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"¡Aquí Ochoa!", así responde su teléfono celular -viejo y remendado con cinta- José Enrique Ochoa, un trompetista de tez morena que desde hace 22 años ofrece junto a sus compañeros el servicio de mariachis en el popular sector de Chapinero, en el oriente de Bogotá.
Siempre erguido, luciendo pantalón beige, chamarra negra, pañoleta roja -y en ella la virgencita de Guadalupe- el líder de La Pandilla del Oeste, agrupación que sin descanso lleva serenatas a cada rincón de la ciudad, recuerda que gracias a su trabajo ha recorrido el país e incluso ha podido llegar hasta Ecuador, Perú y Venezuela.
Al entrar al lugar donde vive, una pequeña habitación sin baño en el tercer piso de un edificio sobre la avenida Caracas con calle 55, el maestro José, como le dicen algunos de sus colegas, busca con ansias el CD que contiene un corrido marcial de su autoría al que llamó ‘Feliz Cumpleaños Bogotá’, composición que el martes 6 de agosto lo hizo merecedor de una placa conmemorativa por parte de la Alcaldía de Chapinero debido a su compromiso y afecto por la ciudad.
“Siento que cuando las cosas se hacen con amor y desinterés se reciben los mejores frutos. Yo nunca pensé que la canción fuera armar todo este alboroto”, dice con la voz entrecortada este hombre oriundo de Cali, que hasta 1989 se forjó como artista en Medellín para luego emprender rumbo hacia la capital colombiana, sede que día a día lo ve cargar con su vejez.
Don José, quien hace 35 años vive con su compañera fiel, la trompeta, se llena de orgullo al hablar de su padre, personaje de quien dice haber heredado el talento pues nunca fue a una escuela de música para que le enseñaran a tocar el instrumento de viento. “Mi papá era un privilegiado”, recuerda.
Repentinamente Ochoa empieza a cantar: “Con la bruma mañanera que amanece y ese sol canicular cuando atardece. Todo aquel que llega aquí siempre se amaña y el que se va mucho a ti te extraña”. Afirma que esa tercera y última estrofa de su “diamante en bruto” fue grabada con su colega Antonio Moreno hace un par de años.
Con una sonrisa que deja ver su incompleta dentadura, José Ochoa enseña su "trofeo de guerra": un reloj plateado que le regalaron sus compatriotas radicados en Miami, ciudad que anhela visitar a pesar que su trabajo no es bien remunerado ya que por un gallo -como llaman sus recitales -obtiene por mucho 10 mil pesos.
Se acerca la noche y Ochoa se prepara. Se acomoda su chamarra negra, que ahora luce con manchas blancas por el yeso que lleva en su brazo derecho (recuerda sin preocupación que le dieron un varillazo), calienta la voz entonando el mariachi En mi viajo San Juan, agarra su trompeta y sale a la aglomerada Caracas dispuesto a deleitar a los amantes de este género musical.