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                                                                                                                              Vida y muerte de la carrera décima

                                                                                                                              La arteria vial se construyó demoliendo todo a su paso. En los 60 se convirtió en polo de desarrollo de la ciudad.

                                                                                                                              Santiago La Rotta

                                                                                                                              La tarea era titánica en una época aciaga. El mundo recién salía de la Segunda Guerra Mundial, que había dejado heridas abiertas por medio planeta, desde la Europa de Hitler hasta el Pacífico de los japoneses, cuando el médico Juan Pablo Llinás, alcalde de Bogotá para la época, decidió construir su propio teatro de guerra: demoler cinco kilómetros de viejas casas, iglesias, plazas de mercado, para ensanchar un pequeño camino colonial y convertirlo en lo que se conocería, luego de 15 años de construcción continua, como la carrera décima.

                                                                                                                              Como en tantos otros momentos de la ciudad, la renovación comenzó como un grito de auxilio, un desfogue para la congestión vial, el atraso y el caos. La solución, también como en otros tiempos, fue hacer una avenida: una avenida monumental que requeriría destruir por completo 60 metros a ambos lados de la décima entre las calles 28 y primera y, en etapas posteriores, hasta la 27 sur.

                                                                                                                              Pero el comienzo de la décima no sólo fue la construcción de una vía que se hizo literalmente encima del pasado, sino algo así como la puerta de entrada de la modernidad a Bogotá, representada en grandes edificios, comercios multitudinarios y asfalto, asfalto suficiente para pavimentar la fachada colonial de la capital e introducirla en el futuro color gris del progreso.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Llinás dejó la Alcaldía y su gran obra, como la había llamado, quedó en manos de Fernando Mazuera, quien fuera recordado por muchos años como “el alcalde ideal”. Mazuera le dio continuación al proyecto y la construcción siguió su camino devorando la ciudad existente. En 1948 las llamas del Bogotazo consumieron buena parte de la capital, excepto la décima: no había allí más que las ruinas y los hierros retorcidos de la destrucción planeada en nombre del futuro. La carrera sirvió durante la violenta jornada como refugio para los incendiarios o los perseguidos.

                                                                                                                              Ahora sí, por cualquier lado que se le mirara, Bogotá era una sola desolación. Mazuera, quien renunció el 9 de abril tan sólo para reasumir su cargo seis días después, no dio vuelta atrás y, además de liderar la reconstrucción del centro, continuó con las obras de la carrera, dorada esperanza de redención para un lugar que se devoraba a sí mismo.

                                                                                                                              Pero todo cambio implica perder algo y, en este caso, la ciudad perdió mucho en pro de mejores días. La ampliación de la décima se llevó por delante importantes edificaciones que, de una u otra forma, también tenían un poco de la historia capital encima. El ayer se iba en los afanes del futuro. La primera baja fue el Edificio Salgado, en la intersección de la décima con calle 13, que cayó con el peso de sus ocho pisos en 1952. Le siguieron, en el mismo año, la Plaza de las Nieves y la Plaza Central de Mercados. En 1956 fue el turno para el Templo y Convento de Santa Inés.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Las viejas glorias dieron paso a nuevas divas de la arquitectura, en su mayoría creadas por la firma Cuéllar Serrano Gómez, que emplazaría en el lugar de la difunta Plaza de las Nieves el Edificio para la Acción Popular, de 13 pisos. El estrellato arquitectónico de la décima se lo disputaron dos grandes edificaciones: la sede del Banco de Bogotá (levantada en 1959) y el Hospital San Juan de Dios. El primero fue, en su momento, la construcción más grande del país (18 pisos) y el segundo fue considerado en 1952, año de la inauguración de su nuevo edificio, el hospital de mayor tamaño en Colombia, con capacidad para 1.200 personas; la obra, de ocho pisos, también fue realizada por Cuéllar Serrano Gómez.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Los años pasaron y las empresas cada vez con más frecuencia fueron migrando hacia el norte. La décima, lejos de su esplendor y de la tormentosa proeza de su parto, comenzó a pudrirse bajo el peso de la inseguridad, el abandono y el desprecio del común de los bogotanos, que veían en ella un embudo de transporte público, contaminación y altas probabilidades de ser atracado.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              La tarea era titánica en una época aciaga. El mundo recién salía de la Segunda Guerra Mundial, que había dejado heridas abiertas por medio planeta, desde la Europa de Hitler hasta el Pacífico de los japoneses, cuando el médico Juan Pablo Llinás, alcalde de Bogotá para la época, decidió construir su propio teatro de guerra: demoler cinco kilómetros de viejas casas, iglesias, plazas de mercado, para ensanchar un pequeño camino colonial y convertirlo en lo que se conocería, luego de 15 años de construcción continua, como la carrera décima.

