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San Moritz: el café de Bogotá que se niega a morir

El Espectador reproduce uno de los 31 capítulos del libro “El impúdico brebaje”, que compila las historias de los cafés de Bogotá y sale a la venta esta semana.

Alfredo Barón Leal (Equipo de Bogotá en un Café)

14 de noviembre de 2015 - 10:28 p. m.
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El Café San Moritz se encuentra en una de las cuadras de la antigua Santafé, cuyo viejo nombre, Calle del arco, hacía referencia al elemento arquitectónico de origen colonial (único en la historia de la ciudad) que unía a la iglesia de la Orden Tercera con el convento de San Francisco. Hoy se le conoce como el Callejón de los Libreros, y desde su ingreso por la Carrera Séptima, a partir de la entrada que forman la iglesia de la Veracruz y la de la Tercera, conduce a varias casas antiguas repletas de libros de suelo a techo, donde se pueden encontrar los mejores libros de segunda de la ciudad. El San Moritz es tan peculiar como ese callejón que lo contiene.

La manzana donde se encuentra el café pertenecía en tiempos coloniales al barrio occidental de Las Nieves y hoy, bajo la delimitación moderna, se encuentra en el barrio de La Veracruz. Se trataba de una manzana irregular, mucho más larga que las demás del sector porque se extendía sobre la actual carrera octava, que en los siglos XVIII y XIX se encontraba dominada por la presencia del antiguo Convento de la Purificación de Nuestra Señora de los franciscanos.

El convento, adyacente al costado oriental de la iglesia de San Francisco, fue demolido en 1918; constaba de tres patios claustrados, más un enorme solar ubicado en su parte posterior, y al margen de la actual calle 16, como consta en un plano topográfico de Bogotá de 1849. En ese mismo plano se observa que en el solar se encontraba la huerta de los franciscanos y un gran ciprés que adornaba el lugar. Sobre esa huerta se construyó la casa donde luego se fundó el San Moritz. No se sabe con exactitud cuándo fue construida la casona de dos pisos; sin embargo, el plano de Bogotá que levantó Carlos Clavijo para 1894 señala que ya en ese entonces existía una construcción en ese mismo lugar.

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Según la tradición oral, el café fue abierto por Guillermo Wills hacia 1937 con una máquina de café espresso Faema, un radio RCA Victor y una registradora National que dejó de utilizarse porque solo sumaba hasta $999. La casona pertenecía a su esposa, Helena Gutiérrez de Wills, prima del expresidente Eduardo Santos que la recibió como herencia de sus padres y ellos a su vez de sus abuelos. El café no aparece indicado en las guías publicadas con ocasión del cuarto centenario de Bogotá. Posiblemente por ser un establecimiento joven no gozaba del prestigio que tenían cafés ya viejos para la época como el Windsor, el Alster o el Inglés, todos ya desaparecidos. Ahora el San Moritz es el viejo y se le nota. La antigua casona necesita ser intervenida para conservar su patrimonio. Hasta ahora, la referencia más antigua al café se encuentra en el directorio telefónico de 1954, donde aparece como "Café San Moritz Ltda" con la dirección calle 16 no 7-91 y los teléfonos 424030 y 426166, de seis dígitos, para el tamaño de la ciudad de esa época.

El San Moritz se encuentra en un espacio urbano semicaótico, entre la elegancia de un callejón que mantiene casi intacta su arquitectura colonial y republicana y el comercio informal dominado por las ventas callejeras de libros y discos piratas. Hubo un tiempo en que la 16 era una calle y no el recóndito callejón que es hoy en día. Por ella transitaban los carros que iban hacia el Gun Club –del cual Guillermo Wills al igual que su padre Ernesto fueron socios– el Anglo American Club y el Club Médico de Bogotá, y caminaban los clientes de otros cafés como el Monterrey y el Polo. Este último se localizaba en la misma casona del San Moritz, pero sobre la carrera octava frente a la sastrería de lujo Casa Peraza.

