, son otras once mujeres más: Carlina Diaz Portela; Clara Milena López Ortega; Deicy Milena Torres Sánchez; Estefanía Correa Sánchez; Germary Karina Medina Landaeta; Karleydy Alejandra Muñoz Arévalo; María Zoraida Silva Silva; Martha Cecilia Portela; Nury Sully Naidu Castillo Hernández; Olga Nathaly Ospina Huertas; Yaismin Ríos Sandoval. El libro y programa fue liderado y compilado por las psicólogas Ana Gabriela Ruiz y María Paula Carantón.
Lina María Toro, subsecretaria de Acceso a la Justicia, escribió en el prólogo, sobre esta obra: “más allá del concreto frío y las rejas que separan, más allá del eco hueco de los pasillos y el peso invisible de las horas, existe un universo de palabras como puerta entreabierta a mundos silenciados”.
Las palabras han sido para Karen y las otras once reclusas una salida. Hay otras: “los talleres con las psicólogas Gabriela y Paola son de gran ayuda. Nos brindan ayuda psicológica, nos dan talleres, por lo menos a mí en estos 7 meses y medio que llevo acá he aprendido a hacer jabones, he hecho cursos de maquillajes, de pizza, de galletas. Yo nunca me imaginé llegar a hacer un jabón”.
Karen aceptó cargos por uno de los eventos que generaron su captura; otros más fueron desestimados al ser confundida por otra mujer. Después de todo esto, dice al final del capítulo: “todos los actos traen consecuencias, desafortunadamente a las personas que tenemos antecedentes nos juzgan mucho más fuerte por los errores del pasado, pero sé que nunca es tarde para iniciar, yo siempre he sido una mujer fuerte y he mantenido la frente en alto, voy a luchar por mis hijas porque ellas solo me tienen a mí”.
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