                                                                                                                              Como en tantos otros momentos de la ciudad, la renovación comenzó como un grito de auxilio, un desfogue para la congestión vial, el atraso y el caos. La solución, también como en otros tiempos, fue hacer una avenida: una avenida monumental que requeriría destruir por completo 60 metros a ambos lados de la décima entre las calles 28 y primera y, en etapas posteriores, hasta la 27 sur.

                                                                                                                              Pero el comienzo de la décima no sólo fue la construcción de una vía que se hizo literalmente encima del pasado, sino algo así como la puerta de entrada de la modernidad a Bogotá, representada en grandes edificios, comercios multitudinarios y asfalto, asfalto suficiente para pavimentar la fachada colonial de la capital e introducirla en el futuro color gris del progreso.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Llinás dejó la Alcaldía y su gran obra, como la había llamado, quedó en manos de Fernando Mazuera, quien fuera recordado por muchos años como “el alcalde ideal”. Mazuera le dio continuación al proyecto y la construcción siguió su camino devorando la ciudad existente. En 1948 las llamas del Bogotazo consumieron buena parte de la capital, excepto la décima: no había allí más que las ruinas y los hierros retorcidos de la destrucción planeada en nombre del futuro. La carrera sirvió durante la violenta jornada como refugio para los incendiarios o los perseguidos.

                                                                                                                              Ahora sí, por cualquier lado que se le mirara, Bogotá era una sola desolación. Mazuera, quien renunció el 9 de abril tan sólo para reasumir su cargo seis días después, no dio vuelta atrás y, además de liderar la reconstrucción del centro, continuó con las obras de la carrera, dorada esperanza de redención para un lugar que se devoraba a sí mismo.

                                                                                                                              Pero todo cambio implica perder algo y, en este caso, la ciudad perdió mucho en pro de mejores días. La ampliación de la décima se llevó por delante importantes edificaciones que, de una u otra forma, también tenían un poco de la historia capital encima. El ayer se iba en los afanes del futuro. La primera baja fue el Edificio Salgado, en la intersección de la décima con calle 13, que cayó con el peso de sus ocho pisos en 1952. Le siguieron, en el mismo año, la Plaza de las Nieves y la Plaza Central de Mercados. En 1956 fue el turno para el Templo y Convento de Santa Inés.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Las viejas glorias dieron paso a nuevas divas de la arquitectura, en su mayoría creadas por la firma Cuéllar Serrano Gómez, que emplazaría en el lugar de la difunta Plaza de las Nieves el Edificio para la Acción Popular, de 13 pisos. El estrellato arquitectónico de la décima se lo disputaron dos grandes edificaciones: la sede del Banco de Bogotá (levantada en 1959) y el Hospital San Juan de Dios. El primero fue, en su momento, la construcción más grande del país (18 pisos) y el segundo fue considerado en 1952, año de la inauguración de su nuevo edificio, el hospital de mayor tamaño en Colombia, con capacidad para 1.200 personas; la obra, de ocho pisos, también fue realizada por Cuéllar Serrano Gómez.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Los años pasaron y las empresas cada vez con más frecuencia fueron migrando hacia el norte. La décima, lejos de su esplendor y de la tormentosa proeza de su parto, comenzó a pudrirse bajo el peso de la inseguridad, el abandono y el desprecio del común de los bogotanos, que veían en ella un embudo de transporte público, contaminación y altas probabilidades de ser atracado.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Por Santiago La Rotta

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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