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La casa, como todo su entorno, quedó en medio de la revolución que se gestó el 9 de abril de 1948. En una fotografía de Sady González se puede ver a cerca de veinte personas resguardas tras la casona en compañía de dos soldados con casco, abrigo y fusiles Mauser. La Octava fue escenario de la batalla, la casa del costado oriental del café fue incendiada totalmente y detrás de ella la Gobernación de Cundinamarca fue presa de la rabia liberal. Milagrosamente, la casona del café se salvó de ser destruida por las llamas; quizás porque el San Moritz, como su fundador Guillermo Wills, tenía una tendencia liberal, según cuenta David Vásquez, uno de sus actuales propietarios.

La luz tenue y amarillenta, que le da un ambiente bohemio al café, es producto de cuatro claraboyas que filtran el sol por lo menos desde 1943. La ubicación del techo del San Moritz es estratégica: es evidente que no fue construido exclusivamente para proteger a los clientes del sol y la lluvia. ¿Por qué no se techó el segundo piso también? Posiblemente Guillermo Wills quiso ganar un mayor espacio comercial y, sobre todo, evitar que el ruido de su habitual clientela, la música, los vapores y el humo del tabaco contaminaran las oficinas que funcionaban en el segundo piso de la casona, a las cuales se accedía por la amplia escalera al costado derecho de la entrada del café.

El San Moritz está compuesto por dos patios cubiertos y un espacio intermedio entre ellos que en conjunto conforman los tres salones del Café. Nadie percibe que su salón principal es un patio cubierto. A él se ingresa luego de cruzar el zaguán de la vieja casa y lo primero que uno puede notar es la música propia del lugar: boleros, tangos y baladas mezcladas con las voces de los clientes, en su mayoría hombres mayores.

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Cabe recordar que los cafés de Bogotá eran bastiones masculinos. Por esa razón, el San Moritz nunca contrató mujeres –las que entonces llamaban coperas–, tanto por política de sus primeros propietarios como de los actuales. De ahí que, siendo pocas las mujeres que lo visitan, el orinal es un lugar poco discreto y a la vista de todos.

La clandestinidad del lugar, profundizada por el callejón en el que se encuentra, lo aleja de los cambios y lo hace parecer detenido en el tiempo. Sin embargo, algunas cosas sí han cambiado. Hubo una época en la que en el San Moritz se fumaba, y mucho. Cuando en 2012 la ley prohibió el consumo de cigarrillos dentro de los establecimientos, los clientes acostumbrados a tomarse un café, una cerveza o a jugarse un chico de billar mientras se fumaban un cigarrillo se disgustaron. Actualmente, el café no cuenta con una zona de fumadores y es curioso porque parece que no la necesitara. Y como las leyes son las leyes, también una de estas, el decreto 263 de 2011, forzó a los dueños a clausurar la zona de billares, eliminando así del café más antiguo de Bogotá uno de los deportes más característicos en estos establecimientos desde finales del siglo XIX.

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El San Moritz es el retrato más fiel y vívido de una ciudad de otro tiempo. Por eso directores de cine y de series de televisión lo han utilizado como locación, en especial para recrear la Bogotá de los años cuarenta. En la serie Revivamos Nuestra Historia: el Bogotazo (1987), Jorge Alí Triana y Yolanda Naranjo utilizaron el San Moritz para representar un local de la época. En la escena se puede apreciar el mobiliario original del café: mesas, sillas, la máquina expreso Faema traída desde Italia y una rocola muy similar a la del actual Café Mercantil. Al fondo suena la canción "Mano a Mano", de Gardel, en medio de un numeroso grupo de hombres vestidos de camisa, saco negro, corbata y sombrero. De repente aparece una copera, gritando una frase inmortal: "¡Mataron a Gaitán!".

Posteriormente, en 2013, Andy Baiz retomó el San Moritz para mostrar en una de las mesas del café a un solitario y obsesivo Roa Sierra mientras escucha una conversación ajena o departe por casualidad con alias “El Flaco”, quien luego le vendería el revólver con el que mataría a Gaitán. Por su parte, en La historia del baúl rosado la directora Libia Stella Gómez transforma al San Moritz en un elegante café donde transcurren los encuentros entre el periodista Hipólito Mosquera y el corrupto detective Rosas. La escena tiene como protagonista el mesón con su máquina espresso, definitivamente el elemento más importante del San Moritz, y todo transcurre dentro del ambiente claroscuro que caracteriza al lugar.

