El viejo problema de los piques ilegales en Bogotá, en esta oportunidad, tiene desesperados a los vecinos de los barrios aledaños a la avenida Circunvalar, quienes exigen a las autoridades soluciones para detener esta actividad que, por lo general, se está desarrollando a altas horas de la noche. El ruido de las motos modificadas y el miedo de transitar por este corredor los ha llevado a alzar su voz de protesta para encontrar una solución.
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Cada tanto, por las paredes y ventanas de las viviendas se cuela un zumbido estentóreo de los vehículos, que se hace más intenso por la quietud de la noche. Los vecinos, al percibir el ruido, se asoman por la ventana para divisar la misma escena de siempre: caravanas de motos deambulando a altas velocidades.
El fenómeno de los piques ilegales en Bogotá es casi tan antiguo como el tiempo que llevan de construidas las autopistas y corredores de alta velocidad en Bogotá. Propietarios de carros y motos, por igual, se dan cita para demostrar su destreza al volante y dar rienda suelta a la segregación de adrenalina, al cabo que el velocímetro y las revoluciones aumentan.
Al ser Bogotá una ciudad con una capacidad vial limitada y con uno de los tráficos más densos y lentos del mundo, los amantes y organizadores de estas competencias clandestinas optan por realizarlas a elevadas horas de la noche e, incluso, a la madrugada, para dar rienda suelta a su pasión. De manera tal que, al filo del alba, cuando la mayoría de los ciudadanos descansa y las autopistas son senderos despejados, es cuando surgen los piques ilegales.
Pese a no ser una situación nueva, esta actividad volvió a ser noticia luego de un plantón que adelantaron los indignados vecinos de barrios aledaños a la Av. Circunvalar. Moradores de Chapinero alto, Bosque Izquierdo, La Macarena y hasta La Perseverancia se dieron cita en la Universidad Distrital, para protagonizar la protesta. Por cerca de dos horas, bloquearon la movilidad de este importante corredor, al no tener otra vía para ser escuchados.
Por varios años, su tranquilidad ha sido perturbada por el ruido incesante que producen las motos al deambular a alta velocidad en cercanías de sus viviendas. Líderes vecinales aseguran que llevan años elevando derechos de petición, denuncias formales y cuánto trámite existe para conseguir la atención de las autoridades. Lamentablemente, nunca se obtuvo respuesta.
No fue hasta las primeras semanas de 2025, cuando la cantidad de motos participantes en estos piques alcanzaban casi el centenar y la situación se hizo insostenible. Esto llevó a los vecinos a protestar. “Al principio éramos 10 personas, del barrio La Macarena, pero luego nos dimos cuenta, en el momento del plantón, de que teníamos casi 100 personas de otros barrios, que también estaban padeciendo el problema con las motos”, menciona Ferney Garcerá, líder vecinal del barrio La Macarena.
Garcerá considera que las perturbaciones a la salud y a la tranquilidad de los vecinos por cuenta del ruido de las motos ya alcanzó un tope máximo. “Estas motos hacen mucho ruido cuando pasan y es porque están modificadas, no porque sean de alto cilindraje. Entonces ese ruido perturba la tranquilidad y genera molestias en la salud de los vecinos, explica.
En efecto, una motocicleta con el mofle (mal conocido como “exosto”) modificado, ya sea con un sistema conectado hasta el motor o únicamente con el escape, genera un ruido superior entre los 55 y los 60 decibeles (dB). Esta cantidad puede crecer de manera exponencial, cuando son casi 70 motos modificadas circulando por la avenida circunvalar al tiempo.
Dicha proporción de ruido supera, por mucho, el límite de 50 dB que recomienda la Organización Mundial de la Salud, perturbando el sueño y generando, incluso, complicaciones asociadas a la sordera, alteraciones cardíacas y lesiones neurodegenerativas.
Este problema se hace todavía más complejo si se tiene en cuenta la hora en la cual se producen los piques, que es cuando todos los vecinos descansan, no solo de sus trabajos, sino del ruido del tráfico que se produce durante el día, el cual también es de casi 70 dB.
Operativos y zonas críticas
Al revisar la hemeroteca sobre el tema de los piques, uno de los titulares más frecuentes es el de: “autoridades incrementan los operativos contra los piques ilegales”. En el cuerpo de la noticia, además, se contempla un suceso de tipo traumático: un siniestro, un video que se hizo viral o, para este caso, un plantón de vecinos, como principal catalizador de la acción distrital.
De hecho, aparte de la acción ciudadana en la Av. Circunvalar, la noticia más reciente sobre este fenómeno data de agosto del año pasado cuando un taxi que participaba en uno de estos eventos chocó y volcó a otro vehículo, en el cual se movilizaba toda una familia.
