¿Cuál es la última buena noticia que recuerda de Soacha? A principios de este mes, la Fiscalía ordenó la captura del alcalde, José Ernesto Martínez Tarquino, por presuntas irregularidades en su gestión. Apenas 10 días antes, la montaña que se alza sobre el barrio Loma Linda cedió a la lluvia y destruyó siete casas, como si fueran de papel. Casi tres años atrás, la población cobró notoriedad nacional por el escándalo de los mal llamados “falsos positivos”, los asesinatos que supuestamente cometieron miembros del Ejército contra jóvenes que después aparecieron como guerrilleros muertos en combates. En realidad, desde hace mucho no llegan buenas noticias de Soacha. Pareciera que, sencillamente, el sol dejó de brillar para el vecino municipio.
No es tan sencillo, claro. Años de malos manejos administrativos (los últimos tres mandatarios locales han enfrentado investigaciones), su cercanía con la capital (en promedio, todos los días llegan al municipio 48 familias de desplazados, la mayoría para buscar trabajo en Bogotá) y su condición de corredor estratégico (Altos de Cazucá y Ciudadela Sucre, sectores vecinos de Ciudad Bolívar, son caldo de cultivo para bandas de delincuentes) han convertido a Soacha en “un territorio de permanente violación de los Derechos Humanos”, como lo señala el ex personero, Fernando Escobar.
Los datos oficiales cuentan que el municipio tiene casi un millón de habitantes y ha sido levantado, en el 70%, en la ilegalidad. Aunque su área rural es del 90%, apenas cerca de 200 mil personas residen en ella, lo que indica que el resto de ciudadanos viven hacinados en la zona urbana. La cifra de desplazados asciende a 35 mil, aunque algunas organizaciones no gubernamentales hablan de hasta 60 mil.
En Soacha —seis comunas, dos corregimientos, 340 barrios—, cuyo nombre traduce en lengua chibcha ‘Ciudad del Varón del Sol’, no se conocen los estratos cuatro ni cinco ni mucho menos el seis. De hecho, el 40% del territorio no sabe de servicios públicos adecuados. De la inseguridad soberana en calles y esquinas, un dato: la mayoría de los ladrones son menores de 17 años. Eso asegura la Policía local.
Y otro más: la Personería del pueblo ha denunciado la presencia allí de todos los actores armados ilegales: las Farc, el Eln, los paramilitares, ahora llamados bandas criminales emergentes; la delincuencia común.
Cuatrocientos diez años después de su fundación, el pueblo del sol, donde se han encontrado moldes antiguos para trabajar el oro, brilla menos que nunca. Un recorrido por sus calles así lo demuestra.
El infierno se llama Ducales
Un enclenque puente de madera vieja separa el infierno del resto del mundo en Soacha. Fue levantado hace ocho años, hace cinco años, nadie se acuerda bien, por la misma comunidad, encima de una cloaca que algunos optimistas presentan como “el humedal Tierra Blanca”. Está lleno de bolsas de basura, de llantas desgastadas, de cajas de cigarrillos, de pedazos de icopor. Pero especialmente está lleno de mierda, de mierda cuyo olor le termina de conferir el aire de miseria eterna que lo caracteriza.
El infierno se llama Ducales (“por lo galleta”, dirá más adelante un habitante) y en él residen aproximadamente 700 personas entre madres abandonadas, padres vendedores callejeros, niños sin estudio y jóvenes, muchos, alertas ante la presencia de un extraño.
Algunos, conocidos como “campaneros”, estacionan sus motos en las esquinas, prestos a dar aviso de la aparición de cualquier cara nueva. Lo observan todo por debajo de sus gorras, una mirada fría, escrutadora.
Por supuesto, en Ducales —en la comuna 1 de Soacha— no hay vías pavimentadas y sus residentes, la mayoría de ellos desplazados por la violencia, nunca se han visto de frente con la palabra “alcantarillado”. Agua, sí; luz, sí; pero de forma ilegal y no permanente. Tampoco es legal la existencia del barrio.
Éste se construyó sobre una zona rellenada del humedal que ya no es humedal y por eso las pocas casas de material que tiene se encuentran agrietadas.
Como buen sector infernal, cuenta con ‘ollas’ (expendios) de droga que todo el mundo conoce, pero nadie se atreve a denunciar. La semana pasada se registró un tiroteo entre varios de esos vendedores. Dicen que a ellos los protegen de la Policía los “campaneros” que ahora los persiguen.
Aquí no hay escuelas ni centros de salud. Los niños juegan desnudos por ahí con perros mugrientos y, cuando crecen un poco, se convierten en recicladores, si tienen algo de suerte, o en ladrones.
¿Qué destino le esperará a Jimmy, quien a sus 12 años yace en una esquina limpiando una bicicleta, en vez de estar sentado en un pupitre frente a una profesora? ¿O a Eduard, de 15, quien trabaja manejando un bicitaxi todos los días desde las 4 de la mañana?
Ni qué decir de los hijos de Nora Ángela Gutiérrez: de 1, 7, 11 y 13 años, con quienes la mujer reside en una casucha de palos, bolsas y tela, levantada sobre el cuerpo de agua putrefacta. Es la cara más fea de este infierno: una cama sucia, el piso de tierra, moscas, moscas, y un patio de agua negra, testigo de sus necesidades fisiológicas.
Lo más desesperanzador: al otro lado del puente, en el municipio de Soacha, el mundo sigue siendo casi igual.
La tragedia del Transmilenio
En abril de este año tendría que haber estado funcionando el sistema Transmilenio de Soacha, según los anuncios oficiales. Aunque ya se han hecho algunas adecuaciones por la Autopista Sur, la obra está detenida debido a que no se previeron los costos de unos canales de aguas negras que tienen que ser construidos para que desemboquen en el río Bogotá. “Si se hacen los trabajos, habría que dañarlos luego para meter esos conectores”, dijo un funcionario que prefirió que se omitiera su nombre.