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Tesoro de Bogotá: Antigua Ermita de la Peña, ruina sobre ruina

Un 10 de agosto, pero del año 1947, en el Alto de la Cruz, un padre alemán bendijo la reconstrucción de una vieja iglesia levantada en 1715. A pesar de su esfuerzo, la nueva ermita pronto sería abandonada. De esta solo quedan hoy sus ruinas, tras una gran cruz blanca que se puede apreciar a simple vista desde Bogotá.

Luis Alfredo Barón Leal
10 de agosto de 2021 - 09:47 p. m.
La antigua Ermita de la Peña surgió a partir de la aparición milagrosa de cuatro efigies religiosas (un ángel, María, Jesús y san José) en una roca del cerro.
La antigua Ermita de la Peña surgió a partir de la aparición milagrosa de cuatro efigies religiosas (un ángel, María, Jesús y san José) en una roca del cerro.
Foto: Jean Carlo Sánchez

El surgimiento de La Ermita, dedicada a la virgen de la Peña, se encuentra enmarcada en la conquista religiosa de los cerros orientales por parte de la iglesia católica, durante el siglo XVII, con construcciones precedentes como Monserrate (1650) y Guadalupe (1666). Las ruinas de la ermita se encuentran en el cerro llamado “Alto de la Cruz”.

Este pico montañoso se caracteriza porque, a simple vista, desde el centro de Bogotá se puede apreciar una enorme cruz blanca, la cual, en tardes despejadas, refleja los rayos del sol del poniente. Tras esta cruz se encuentran las antiguas ruinas de una ermita levantada en 1947 que, a su vez, se levantó sobre las ruinas de una iglesia más antigua, construida en el año de 1715. Esta es la antecesora de la actual iglesia de la Peña, que se encuentra en el barrio de Los Laches.

De acuerdo con las crónicas, la antigua Ermita de la Peña surgió a partir de la aparición milagrosa de cuatro efigies religiosas (un ángel, María, Jesús y san José) en una roca del cerro. Este milagro vendría a darse el 10 de agosto del año 1685, cuando un orfebre llamado Bernardino de León buscaba tesoros indígenas en la parte más alta y menos explorada de los cerros.

Posteriormente, Bernardino de León, al bajar a la ciudad, comunicaría el milagro a los padres de la Compañía de Jesús, quienes junto con las autoridades eclesiásticas confirmarían la autenticidad de la aparición. Este acontecimiento milagroso daría pie para que a principios del siguiente año de 1686 comenzara la construcción de un altar al lado de las imágenes talladas en la roca.

La apertura y bendición de la primitiva ermita de techo de paja y bahareque se realizó un domingo de carnestolendas de 1686 (17 de febrero). Ese día se haría inolvidable en Santafé, pues desde entonces la virgen de la Peña sería la patrona de la ciudad y daría pie para que entre el domingo y el miércoles de ceniza se realizara cada año un escandaloso y libidinoso carnaval entre la iglesia y el camino a la ciudad.

La versión del origen milagroso de las esculturas ha sido la más trascendente en las crónicas de la ciudad. Sin embargo, José María Cordovez Moure da una versión más terrenal de su surgimiento al afirmar que tales efigies fueron idea de un presidiario español que realizó la escultura en un enorme bloque de piedra que encontró en lo alto de la montaña. Al terminar la obra quiso llevarla a la ciudad, pero solo logró moverla hasta el lugar donde luego se construiría la ermita, pues algunas señales del cielo así se lo indicaron y por esa razón la escultura no se pudo mover más.

Ambas versiones apuntan a que se construyó una ermita de techo de paja y bahareque en este cerro. Una breve descripción de 1815 y un plano de las ruinas, levantado en 1946 por el capellán de la época Ricardo Struve Haker, da cuenta de que no se trató solamente de la construcción de una capilla, sino de un conjunto de cuatro espacios conexos unos a otros como: una hospedería, una capilla, una sacristía y un salón abierto. Estos lugares rodearían la piedra donde se dio la aparición de las efigies. También en el relato se destaca la construcción de caminos para facilitar el acceso a los fieles devotos y de la colocación de algunas cruces en los picos de las montañas.

La primitiva ermita de 1686 estuvo en pie hasta el año de 1714 cuando se vino al suelo. A pesar de este primer infortunio, una nueva ermita fue levantada rápidamente el siguiente año, pero a diferencia de la anterior, se construyó con materiales más sólidos con cal y canto y teja de barro y fue concluida en diciembre de 1715. Sin embargo, un segundo infortunio ocurrió muy pronto, pues en mayo de 1716 se derrumbó desde los cimientos la pared del costado derecho de la capilla cayendo todo por ladera de la montaña hacia el abismo.

A partir de este evento se decidió construir una nueva iglesia en un lugar más accesible para los fieles. Para esto se escogió una planicie hacia la falda de la montaña, donde se construyó la actual iglesia de la Peña, entre 1717 y 1722. Allí fueron trasladadas las cuatro efigies milagrosas extraídas en 1716 de la roca original, por el cantero Luis Herrera e intervenidas años después por el famoso escultor Pedro Laboria, quien les dio su aspecto actual y que se encuentran hoy en el altar mayor de la iglesia de la Peña.

Como recuerdo de la antigua ermita se levantó entonces una enorme cruz de madera, antecedente de la actual cruz blanca de metal. Las ruinas de la ermita de 1716 fueron redescubiertas 230 años después por el padre alemán Ricardo Struve Haker en 1946, cuando fue capellán de la Iglesia de la Peña, entre 1944 y 1968. El padre se preocupó tanto por la recuperación de la memoria del lugar, que emprendió la tarea de investigar sobre las construcciones anteriores, descubrió las ruinas de la ermita y subiendo ladrillos a lomo de mula y con el apoyo de varios obreros la reedificó, con la intención de estimular de nuevo su culto, así como lo tenían Monserrate y Guadalupe.

La ermita reconstruida fue bendecida el 10 de agosto de 1947 con la presencia de gran cantidad de fieles, que celebraron su restauración. Sin embargo, fue abandonada de nuevo por la dificultad de llegar a la cima y hoy en el lugar lo que se puede apreciar son las inquietantes ruinas de una ermita reconstruida por un romántico padre alemán, dejadas a su suerte y convertidas apenas en un desconocido atractivo turístico para caminantes y peregrinos de los cerros orientales de Bogotá.

Por Luis Alfredo Barón Leal

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UJUD(9371)10 de agosto de 2021 - 11:46 p. m.
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