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Hoy hace un año Diego Felipe Becerra Lizarazo era aún el niño poco común que llenaba de grafitis las paredes de su cuarto, componía canciones con letras profundas (“odio monopolio capitán es el demonio/ odio decir que hay guerras a causa del petróleo”), y se hacía llamar Trípido por sus amigos. Le faltaban 12 días para cumplir 17.
‘Flor de barrio’ ha llamado el cantante Rubén Blades a los niños y el de esta historia, con sus tarros de pintura, sus mezclas de rap en el computador y su organeta, parecía la flor más colorida de todas. La más alegre.
Sus padres, Liliana y Gustavo, dicen que era un artista. Él terminaría su bachillerato en noviembre y luego iba a estudiar producción musical.
Pero eso se acabó hace un año.
A las 10:30 de la noche de hoy hace un año, un patrullero de la Policía llamado Wílmer Alarcón disparó por la espalda contra Trípido en una esquina de la calle 116A con 71A, en el norte de la ciudad, y desde entonces todo aquel futuro fue reemplazado por un expediente de 600 páginas con el que se pretende aclarar el caso por posible homicidio agravado. Ese día, Diego Felipe y tres de sus amigos alcanzaron a pintar 18 grafitis sobre la Avenida Boyacá. Alarcón tenía apenas ocho años más que él.
El mamotreto dice que en el lugar de los hechos apareció un arma cuyo origen aún es desconocido. Que días después se filtró a los medios la grabación de una llamada a la línea de emergencias 123, en la que un ciudadano denuncia el atraco a una buseta ocurrido aparentemente esa misma noche y por el mismo sector. Que luego el que habló con periodistas fue el conductor de la supuesta buseta robada, quien aseguró que habían sido Diego Felipe y sus compañeros los autores del robo a mano armada. Y que (oh, sorpresa) después de eso las versiones de las autoridades apuntaron a que Alarcón había disparado en defensa propia.
Pero también dice el expediente que, un día antes de la fecha en la que el grafiterito debía cumplir años, la entonces fiscal general Viviane Morales salió en rueda de prensa a revelar el resultado de la prueba de absorción atómica, realizado por el Instituto de Medicina Legal, que determinó que la noche de su muerte el joven no manipuló un arma de fuego.
Lo que no dice el expediente es que, un año después, Liliana Lizarazo conserva intacto el cuarto de su hijo: las películas desordenadas junto al televisor de pantalla plana. Los tarros de pintura debajo del escritorio. La Biblia encima de la mesa de noche. El clóset cerrado. El olor a perfume de hombre en el clóset cerrado. Los tenis que a estas alturas ya hubiesen sido reemplazados por otros, si Trípido estuviera vivo.
Tampoco dicen los papeles fríos que hace tres meses llegó una nueva integrante a la familia: Sacha, la perrita bulldog que Gustavo Trejos recogió de la calle y que llegó a hacerle compañía a Mateo, también bulldog, el perro de los amores de Diego Felipe.
Mucho menos que Gustavo y Liliana rezan todas las noches en la sala de su apartamento, frente a un altar con las fotos del hijo ausente y las figuras de tres vírgenes y un Cristo.
Se les ve tranquilos y poderosos cuando detallan las pruebas del caso y exigen justicia a la Policía. Pero algo se les quiebra por dentro al contar las veces en las que les ha tocado ir solos este año al restaurante favorito de Diego Felipe. Entonces hablar con ellos es ver a dos personas pasar del optimismo al llanto y del llanto al optimismo casi en el mismo minuto.
La historia de sus vidas la cuentan por estos tiempos no sólo el expediente de 600 páginas por homicidio agravado, sino también cuatro voluminosos expedientes más: eso porque el proceso que comenzó contra un patrullero hoy son cinco casos (ver infografía) que podrían terminar involucrando a 20 uniformados más.
En estos doces meses han sufrido el maltrato a la dignidad de Diego Felipe Becerra Lizarazo, el traslado del caso por homicidio a la justicia penal militar (el cual posteriormente regresó a la Fiscalía General), el encuentro cara a cara con Wílmer Alarcón durante la audiencia de imputación de cargos y, ahora, todo el proceso en el que se han atrevido a pedir investigación a la Policía por posible manipulación de las pruebas y alteración de la escena del crimen.
Es apenas entendible que para menguar la pena quieran justicia. Justicia. ¿Y qué va a ser de sus vidas una vez la justicia se pronuncie, digamos, condenando a los responsables por la muerte de su hijo?
De nuevo, del optimismo al llanto y del llanto al optimismo.
Dicen que van a crear la fundación Diego Felipe Becerra Lizarazo para apoyar a las víctimas del Estado.
General Patiño no se pronunciará
Uno de los capítulos que más polémica han generado en la triste historia del grafiterito de 16 años que fue muerto a manos de un patrullero de la Policía es el señalamiento de la abogada de la familia de la víctima, llamada Miriam Pachón, en el sentido de que en el caso presuntamente se habría cometido manipulación de las pruebas y alteración de la escena del crimen. Puntualmente, la jurista ha responsabilizado al entonces comandante de la Policía Metropolitana, general Francisco Patiño, de haber supuestamente convencido al conductor de la buseta atracada el día anterior a la muerte de Diego Felipe Becerra de declarar en contra del muchacho. En varias ocasiones este diario ha intentado obtener la versión al respecto del general, quien hoy es director de la Policía de Tránsito, pero a través de su vocero de prensa el uniformado ha dicho que prefiere no pronunciarse para no interferir con la investigación y que esperará que sea la justicia la que hable.