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¿Sí pilla, alcalde?

La población más vulnerable le pidió al mandatario ayuda para obtener sus cédulas y recuperarse de la droga. Encontramos dos historias que demuestran que el cambio es posible.

Laura Ardila Arrieta
17 de abril de 2012 - 10:59 p. m.

Ayer, una media hora antes de que el alcalde Gustavo Petro en persona presidiera un cabildo con habitantes de la calle para construirles una política pública, un grupo de cinco policías apresaron a un chico desharrapado que forcejeaba con ellos para escaparse. Sucedió en la Plaza de los Mártires, justo al frente del auditorio en el que se iba a realizar la reunión. En vez de llevarlo a un CAI, le quitaron los tenis sucios y se los regalaron a otro harapiento que iba pasando, mientras levantaban sus bolillos como si fueran a pegarles a ambos. Para justificar su abuso, uno de ellos advirtió a los curiosos que miraban:

—Es mejor que se quede descalzo para que no siga robando los espejos de los carros.

David Vanegas y Javier Molina escucharon la historia y coincidieron en que la escena resume en buena parte la realidad de los habitantes de la calle, que en Bogotá son exactamente 9.614, dato oficial. Es un círculo vicioso, literalmente: tus actos te convierten en una amenaza y la sociedad te amenaza por tus actos.

David y Javier tienen todas las credenciales para decirlo. David es un rubio de ojos verdes, gorra azul y ropa limpia, de 23 años, que duró 18 meses sin salir de la deprimida calle conocida como el Bronx y fumando bazuco. Javier es el funcionario de la Secretaría de Integración Social que desde hace una década larga coordina a los brigadistas que, en terreno, ubican a los habitantes de la calle para matricularlos en programas sociales.

Javier rescató a David hace mes y medio del Bronx y lo llevó a vivir a un hogar de paso en donde, después de toneladas de mugre, David finalmente le cogió “el tiro al agua”.

Esta mañana a David le han dado una buena noticia: como va tan juicioso en su recuperación, con el mejor de los comportamientos y sin probar nada de drogas, pronto entrará a trabajar como vigía ambiental del Distrito.

Javier se emociona echando el cuento. Y no es para menos. Acaso sea la historia de David el mejor de sus espejos. Javier es trabajador social graduado, está casado y tiene un hijo de 18 años. Pero durante seis duros años de su vida trabajó en el desaparecido Cartucho, que luego el Bronx reemplazó.

—¿A qué te dedicabas?

—Me dedicaba a la delincuencia.

A Javier lo rescató una buena noche un funcionario de la Secretaría de Integración Social llamado Carlos Alberto Martínez, quien es ahora su compañero de trabajo.

Javier y Carlos Alberto son dos de las figuras más conocidas en el cabildo del alcalde Petro. Hombres, mujeres y viejos sucios y malolientes se chocan las manos con ellos y los llaman por sus nombres. Y cómo no, si por años han sido la cara amable del Estado que, de vez en vez, los visita, les lleva comida, les corta el pelo y, con suerte, los rescata.

Son unos 200 apiñados en el auditorio de la iglesia del Voto Nacional. Frente a una mesa principal en la que se encuentran el alcalde, algunos de sus funcionarios, la Policía Metropolitana y el padre Darío Echeverry, varios exigen a gritos el almuerzo que les han prometido. Otros duermen en sus sillas de plástico. Otros piden el micrófono. Varios prestan atención.

—Queremos que se nos reconozca como víctimas del narcotráfico, dice un hombre que asegura ser abogado con dos décadas en la calle.

—Queremos que nos ayuden a tener la cédula y el Sisbén, y que nos alfabeticen, se une otra voz.

—Propongo que nos lleven a casas fuera de la ciudad para no volver al vicio, agregan por otro lado.

—Pedimos que revisen el trato que nos da la Policía, ¿sí pilla, alcalde?

El alcalde toma nota de todo. Había prometido que ésta no sería una maratón de discursos de funcionarios. Y así fue. Fue pura espontaneidad. Ha sido el cabildo más emocionante de los que el mandatario programó en todas las localidades para construir su plan de desarrollo y en los cuales han participado hasta ahora unos 40 mil ciudadanos.

Minutos antes había estado sonando en el salón una salsa del puertorriqueño Luis Enrique que dice: “Toma mi mano, viejo amigo, y date un chance, ¿no ves que tienes un futuro por delante?”. Y David Vanegas la bailó.

Afuera, la Policía seguía vigilando la Plaza de los Mártires.

Por Laura Ardila Arrieta

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