En aquella oportunidad, la Secretaría de Movilidad anunció esfuerzos para controlar los piques, y la imposición de 35 comparendos a conductores que fueron sorprendidos en este tipo de competencias ilegales. Cinco meses después, cuando los piques de la Circunvalar mermaron la paciencia de la ciudadanía, el Distrito volvió a endurecer los operativos.
En el último de ellos, a raíz del último suceso, fueron inmovilizados 12 vehículos y se tramitaron 65 comparendos. Sin embargo, tal y como denuncia el líder del barrio La Macarena, más se demoran los operativos en realizar su despliegue, que las organizaciones detrás de estos piques en buscar otro lugar para continuar corriendo, mientras la marea baja en determinado punto de control.
Otros corredores como la Calle 26; la avenida Boyacá, entre avenida Suba y 183 o las avenidas calle 13, Las Américas y Ciudad de Cali también han sido identificados por las autoridades como las zonas predilectas para este tipo de eventos clandestinos. Pero, incluso, ya en vías más pequeñas, en donde están los barrios residenciales, también se sienten los alcances de estas competencias.
Vecinos del barrio Estrella del Norte denunciaron a este diario que la bahía de su barrio se ha convertido en escenario de carreras ilegales y comportamientos que hacen que vivir allí sea para muchos “una pesadilla”. Lo anterior, por cuenta de lo que ellos consideran irrespeto al espacio público, pues dicha bahía está siendo usada también para parqueo de vehículos y secado de carros, que son lavados en un establecimiento cercano.
De hecho, a raíz de esta situación, el concejal Andrés Barrios llevó la situación al cabildo, afirmando que las denuncias fueron recogidas por el concejal de Bogotá, Andrés Barrios, en sus recorridos por esta zona. “En la zona hay un lavadero de vehículos, pero, ojo a esto, el secado de los carros se realiza por parte de los mismos clientes en plena calle. Los vecinos señalan que esto trae consigo exceso de ruido, dificultades de movilidad y afectación a la comunidad”.
Por otro lado, vecinos de barrios como Modelia y Perdomo denuncian que las inmediaciones de sus barrios se convierten en escenarios de música a alto volumen, consumo de alcohol y otro tipo de sustancias, además del bullicio que generan, tanto carros particulares como motos, al momento de picar.
¿Libertad o irresponsabilidad?
Cabe destacar que en la ciudad hay espacios legales para realizar estos ‘piques’, que son promovidos, por ejemplo, por clubes deportivos e instancias de participación reconocidas, que incluso cuentan con una organización y precios para participar. El valor de participación a estos eventos no excede los $300.000 en promedio y suelen tener, como escenario, el autódromo de Tocancipá, dotado de 200 metros de asfalto y la infraestructura necesaria para los amantes de la velocidad.
Esto, sin embargo, parece no contentar a la mayoría de motociclistas que participan en piques clandestinos. El Espectador tuvo la oportunidad de hablar con Jairo*, participante habitual de estos encuentros y a quien, incluso, le fue inmovilizada una de sus motos durante los operativos de las últimas semanas.
Jairo defiende su práctica, argumentando que en la ciudad no hay más espacios designados para realizarla y que, las existentes, son “competencias excluyentes, muy costosas, a las que no todos tenemos acceso. No es solo el precio de inscripción, a las motos toca hacerles ciertas adecuaciones, a veces piden pólizas adicionales a las que incluye el precio de entrada, y en todo eso se pueden ir $500.000 o hasta más”, asevera.
Menciona, además, que en este tipo de encuentros, o piques, se forja un ambiente de comunidad motera y que, algunos de sus participantes, incluso, participan en redes de seguridad cuando no están compitiendo.
“Nosotros somos personas de bien, conozco gente que presta su moto para recuperar vehículos robados, atrapar ladrones, escoltar ambulancias. Pero nos apasiona este mundo, la velocidad, y solo nos reunimos para “candelear” (manejar a alta velocidad) y pasarla bien”. Cuando se le pregunta por las molestias generadas a la comunidad, Jairo reconoce que las motos modificadas pueden ser un dolor de cabeza y hasta se excusa por sus compañeros que las usan.
“No somos todos, pero uno entiende que puede incomodar a las personas. Pero, de todos modos, la culpa no es de nosotros, sino de la Alcaldía, que nunca se sienta con nosotros para encontrar soluciones o alternativas donde podamos hacer lo de nosotros sin molestar a nadie”.
Otros moteros que organizan estos piques le contaron a El Espectador que han optado por delimitar zonas para organizar las carreras clandestinas. “Nos vamos a las afueras de la ciudad, en Bosa, Soacha, en donde hay vías inconclusas y sabemos que no molestamos a nadie. Esto de todos modos, es un deporte, y por eso pedimos que nos den lugares para no molestar a los demás. Solo es cuestión de que nos pongan unas ambulancias y listo”, señala otro de los conductores.
