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Una mirada hacia la vida

Los jóvenes de la Localidad 19 se han convertido en los principales promotores de la no violencia.

María Camila Peña
05 de septiembre de 2008 - 10:25 p. m.

“Los jóvenes ¡nos declaramos desertores! y enemigos de la muerte, de la muerte a mano armada, de la muerte entrenada, de las balas disparadas, de la violencia organizada y no organizada. ¡Nos declaramos prófugos! De los cerebros bien lavados, de la paz con muerto sin nombre, de las armas por encima del hambre. ¡Nos declaramos amantes de la vida! Nos declaramos defensores de los derechos humanos, y del desarme, constructores de la cultura de no violencia”.

Los habitantes de Ciudad Bolívar todavía recuerdan el día cuando 19 mil personas acordonaron la avenida Villavicencio, la Boyacá y la Autopista Sur y se propusieron unir sus voces en contra de las armas y la violencia. A viva voz los jóvenes gritaban por la vida, por el respeto y por los derechos humanos.

Desde hace  algunos años los habitantes de la Localidad 19 se dieron cuenta de que las armas no son la manera de alejarse de la guerra. Las mujeres comenzaron a unirse para hacer valer los derechos de sus hijos y esposos. Los jóvenes entendieron que debían trabajar juntos para que dejaran de ser el constante blanco de los grupos armados ilegales que habían colonizado sus barrios y que los amedrantaban en cada esquina quitándoles sus pertenencias, ofreciéndoles drogas, metiéndose con sus novias y, en fin, haciéndolos partícipes de una guerra que protagonizaban por simple azar del destino.

Poco a poco las organizaciones sociales se hicieron fuertes y, mediante el trabajo en equipo, la comunidad fue erradicando a los “malvados”, como llaman a los integrantes de los grupos armados ilegales en Ciudad Bolívar. Pero llegaron policías y militares, y con ellos, nuevos problemas. Los soldados se aprovechaban de las jovencitas y las enamoraban dejándolas embarazadas, y los policías se hicieron dueños y señores de los barrios. Los habitantes volvieron a unirse y finalmente los jóvenes hicieron sentir su voz de protesta contra las agresiones de los uniformados. Mediante el diálogo lograron acuerdos y al poco tiempo terminaron firmando pactos de convivencia en los que la defensa de los derechos humanos era la principal causa.

La red de jóvenes

Desde comienzos de 2005, después de que asesinaran a 500 jóvenes, los habitantes de Ciudad Bolívar se dieron cuenta de que no podían seguir viviendo en medio de la guerra.  En ese momento nació la Red Juvenil e Infantil de Promotores de Derechos Humanos, que hoy cuenta con cerca de cuatro mil integrantes.

Diez días después de la gran marcha, los jóvenes invitaron a la comunidad a participar en el pacto por la vida. Ese día salieron a las calles cerca de 20 mil personas, que ese día se unieron a la consigna de los muchachos.

En los meses siguientes se organizaron una serie de reuniones entre los jóvenes y las autoridades para declarar a Ciudad Bolívar como territorio de paz. Sin embargo, en diciembre de  2005 retornó la violencia cruda: a finales de año 150 jóvenes  habían sido asesinados.

Sin importar las derrotas, los miembros de la Red siguieron fieles a sus creencias. Ellos sabían que sus manos eran sinónimo de vida y que las movilizaciones eran su única arma. Cada vez se unieron más jóvenes y niños a sus voces de protesta, y para 2007, cuando el entonces alcalde Luis Eduardo Garzón decidió unirse con 12 alcaldes del país para reglamentar el porte de armas, los integrantes de la Red de Ciudad Bolívar fueron los encargados de transmitirle el mensaje de paz a los jóvenes de las demás localidades.

Ellos fueron quienes lograron que en la Plaza de Bolívar se tocaran tambores durante 100 horas seguidas y quienes


movilizaron a más de 53 mil personas en una cadena humana por el desarme que terminó extendiéndose desde Usme hasta el monumento de Los Héroes (en total cubrieron cerca de 25 kilómetros).

En la localidad, la Red de jóvenes logró recuperar los espacios públicos en la noche, rearticular el tejido social, crear una cultura de la no violencia y establecer parámetros entre los policías y militares que en ocasiones se aprovechan de su poder y terminaban en riñas con los muchachos.

En este momento, uno de sus proyectos centrales es la articulación de territorios de paz en la localidad. La próxima semana, aprovechando la celebración de la Semana por la Paz, se comenzará con la instauración del primer territorio. Ese día los habitantes del barrio Arabia, uno de los sectores más conflictivos de la localidad, en donde conviven miembros de las Farc, bandas delincuenciales y militares, se comprometerán para no aceptar ninguna clase de violencia. “Nosotros decidimos que no queremos más guerra, que los armados no nos representan, que queremos trabajar por la cultura de la no violencia”, dijo Daisy Acevedo, miembro de la Red de jóvenes de Ciudad Bolívar.

El músico de la paz

En medio del conflicto y las luchas de los jóvenes, el teniente Cristian Camilo Triana se ha convertido en los últimos tiempos, de alguna forma, en la síntesis de los últimos sucesos en el barrio. En Ciudad Bolívar Triana cambió los conciertos con la Sinfónica del Tolima y las presentaciones del ballet de Cali por los operativos, las conversaciones sobre música clásica por las charlas con sus compañeros sobre las masacres e incautaciones de explosivos en la localidad, y el clima cálido de Ibagué por el inclemente frío de las montañas del sur de Bogotá.  “Lo único que nunca voy a hacer es cambiar mi violín por un arma. La música es mi forma de resolver los problemas y de ayudar a esta población”, dice hoy el teniente.

Este joven de 22 años, que pasó la mitad de su vida en el Conservatorio del Tolima, se ha dedicado a mostrarles a los niños y jóvenes de Ciudad Bolívar maneras alternativas de resolver los problemas: sin armas, sin violencia. Cada semana llega hasta el colegio Ises Cerros del Sur, en el barrio Potosí (sector de Jerusalén) y ante casi 20 niños comparte su mayor pasión, la música. Durante más de una hora toca rondas infantiles en el violín que lo acompañó en su tiempo de músico en Ibagué, en los días en la Escuela General Santander, cuando sus compañeros no entendían por qué quería hacerse policía, y que ahora lleva en sus travesías diarias por una de las localidades más peligrosas de la ciudad.

“Soy policía porque es mi manera de hacerle ver a la gente que hay otras formas de solucionar los conflictos. Quiero hacerles entender que es la vida y no la muerte lo que vale”, dice,   mientras aprieta fuerte el instrumento que lo hace pensar en cómo sería su vida sin las visitas a la comunidad, las sonrisas de los niños y las historias de las madres de familia que le confían sus preocupaciones.

Por los derechos humanos

La Red de jóvenes de Ciudad Bolívar se ha dedicado a trabajar para que los habitantes de la localidad conozcan y hagan respetar los derechos humanos. “El derecho a la vida, a la libertad y a la paz son inolvidables, se defienden o se conquistan”, dicen los jóvenes.

Entre los logros están la capacitación en derechos humanos de 300 líderes y el compromiso de más de 300 mil habitantes con la resistencia civil y la no violencia.

Otras acciones realizadas en la localidad son las marchas por la vida que han vinculado a cinco mil jóvenes, los 30 murales con mensajes alusivos a la paz, la movilización de 118 mil personas y la entrega de más de 90 mil volantes con mensajes alusivos al desarme.

Por María Camila Peña

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