“Debo contar que no tengo título universitario, ni tecnológico. No he escrito cuento alguno, crónica, poesía o algo por el estilo y, a pesar de todo, espero traducir en palabras a la ‘Bogotá Oscura’, que es más oscura de la que existe en el imaginario. Al escribir mis molestas impresiones, no busco culpables ni justificar comportamientos. Solo se trata de narrar algunas situaciones que allí ocurren”, lee en voz alta Rigoberto, de 68 años, habitante de calle.
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Es de noche. El frío corta la piel y diminutas gotas de lluvia caen en las mejillas de Rigoberto y de los integrantes del equipo nocturno de salud, que lo escuchan mientras lee un fragmento de algo que escribió. La brigada, que tiene planeado recorrer el sector de Galerías hasta la 1:00 de la mañana, para resolver algunas necesidades de salud de población habitante de calle, lo encontró durmiendo al pie de un edificio blanco.
Es la quinta noche del equipo que, por primera vez, lleva los servicios médicos básicos a una población excluida. Los lunes, miércoles y viernes, una a una, recorren esquinas marginales de barrios clase media, zonas de rumba y puentes desolados. Fue así como, al lado del puente de la NQS con 53, dieron con Rigoberto, quien dice que estar “soplando” en las calles desde 1979. Luego de acercarse y un cordial “buenas noches”, le ofrecen vacunas, pesarlo y toda una consulta en la calle, con su equipo móvil.
El grupo de salud viste chaqueta azul y lo integran un médico, que brinda atenciones individuales; un auxiliar de enfermería, que hace la caracterización de la población, y psicólogos y trabajadores sociales, que instalan centros de escucha durante de la noche. Además, funcionarios de Integración Social, con chaqueta amarilla, para ofrecer servicios como ir a instituciones a pasar la noche, asearse, comer y luego decidir si permanecen allí o vuelven a la calle.
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“Esta Bogotá atiborrada de historias de pobreza, discriminación, violencia, abandono, drogadicción... cada una saturada de angustia y, al parecer, sin esperanza. Soy aquel que un día decidió usar drogas como estilo de vida, pero con el paso del tiempo esas drogas le cambiaron la vida de estilo. Esto sucedió, porque no imaginé ni acepté que con el paso de los años el uso constante de drogas me llevaría a la desgracia. Hoy debo decir que mi infancia y mi adolescencia no fueron nunca un lugar seguro”, lee el hombre.
Marcela Martínez, subdirectora de Acciones Colectivas de la secretaría de Salud, cuenta que arrancaron el 25 de junio, por la zona centro de la ciudad y luego siguieron en Teusaquillo, Puente Aranda, Santa Fe, La Candelaria. “Estos ejercicios son diferenciales. Cada zona se comporta diferente. En este momento nos encontramos en Galerías, en donde hemos encontrado un número importante de habitantes de calle”.
En cinco recorridos, el grupo ha abordado a 60 personas. Esta noche van más de 10, entre ellas Rigoberto, quien es ejemplo del éxito de estas campañas, pues se dejó aplicar todas las vacunas: hepatitis B, influenza y neumococo. “¡Aplíquela! Que más de una vez me han chuzado y aquí estoy”, dijo el hombre a la funcionaria, que le preguntó si le incomodaban las agujas.
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Otros habitantes de calle son más reacios. Algunos piensan que esta brigada es de “Los Ángeles Azules”, grupos que operaban en tiempos del exalcalde Enrique Peñalosa, tiempo después de la intervención en el antiguo Bronx. Algunos los asocian a situaciones negativas, otros a una oportunidad. En otra cuadra, un habitante de calle es atendido por una herida abierta en su glúteo.
“Las principales necesidades en salud, de los habitantes de calle, no difieren de lo que requiere toda la población: acceso a los servicios de medicina. Para ellos, especialmente, buscamos brindar atención en odontología, que es otra necesidad, por todo el consumo de sustancias psicoactivas. Encontramos enfermedades respiratorias, de piel. Otra necesidad clave es el abordaje de salud mental y bienestar emocional”, añadió Martínez.