Paralelamente a lo anterior, insisten en que el correr o no en estas carreras es “parte de nuestra libertad y nosotros asumimos cualquier tipo de daño hacia nosotros y nuestros vehículos, por eso pedimos lugares para practicar nuestro deporte”.
Esto, sin embargo, queda en entredicho por las cifras de siniestralidad. En medio de los innumerables retos al administrar una ciudad se posiciona uno que preocupa: la siniestralidad vial. En los últimos años vienen aumentando los muertos y heridos en Bogotá por accidentes de tránsito, afectando las estadísticas de seguridad y ejerciendo presión sobre el sistema de salud. El año pasado, por ejemplo, cerró con 543 víctimas fatales (en promedio, una cada 16 horas), cifra que representó un incremento del 32 % frente al 2020, cuando se registraron 364.
En Bogotá, por ejemplo, el 42 % de los vehículos exceden el límite de 50 kilómetros por hora. El porcentaje aumenta cuando se analiza a los motociclistas: 60 % va por encima. Para Andrés Vecino, investigador de la U. Johns Hopkins, la correlación entre el exceso de velocidad y muertes de motociclistas es común con otras ciudades de la región. “Al comparar datos de 2022 y 2023 hallamos que donde aumentó el porcentaje de motociclistas que exceden la velocidad, también lo hicieron las muertes, como en Quito (Ecuador), Guadalajara (México), y Campinas y Recife (Brasil)”.
Para hacernos a una idea, basta con comparar a Bogotá con Buenos Aires. Mientras la capital colombiana reporta una velocidad promedio de 46 km/h y una tasa de fatalidades del 7,1, en la capital argentina es de 38 km/h y 3,6. “El límite de velocidad no es aleatorio, sino que se define con base en preceptos técnicos. La evidencia muestra que hay 60 % de probabilidad de morir tras un choque a 50 km/h y aumenta a 90 % si la velocidad es de 60 km/h”.
Cuando las ambulancias recogen a los heridos, para llevarlos a un hospital, la siniestralidad vial se convierte en un asunto de salud pública. En especial, al conocer que en los últimos tres años cada vez llegan a los pabellones de urgencias más fracturados, mutilados y lesionados graves después de un accidente de tránsito. Según cifras de la Secretaría de Salud, mientras en 2020 llegaron 406 heridos, en 2022 fueron 630, la más alta de los últimos 4 años. Las estadísticas de 2023 no fueron mejores: 622 heridos, ocho por debajo del año anterior.
Más allá de una eventual carga para el sistema, el secretario Gerson Bermont expone un drama todavía peor, y oculto tras las estadísticas. “Aquí estamos hablando de personas que pierden la posibilidad de ir a buscar su sustento diario y deben ser atendidos por sus familiares durante el periodo de incapacidad”. Por todo lo anterior, el jefe de cartera anunció la creación de un contingente articulado con las secretarías de Movilidad y de Cultura, para formular acciones preventivas que reviertan esta situación.
Alternativas y diálogos
Ferney Garcerá afirma que su pelea no es necesariamente con los moteros, sino que hace faltan mejores y más acciones de parte de la alcaldía. “La mayoría de estos participantes de piques clandestinos son jóvenes entre los 18 y 25 años que ven en esto una escapatoria para una otra serie de problemas sociales. Aquí lo que se necesita es concertar, en mesas de diálogo, una oferta cultura u otro tipo de propuestas”, apostilló.
Jhon, otro motero que organiza rodadas de manera ocasional con su grupo, optó por retirarse de la circunvalar en atención a las molestias generadas y a la falta de parqueaderos para las motos, lo cual, incluso, propiciaba el hurto de vehículos. Empero, bajo la misma línea de Jairo, opina que la Alcaldía debe designar otros corredores para evitar roces con la comunidad y que los grupos moteros puedan seguir practicando.
“Somos un grupo que comparte la pasión por las motos y en estos eventos practicamos destreza y habilidades para conducir mejor”, asevera. Ambos niegan la existencia de apuestas ilegales en torno a los piques, y resaltan que la mayoría de eventos, a pesar de ser clandestinos, son meramente encuentros entre amigos y organizaciones sin ánimo de lucro.
A la espera de los acuerdos que se logren en las mesas de diálogo convocadas por el Distrito, lo cierto es que hacen falta medidas más drásticas y contundentes para mediar entre los moteros y una comunidad hastiada del ruido y de las soluciones temporales.
Los operativos han demostrado una dinámica sosa, cual juego entre gatos y ratones, en los cuales los primeros se ponen en alerta y los segundos se esconden a la espera de que su perseguidor se distraiga para volver a salir. De manera tal que, de no cambiar el método, todo podría tender a empeorar, sobre todo cuando hay una ciudadanía cansada y unos conductores, ansiosos de adrenalina, que no están dispuestos a frenar en seco.
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