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Un colegio bajo amenaza

Se llama Fernando Mazuera Villegas, tiene cuatro sedes y en él estudian 6.400 jóvenes. Su rector, sus profesores y varios de sus alumnos advierten la situación de riesgo y piden la ayuda de las autoridades competentes.

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Laura Ardila Arrieta
05 de agosto de 2011 - 09:55 p. m.
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Fue la peor semana en los cinco años de historia del Colegio Distrital Fernando Mazuera Villegas. El pasado lunes en la tarde un grupo encapuchado sitió las instalaciones de la sede A, en la localidad de Bosa, al sur de la ciudad, y destruyó los vidrios de la biblioteca y de un edificio de primaria. Pedazos de ladrillos y de palos llovieron sobre las cabezas de los alumnos de la jornada nocturna que a esa hora intentaban usar la institución para lo que está concebida: estudiar. Cuatro de ellos resultaron lesionados. Una vigilante también.

El martes no hubo clases. Los 170 profesores se reunieron en la mañana para tratar el asunto del ataque, pero enseguida tuvieron que salir despavoridos. La razón: una llamada telefónica que les advirtió: “Resguárdense porque están rodeando el colegio y van cargados de piedras”. El miércoles no fue mejor. La sede estuvo cerrada. El terror se apoderó de una comunidad educativa que incluye a 6.400 estudiantes (cuatro sedes, tres jornadas diarias) y 225 maestros.

Por petición del rector, Miguel Solano, el jueves llegó el Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios) y la Policía y se abrieron las puertas de la institución. Pero mientras la atención se centraba en la sede A, a cinco cuadras los encapuchados y sus ladrillos se ubicaban amenazantes en el parqueadero de la sede B, en donde estudian pequeños de entre 5 y 8 años. Terror total. Y llamadas urgentes a los padres de familia para que recogieran a sus hijos antes de que se repitiera la historia del martes.

 Hechos a mano con marcadores de colores, tres carteles optimistas lucían en las paredes el viernes: “Las clases se reanudarán el próximo lunes. ¡Te esperamos!” y una carita feliz.

Pero en realidad las caras no son muy felices en esta institución que lleva incontables meses padeciendo un entorno de violencia externo que intenta entrar por la fuerza. El problema pasa por grupos de barras bravas, parches de chicos desocupados, microtráfico de drogas y armas, cuchillos, chuzos, armas.

Lo cuentan los profesores, lo reconocen los estudiantes, lo informa el rector: en los alrededores del Fernando Mazuera operan grupos delincuenciales que viven de vender drogas y suelen usar a los alumnos para trabajar en su empresa. Una maestra dice: “A la salida es normal ver a los ñeros oliendo pegante o fumando marihuana”. Un profesor relata: “Al principio, ellos la regalan para poder enganchar a los muchachos. Luego les exigen que la vendan acá adentro”. Una alumna comenta: “Es verdad, algunos compañeros traen armas, pero ¿en qué colegio no pasa eso?”.

 En realidad pasa en muchos de los 128 colegios (100 privados, 28 públicos) que funcionan en la localidad de Bosa con más de 120 mil estudiantes. Hoy les tocó al Mazuera y al Carlos Albán Holguín, cuyo uniforme llevaban varios de los encapuchados del pasado martes. Por eso al principio la noticia oficial se limitó a hablar de una guerra entre instituciones. Pero para el rector, la situación es menos sencilla: “Lo que uno palpa es que en esto tienen que ver las barras bravas, la delincuencia común y el microtráfico, pero el problema es tan complicado que uno no puede entrar a identificar a nadie. Ah, ¡es muy complicado meterse con esa gente!”.

Bajo amenaza, el funcionario pide no estigmatizar a sus muchachos y demanda más atención por parte de las autoridades. En sentido parecido, William Alfonso Fuentes, director local de Educación en Bosa, cree que hay que rodear el colegio, declararlo territorio de paz, acompañar a los chicos e invertir recursos en actividades para su tiempo libre.

Al dar detalles de la droga de moda entre varios de sus alumnos (un líquido llamado dick, que se untan en los sacos para ser aspirado), un coordinador intenta resumir el estado por el que pasa la institución: “Aquí llegan muchachos desplazados, hijos de reinsertados, de madres solteras, abandonados... Aquí hay drogas, peleas, sustos, pero también hay jóvenes buenos... El problema es del sistema, el problema es que somos el reflejo de un país”.

Por Laura Ardila Arrieta

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