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Sambumbia: un sancocho de diferencias en Bogotá

Esta obra teatral, que se tomó el Museo Nacional y que cuenta una historia tradicional del Pacífico colombiano, es el resultado de un encuentro de visiones ajenas, que se han unido en la capital.

Isidro Ruiz de Osma Díaz

30 de noviembre de 2018 - 10:00 p. m.
Los jóvenes de Bosa y Kennedy se acercaron a la cultura del Pacífico, a través del drama de un amor prohibido entre un misionero francés y una mujer de Nariño. / Cortesía de Fundación Serendipia
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Entre el sur de Colombia y el corazón de Alemania hay muchas rutas y distintas formas de ser. Y en la infinidad de cruces de caminos se terminaron encontrando Arturo y Jan. Arturo Prado, de Barbacoas (Nariño), llegó hace más de treinta años a Bogotá y pronto se destacó como sabedor afro, que conserva los conocimientos para su comunidad y para quien quiera conocerlos. El alemán Jan Koppelin, por su parte, arribó a hace seis años, primero motivado por el amor y después por las ganas de darles voz a aquellos artistas que les sobra talento, pero les falta dinero.

Koppelin creó la Fundación Serendipia para promocionar el intercambio cultural en las localidades de Bosa y Kennedy. “Buscábamos el encuentro de aquellos que vienen de dos contextos distintos, pues el intercambio enriquece los proceso de creación”.

Prado, por su parte, conformó en la misma zona la Corporación Kandombeo y Color, para difundir el conocimiento afro. “Cuando vine a estudiar educación artística trabajé en colegios y fui consolidando una red para proyectos posteriores. Nos unimos como una corporación para culturas de Chocó, Valle, Cauca y Nariño: ¡Puro Pacífico!”, relata.

Serendipia es un hallazgo afortunado, valioso e inesperado, que se produce de manera accidental. Como si el nombre de la fundación del joven alemán fuera algo premonitorio, los caminos de estos líderes se cruzaron y producto de este encuentro nació este proyecto que hoy les permite integrar a jóvenes de diferentes grupos sociales y culturas alrededor de varias prácticas y, a la vez, acercarlos a las costumbres del Pacífico. Todo a través del teatro, la música y la danza.

La tarea no ha sido fácil, pues a la hora de unir identidades y abrirle espacio a la diversidad, los roces parecen inevitables. “Muchos dicen: ‘tengo que interpretar a un afro, ¿siendo yo mestizo o blanco? ¿Cómo voy a explicarlo?’ Pero no es imposible, los del Pacífico también nos adaptamos a otro papel cuando venimos a Bogotá, al frío y a las prisas”, comenta Prado.

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Sin embargo, es ahí donde radica el valor de su trabajo. “Para cualquier cultura, los conocimientos son logros ancestrales. Se supone que normalmente las nuevas generaciones reinterpretan las costumbres de sus padres o, incluso, las mandan a la mierda. (risas). En nuestra labor buscamos un respeto por todas las tradiciones que conforman el tejido social”, explica Koppelin.

Sambumbia: el producto final

El resultado de este esfuerzo se vio reflejado el pasado domingo 25 de noviembre, en la representación teatral Sambumbia, descrita como “el sancocho afro-mestizo”, que tuvo lugar en el Museo Nacional. La personalidad de cada uno quedó impresa en la función. Koppelin fue el organizador de la obra. Presentó, condujo y despidió el acto en cada etapa. Por su parte, Prado llevó la batuta de la orquesta (de los instrumentos afro, no podía ser de otro modo) que fue sin duda lo que más hizo vibrar al público.

La obra era la historia de un amor prohibido que le costó la vida a un misionero francés, dentro de una comunidad afro de Nariño. Este fue uno de los primeros acercamientos de los jóvenes con la actuación. Sin embargo, lo importante era el compartir parte de su cultura con quienes llenaron la sala.

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Según Koppelin, fue un auténtico sancocho, pues fueron “las sobras de la semana echadas en una olla. La obra fue el producto final del intercambio que se dio en los talleres artísticos, donde lo importante era promover valores intangibles como la comunicación, la empatía y el autorreconocimiento. Lo que nos gustó de Arturo y Kandombeo fue la forma abierta de ver el mundo. Lo normal de estas asociaciones es que se dediquen a preservar el legado ‘afro para los afros’ o ‘indígena para los indígenas’ o ‘lgtb para lgtb’. Aquí el legado afro se convirtió en algo de todos”.

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En un mundo en el que la globalización ha puesto de relieve las diferencias entre identidades, hay quien piensa que pronto habrá que renunciar a tratar de conocerse para respetarse y empezar a respetarse sin conocerse. Para Jan Koppelin, hay un pulso psicológico del ser humano por temer, odiar o sentirse superior a lo que no conoce. “Por eso, pienso que es difícil respetar al otro sin conocerlo. Puede ser una necesidad de nuestro siglo, pero hay que tratar de generar espacios donde conocer a ese otro. Los que tenemos la fama de haber generado lo peor de la historia (la Alemania nazi) ya sabemos el valor que tiene aprender el conocimiento de la tolerancia (...) Si una sociedad funciona y se respeta sin conocerse es bueno, pero es un triunfo del individualismo”.

Prado, más humanista que Koppelin, insiste en que “es mejor conocernos para respetarnos entre grupos. A los jóvenes que han venido a nosotros, tengo que conocerlos para respetarlos, pero sin conocerlos tengo que amarlos como seres humanos”.

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Para el próximo año, las asociaciones de Kandombeo y Serendipia tienen programados proyectos, esta vez buscando un mayor acercamiento a los performance (muestras artísticas con una alta carga de improvisación), que explore las capacidades más espontáneas de los jóvenes actores.

“Espero que algún día lleguemos a obtener esa convivencia de paz y armonía. Pero esto hay que trabajarlo lentamente. Lo importante es que nosotros sembremos amor y no odio en los más pequeños”, concluye Prado.

Por Isidro Ruiz de Osma Díaz

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