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Tose nació en Manizales, hoy tiene 51 años y aún recuerda cuando viajaba junto con su familia de un lugar a otro sin parar y de vez en cuando se instalaban en grandes carpas para pasar las noches.
Antes de los años setenta no era inusual encontrar carpas gitanas en el sur y en el centro de la ciudad, como una enorme que recuerda Tose en el barrio Restrepo. Pero del año 69 al 73, por políticas de la municipalidad, las carpas en Bogotá fueron prohibidas y los gitanos debieron asentarse en barrios como La Igualdad, Patio Bonito, Primavera, La Francia y Nueva Marsella.
Hoy en día Tose vive en el barrio Galán y es el patriarca de su familia. También es juez kriss, lo cual significa que puede juzgar en ley gitana. No acostumbrado a las habitaciones, decidió tumbar algunos muros de su vivienda, como han hecho la mayoría de gitanos, para tener la cocina abierta y un espacio donde se pudieran encontrar al mismo tiempo las 20 personas del clan. Asegura que es mejor vivir en una casa, porque es más seguro, pero tendió un toldo en el tercer piso por pura nostalgia. Los gitanos poco a poco se han ido integrando a la ciudad, pero aún luchan por conservar su identidad.
Dalila Gómez tiene 35 años y vive con su familia por la Avenida 68 con calle 63, en una casa angosta de cuatro pisos, un poco desordenada, donde hay muebles y electrodomésticos. “Cosas que nos han regalado o que hemos intercambiado”, explica Dalila. “A los gitanos no nos hace felices tener fortuna ni poseer cosas, nos hace felices poder ser libres para viajar”. Pero ahora sus casas los anclan. Los tiempos modernos traen para los gitanos contradicción. Ella misma es una paradoja de mujer gitana, porque es profesional adaptada a la ciudad y al mismo tiempo una de las defensoras más activas de los derechos de su etnia.
La población rom no suele estudiar. Apenas algunos cursos de primaria para aprender a leer y escribir correctamente en castellano, porque su verdadera lengua materna es el romanés. A los 16 años se casan, las mujeres se dedican a la casa, al cuidado de los niños, la quiromancia y la lectura de cartas; y los hombres, al negocio de la familia. Los Gómez se dedican a la reparación de mecanismos hidráulicos, y los Cristo, el clan de Tose, al trabajo de metales como el cobre y el acero. Por eso, de los 5.000 gitanos que hay en el país, los profesionales pueden contarse con los dedos de la mano. Dalila tuvo que
enfrentarse a su familia para seguir estudiando, pero ahora tiene más herramientas para defender las tradiciones gitanas.
“Queremos tener más participación entre la población mayoritaria —explica Dalila— . Que nuestras formas y creencias sirvan igual en el mundo de los gadyas para no vernos obligados a transformarlas”. Por eso les gustaría tener colegios rom, para que estudiar no fuera tan problemático entre ellos, aunque por otro lado esto podría anclarlos más.
Zafiro y Violeta tienen los ojos color jade y la piel aceituna, y siempre van a bailar a los sitios donde la organización Pro-rom va a presentarse. Zafiro tiene nueve años y ya sabe leer la mano, pero a Violeta, de ocho, no le gusta. Ella se queda en jeans y tenis converse hasta el último minuto, y sólo antes de salir a bailar se pone su traje gitano. Dentro de unos siete años, ambas van a tener que casarse, pero Violeta quiere estudiar y ser doctora. Eso tendrá que hablarlo con su familia cuando sea grande.
Generación tras generación, los gitanos luchan contra la excesiva modernización de los más jóvenes para preservar su cultura, pero también la van asimilando. Cambios como el sedentarismo, la educación y las mujeres activas representan una amenaza para su tradición. Pero, paradójicamente, para mantener su clan, su kumpania, también pueden volverse su mejor carta.
En cifras
5.000 gitanos existen actualmente en el país, de los cuales casi ninguno es profesional, porque su cultura no se los permite.
Los 60 fue la década de auge de los gitanos en la capital. En esa época se encontraban carpas en el sur y en el centro de la ciudad . Uno de los barrios más representativos fue el Restrepo.
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