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“La verdad, no me gustan las entrevistas. Después ya me relajo pero, por principio, no me gustan”, dice Tomás Rueda, con una honestidad descarnada, que fácilmente podría pasar por descortesía, sin serlo. Para Rueda la honestidad es algo fundamental en su oficio: es cocinero.
Desde hace cinco años abrió sus puertas el restaurante Donostia, enclavado en la empinada 29 bis con carrera quinta, en el centro de la ciudad; una calle cualquiera que poco a poco ha sido tomada por los restaurantes. Quien dio las primeras estocadas de ese ataque culinario, esa suerte de golpe de Estado al sector, fue Donostia, un lugar donde, según Rueda, se sirve comida mediterránea con productos locales. Tiempo después fueron instalándose los demás vecinos: Gigi, 29, La Bifería y Tábula, que es propiedad de Rueda y sus socios.
Al momento de montar Donostia, Rueda y otro de los socios propusieron el centro como el lugar ideal para instalarse. Los demás levantaron las cejas. Incluso alguno, tímidamente, sugirió que habría que poner buses para llevar y traer a los comensales debido a la inseguridad del sector. Con un poco de fe, incluso de terquedad, el cocinero y su socio, quien es arquitecto, insistieron en que la gente llegaría. “A nosotros nos gusta el centro. Además no tiene sentido que haya sectores gourmet en la ciudad, como si por fuera de ellos no existiera nada. La inmersión en esas burbujas evita que se vean buenas ofertas, buena cocina”, afirma Rueda.
El propósito culinario de Donostia y de Tábula es ofrecer buenos productos con un tratamiento adecuado para ellos. En últimas, el centro de atención, el énfasis, está en la comida, en el producto. “Los chefs se volvieron como una especie de rockstars. Uno no se come al chef, se come el plato”, dice enfáticamente Tomás Rueda.
Una mesa convoca, atrae, como un imán, un comensal hambriento, un ocioso conversador, un solitario en busca de paz y descanso. De cierta forma la idea de un restaurante entraña un concepto social, un significado colectivo. La toma del poder de los restaurantes de la 29 bis resultó en un inesperado brote de vida en un sector que era, antes del golpe, un sitio que incluso algunos llegaron a temer.
Paralelo a los planes del Distrito, que contempla una recuperación del centro de la ciudad mediante la construcción de vivienda y la mejoría en seguridad, lentamente, los aficionados a la cocina, tanto comensales como cocineros, se han ido enquistando en sectores como La Macarena, entre otros. El propósito de muchos de estos es no sólo ofrecer una opción de cocina distinta, sino repoblar el corazón de Bogotá, algo así como una rehabilitación estomacal.