Precisamente, ser escuchados, es otra de las necesidades identificadas. En el caso de Rigoberto, el equipo se dispuso a oírlo cuando el hombre sacó un cuaderno. Con sus manos calludas sacó un estuche con unas gafas. Se las puso, pidiendo permiso y comenzó a leer: “mis malas decisiones dieron como resultado que, aun sin pensarlo, llegara a ser parte de esta Bogotá oscura. La Bogotá oscura que no habita en el paisaje de esta gran urbe, sino al interior de miles de seres humanos que ya no son la sombra de lo que un día fueron”.
En la brigada, los integrantes afirman tener una sensibilidad singular para confrontar las historias de la noche. El personal de la secretaría de Integración lleva años realizando trabajo de campo, conocen o son reconocidos por los habitantes de calle. Ellos realizan el primer contacto y abren la puerta para que la población decida si recibe los servicios de salud.
“El trabajo pretende disminuir las formas extremas de exclusión. Son personas excluidas, porque la sociedad no los recibe como a cualquier otro ciudadano. Los equipos debemos ser sensibles frente a la problemática, para poder atenderlos de la mejor manera”, añade Martínez.
La carreta de don Horacio
Durmiendo en su carreta. Así encontraron a don Horacio, de 74 años, en el centro de Bogotá. Su historia la cuenta desde el centro de atención Balcanes, en San Cristóbal. A pesar de su edad y su complicada condición de salud pulmonar, manifestó querer seguir trabajando, pues no tenía más opción. Se negaba a dejar la carreta, porque, decía, sin ella no le quedaría nada más, pero así mismo, necesitaba una máquina para poder respirar.
El médico Diego Fernando Rodríguez, especialista en medicina familiar, trabaja en la Secretaría de Salud. Cuenta que tuvieron que dejar guardada la carreta, al cuidado de un reciclador, que prometió conservarla e, incluso, envía fotos para que don Horacio esté tranquilo. No obstante, él asegura que no le importaría volver a salir en sus condiciones. “No he conocido más en la vida y no tengo familia”, dice.
Balcanes es un hogar operado por la secretaría de Integración Social y es una unidad higiénico-sanitaria, donde se prestan servicios de acogida para la población habitante de calle. “Don Horacio accedió a venir y lleva varios días con su medicina. En sus condiciones es difícil que vuelva a trabajar”, dice Rodríguez.
Sobre el equipo nocturno, Rodríguez señala: “es la respuesta a la necesidad de una población que históricamente ha sido vulnerable y maltratada por los servicios de salud. En articulación con la secretaría de Integración Social y la Secretaría de Salud, se decide unir a las dos entidades en pro de la atención integral de esta población en el marco del modelo de atención”.
Es de notar que el 13,1 % del total de la población habitante de calle censada entre este y el año pasado, presenta alguna discapacidad (más de 1.300 personas), lo que evidenció las necesidades de salud por atender. Sobre las causas que los llevaron a habitar en la calle, llama la atención que ahora la principal razón es el conflicto familiar (38,3 %), superando al consumo de drogas, segunda con 29,4 %. El panorama lo completan la pérdida de fuente de ingresos (8,1 %) y decisión propia (8,5 %).
Martínez esboza en el futuro, pasar de las brigadas en movimiento a tener puntos de atención: “esta es una de las líneas de trabajo, pero lo que estamos buscando es tener puntos fijos, tener escenarios de atención donde esté médico, odontólogo, donde posiblemente podamos llegar inclusive a tener algún abordaje por especialista en puntos de integración social”.
“Hay muchos sueños, hay muchos anhelos, hay muchas proyecciones y hacia allá va esta estrategia, buscando documentar estas historias de vida que permitan que toda la ciudadanía pueda ser más cercana del fenómeno de habitabilidad de calle”, agrega la subdirectora.
“Cuando deseo salir de esta prisión invisible ya no me es posible y debo de aceptar que estaba equivocado y que no puedo ya dar marcha atrás y abandonar el uso de sustancias psicoactivas. Es demasiado tarde, es que no supe en qué momento traspasé la línea invisible del no retorno. Llega a mi vida la segunda dimensión de la Bogotá oscura, esa que clava en mis carnes el dolor de la adicción, ese deseo de dejar el mundo de las sustancias”, termina de leer Rigoberto.
Los presentes quedan en silencio y el equipo de salud entrega un kit de comida para el hombre que guarda el cuaderno, sus gafas y vuelve a sumergirse entre la cobija polvorienta. La lluvia ha mermado.
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