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Las fotografías que adornan las paredes muestran una ciudad de antaño que el lugar pareciera retener en sus entrañas. La música, las fotografías de La Rebeca, del Hotel Granada, de la Avenida Jiménez, los muebles, sus comensales y el ambiente vetusto efectivamente lo convierten en una máquina del tiempo. Sus paredes sostienen fotos antiguas de Bogotá, poemas dedicados al café, escudos alegóricos y pergaminos con su enigmático nombre.

Aún no se sabe por qué Guillermo Wills lo bautizó San Moritz –que traducido al español quiere decir San Mauricio–. Sea como fuere, es un hecho que esa antigua comuna Suiza esparció su nombre por todo el mundo: en Barcelona existe desde 1856 la Cervecería Moritz, en Dubai hay un café homónimo y mucho más cerca de aquí, en Argentina, se encuentra una confitería con el mismo nombre.

Hacia 1966 la casona y su café estuvieron a punto de desaparecer para ser reemplazados por un enorme edificio que quería construir la firma Esguerra Sáenz Urdaneta Samper, pero que por fortuna nunca se llevó a cabo. Hubiera sido una triste pérdida para el patrimonio de la ciudad, ya que el San Moritz logra transmitir, como pocos lugares en la ciudad, la sensación de entrar a un local de los años cuarenta. Y sin embargo ese peligro está hoy más vigente que nunca con la venta de la casa y su futuro incierto. ¿Podrían sus actuales dueños ver lo valioso de este café para Bogotá? ¿Se imaginan a Bogotá sin La Puerta Falsa o sin el Café Pasaje? Ahora imaginen la ciudad sin el San Moritz. En eso radica lo que hace especial a este café: la sensación de viajar al pasado setenta años atrás y tener la vaga noción de estar visitando un lugar de entonces.

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Sobre el libro

El impúdico brebaje recoge historias sobre los cafés más tradicionales de Bogotá, en una historia que abarca 149 años: entre 1866 y 2015. Los artículos estuvieron a cargo de reconocidas firmas nacionales, como Héctor Abad Faciolince, Juan Esteban Constaín, José Luis Díaz-Granados, Eduardo Escobar, Carlos Granés, Darío Jaramillo Agudelo, Ricardo Silva Romero, Ricardo Rondón, Juan Gabriel Vásquez, Rosario del Castillo y Jaime Andrés Monsalve, además de investigadores que integraron el equipo de “Bogotá en un café”: Alfredo Barón, Nubia Lasso y Julieth Rodríguez. Las fotografías son de Margarita Mejía, así como de archivos nacionales, distritales, familiares y de prensa.

El trabajo de edición estuvo a cargo de Mario Jursich, director de la revista El Malpensante. El libro es producto del programa “Bogotá en un café”, que forma parte del Plan de Revitalización del Centro de Bogotá que dirige el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural.

Plan de visitas para un fin de semana

La idea de rescatar los cafés de Bogotá no es otra que mantener vigentes esos lugares llenos de historia e historias. El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural creó en 2013 el programa “Bogotá en un café”, y como parte de este organiza mensualmente recorridos guiados de toda una tarde por los cafés del centro tradicional de la capital.

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Para que se anime a visitarlos, presentamos la ubicación de algunos:
Café Ibáñez: calle 12B N° 7-12. Local 1.
Café Pasaje: carrera 6 N° 12C-25.
Arte y Pasión: calle 16 N° 7-76.
Pastelería La Romana: Avenida
Jiménez N° 6-65.
Pastelería La Florida: carrera 7 N° 23-85.
Café de los Locos: Pasaje del Hotel Continental (Avenida Jiménez N° 4-16).
Salón Fontana: calle 14 N° 5-98.
Café de la Fuente: calle 16 N° 5-24.
Patio 2.
San Moritz: calle 16 N° 7-91.

Por Alfredo Barón Leal (Equipo de Bogotá en un Café)

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