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Un día en las botas de bomberos que apagan fuegos sin salario

La empatía siempre será la mejor forma de saber qué viven y sienten los demás, pero el estar en el traje de un bombero es una experiencia que va más allá. Así es un día viviendo esta profesión, que no es admirada por todos y a la que le falta mayor responsabilidad del Estado, más allá de un “¡héroes, gracias!”.

María Angélica García Puerto

14 de marzo de 2025 - 05:00 p. m.
Con un ritual de “bautizo”. la Estación de Tabio cerró la jornada de un día como bomberos. / Cortesía
Foto: Cortesía
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Imagine este evento catastrófico, en medio de una jornada invernal como la que se avecina: un reconocido escalador, de mediana edad, alto y corpulento, sale una mañana a explorar la montaña, pero la naturaleza no le permite llegar a la cima. En medio del camino cae al vacío y se fractura las piernas. Por fortuna, sus compañeros alcanzan a reportar la emergencia por radio y piden auxilio. ¿Adivinen quién llega primero? ¡Exacto!, los bomberos, esos hombres y mujeres que muchos catalogan de héroes de carne y hueso, al enfrentarse con valentía y agilidad a escenarios de los que otros huyen. Y, de paso, con sacrificio, pues pese a ser un servicio fundamental, en el que arriesgan su vida por salvar la de los demás, la mayoría no recibe un salario. El 91 % de los bomberos del país son voluntarios.

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En Tabio (Cundinamarca), los cabos Víctor Manuel Ruiz y Juan Navarrete, suboficial de la Estación de Bomberos Voluntarios de ese municipio, nos reciben en una fría mañana de sábado. Semanas antes, a través del grupo de WhatsApp, invitaron a varios periodistas a vivir lo que llamaron Bomberos por un Día. Con ropa y zapatos cómodos, además de prendas para cambiarnos, llegamos a una jornada expectante, en la que terminamos horas después enfrentándonos a las llamas.

Pérez y Navarrete, quienes fueron militares, iniciaron con un recorrido por las instalaciones, mostrándonos el interior de una máquina extintora, de una camioneta con menor capacidad de agua y de un camión para incendios forestales; vehículos que usan para responder a un municipio que, según Sabana Centro Cómo Vamos, tiene más de 24.000 habitantes y el 70 % de su territorio es rural.

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Aledaño al garaje hay una casa amplia. En la puerta, una campana tradicional, que se usa para alertar de una emergencia. Al entrar, hay fotografías antiguas de bomberos voluntarios que iniciaron en 2010, año en que se creó esa estación. También, una sala de crisis, con equipos tecnológicos que alguna vez se los robaron, pero pudieron recuperar gracias a rifas y ferias con la comunidad. Al fondo está una sala, la cocina, una ducha y cuartos separados, de hombres y mujeres, donde descansan 37 bomberos y 15 en formación, siempre prestos a atender cada llamado de socorro.

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Un salón de clases es el siguiente espacio donde nos piden sentarnos y esperar. El objetivo no es solo ponernos en sus zapatos prácticos, sino también teóricos. Unos minutos después, los murmullos los interrumpe el capitán Álvaro Farfán, delegado departamental de Bomberos de Cundinamarca. Con más de una década de experiencia, este profesional en psicología, de 49 años, fue testigo de tragedias como la del terremoto de Armenia en 1999 y la avenida torrencial en Mocoa en 2017. Sus cicatrices son el recuerdo.

Ahora tiene bajo su liderazgo a 80 grupos, con más de 1.600 hombres y mujeres. Día a día es el encargado de coordinar la respuesta a cualquier tipo de emergencias, pero también tiene la tarea de enfrentarse, literalmente, a alcaldes y gobernadores en su lucha por dignificar este oficio, con más de 200 años de historia. Según la Dirección Nacional de Bomberos de Colombia, adscrita al Ministerio del Interior, en el país hay 859 cuerpos de bomberos, de los cuales 787 son voluntarios; 46 aeronáuticos y 26 oficiales. En Cundinamarca, departamento con 116 municipios, según Farfán, hay 82 cuerpos de bomberos y solo tres son oficiales (Girardot, Soacha y Cajicá).

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Desde hace 13 años, con la Ley General de Bomberos de Colombia (1575 de 2012), se profesionalizó esta actividad y se consideró un servicio público esencial a cargo del Estado. Por ende, la prestación del servicio bomberil es responsabilidad de todas las autoridades y habitantes del territorio colombiano, en especial de los municipios, los departamentos y la Nación.

Incluso, la citada Ley detalla en su artículo 3 inciso 4, que los distritos y municipios, están en la obligación de prestar el servicio a través de los cuerpos de bomberos oficiales o mediante la celebración de contratos y/o convenios con los cuerpos de bomberos voluntarios, so pena de sanciones penales, disciplinarias o fiscales, si no llegan a cumplir.

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Aun así, la realidad es otra. Con corte al 14 de marzo, la delegación departamental de bomberos de Cundinamarca denunció que 36 de los 116 municipios no tienen contrato ni convenio. “¿Será que ahora nuestras comunidades, en caso de emergencia, tendrán que recurrir al Chapulín Colorado?”, reclamó jocosamente Farfán.

“Eso es lo que nos toca vivir. No siempre nuestra labor es bien recibida. Nos insultan, nos empujan o nos dicen que para qué tanto despliegue si nos demoramos”, asegura el suboficial Juan Navarrete.
Foto: Cortesía

La situación es cuestionable, pues los convenios son claves, ya que cada institución bomberil debe asumir los gastos referentes a seguridad social y ARL de sus unidades. Sin embargo, sin el respaldo de las administraciones el presupuesto no alcanza o “no hay cómo pagarlo. Al no tener un salario, no se tiene ni para eso, ni para acceder a una pensión. Es casi imposible”, confesó Navarrete.

“Estuvimos intentando montar nuestro sistema de gestión para lograr jubilarnos a los 56 años como un profesional de alto riesgo, pero hacerlo vale $700 millones y nuestro presupuesto no pasa de los $150 millones para la gestión. Se necesita una ley que cubra esas necesidades”. Aunque el 24 de julio de 2023, José Octavio Cardona, representante a la Cámara por Caldas, radicó un proyecto legislativo para modificar algunos artículos de la Ley de Bomberos y fortalecerlos económicamente (especialmente a los voluntarios), la iniciativa sigue en veremos.

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Saber de primeros auxilios hace parte de la formación. Con maniquíes, aprendimos a hacer RCP en adultos y bebés, y cómo actuar en caso de atragantamiento. Cualquier distracción era recriminada por los encargados de la jornada, con voz de mando. El entrenamiento no podía distanciarse de la realidad. Acercándonos cada vez más al momento esperado, nos ordenaron dividirnos en dos grupos y, en el menor tiempo posible, ponernos el traje contra incendios, que puede pesar hasta 30 kilos y cuesta hasta $50 millones (con casco y todo), un lujo que otros cuerpos voluntarios no pueden costear y apenas usan trapos mojados en la cara como “equipo de protección”.

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El calor era sofocante, como cocinar una carne a fuego lento. El cansancio se hacía más intenso, tras cumplir la orden de estirar y recoger adecuadamente una manguera, de casi 30 metros. Y es aquí, en este punto de la historia, donde vuelve el famoso escalador mencionado al inicio de la historia. En realidad era un maniquí; pesaba unos 80 kilos y estaba amarrado en una camilla.

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Debíamos llevarlo al unísono hasta donde estaba el supuesto helicóptero que lo iba a sacar de la zona. Sonaba fácil, pero lo que no esperábamos era que los bomberos y el capitán Farfán habían recreado toda una escena, actuando como borrachos, insultando y tirando botellas; con familiares que lloraban de angustia y se lanzaban sobre el herido, tratando de abrazarlo, y, por supuesto, periodistas que incisivamente trataban de tener datos de la persona o declaraciones sobre lo sucedido.

Nada era coincidencia y debíamos salir de ahí. Tras mucho esfuerzo, en equipo, logramos sacar al escalador, eso sí, no sano y salvo. Más bien, magullado. “Eso es lo que nos toca vivir. No siempre nuestra labor es bien recibida. Nos insultan, nos empujan o nos dicen que para qué tanto despliegue si nos demoramos”, asegura el suboficial Juan Navarrete. El día no terminaba. Sin posibilidad de tomar un sorbo de agua, nos prepararon para la última y más esperada actividad.

Primero, debíamos conocer la correcta posición al apagar un incendio y que nuestro compañero no corriera riesgo. Fue entonces que, acto seguido, las puertas de un container se abrieron, donde unas llamas nos esperaban. Encerrados y con el humo denso, activaron un estallido que nos ensordeció por algunos segundos. Ahí no hubo tiempo de pensar. El desespero estaba de vuelta. Los ojos ardían y no se podía respirar bien. Y así teníamos que activar la manguera de forma correcta, darle el turno a nuestro compañero y gatear al final de la cola. “¡Suya!”, “¡Mía!”, nos gritábamos.

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Las puertas de un container se abrieron, donde unas llamas nos esperaban. Encerrados y con el humo denso, activaron un estallido que nos ensordeció por algunos segundos.
Foto: Cortesía

Finalmente, nos ordenaron salir de la zona verde arrastrándonos y guiándonos por la manguera roja, con la excusa de aprender cómo salen los bomberos de escenarios sumamente peligrosos. Al final, terminaron bañándonos en agua y bautizándonos, como ritual de iniciación de Bomberos por un Día.

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Así cobró relevancia la placa que está a la entrada de la estación, que reza: “Solo critícanos cuando comprendas el verdadero significado de lo que es estar en nuestras botas”. Es un llamado a la comunidad para que no olvide su valor, y a un Estado que todavía mira con ojos de desinterés una profesión altruista que salva vidas. Así lo resume mejor el suboficial Juan Navarrete: “Esta es una vocación muy bonita que no llena los bolsillos, pero sí de satisfacción el corazón, y es necesario que alguien lo haga”.

Ellos lo demuestran todos los días del año: durante las temporadas secas, atendiendo incendios forestales; en invierno, deslizamientos o avenidas torrenciales, y en cualquier época los accidentes y tragedias que enfrenta la comunidad. Estar en las botas de un bombero es la oportunidad de conocer lo difícil que es su labor; todos deberían tener la oportunidad de vivirlo para apreciar su misión.

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“Solo critícanos cuando comprendas el verdadero significado de lo que es estar en nuestras botas”.
Foto: Cortesía

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Por María Angélica García Puerto

Cubre temas de seguridad, primera infancia, educación, movilidad, derechos humanos y género.@_amariag
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