Andrés Fernando Hurtado (partero improvisado), Edwin Mesa (persiguiendo sicarios), Jhonny Cabuya (una vida es una vida), Mario Gil (vivir en el riesgo), Ronaldo Castro (contra andas criminales) y Flor Cómbita (barras bravas)
El desagradable episodio protagonizado la semana pasada por Nicolás Gaviria, quien se hizo pasar por sobrino del expresidente César Gaviria y agredió a unos agentes de Policía, se convirtió en uno de los escándalos más sonados de este año. Con sus famosas frases “Usted no sabe quién soy yo” y “Yo a usted lo mando al Chocó”, este joven de 29 años ha salido en todos los medios de comunicación y ha sido blanco de críticas en las redes sociales por amenazar a los uniformados con un tráfico de influencias que resultó ser falso, pues el expresidente Gaviria negó que fuera su familiar.
Todos terminaron por darle protagonismo a este sujeto. Sin embargo, hay otro lado de esta historia que los ciudadanos poco conocen y es el de los policías que a diario tienen que lidiar con estas amenazas. Ellos aseguran que las personas por quienes, como dicen, “arriesgan su vida” poco o nada saben de sus vidas y sus carreras, pero a pesar de ello los insultan y señalan. Una patrullera que trabaja con las barras bravas, un intendente de antiexplosivos y un patrullero que tuvo que servir de partero son algunas de las historias que encontró este diario.
Contra las bandas criminales
Ronald Castro, de 30 años, egresó como oficial en 2003 y estuvo en Caquetá (Puerto Rico, San Vicente del Caguán y Florencia). Luego hizo carrera como policía judicial y pasó por el Urabá antioqueño y el Magdalena como jefe del grupo contra bandas criminales, homicidio y hurto. Por eso no le asusta que lo amenacen con enviarlo a zona de conflicto. Desde agosto del año pasado está en la Sijín de Bogotá como jefe del grupo contra hurto a residencias, dedicado a desmantelar bandas de apartamenteros en la capital. Curiosamente, las que ha desmantelado amenazan las viviendas de personas como Nicolás Gaviria, que viven en apartamentos estrato seis. “El de las Yayitas fue el que más boom ha tenido, pero hemos desarticulado tres bandas importantes, una que tiene más de 140 robos en Bogotá y delinquía en Usaquén. Hemos trabajado con interceptaciones de líneas, agentes encubiertos y todos los medios técnicos necesarios. Es un trabajo de mucha paciencia, pero cuento con un gran grupo de policías”.
“No tengo mucho que decir de Nicolás Gaviria. Resalto la actitud de los policías. Es difícil para cualquier ciudadano en sus zapatos no haber reaccionado ante las humillaciones. Pero actuaron con paciencia y mesura. Si hubieran reaccionado, la historia serían ellos. Sin embargo, fueron decorosos y asumieron el rol como uniformados”.
“Una vida es una vida”
El patrullero Jhony Cabuya, de 27 años, lleva ocho años como policía. En sus primeros años estuvo en Antioquia y Cauca, dedicado a la erradicación manual de cultivos ilícitos, actividad que cada día trae un riesgo. Desde 2010 lo trasladaron a Bogotá, a la localidad de Suba. Y como para él “una vida es una vida”, no lo pensó dos veces para salvar a una perrita que se estaba ahogando en el humedal Juan Amarillo. “A las 9:30 de la noche llamaron para contarnos que unos indigentes habían tirado una perrita, con sus patas amarrada, al humedal. Cuando llegamos, el animal estaba lejos de la orilla, llorando y muy asustado. Por eso tomé la decisión de meterme al agua para rescatarlo. Hoy la perrita la tenemos en la estación de Suba, duerme en la oficina del subcomandante y tiene su propia casita”.
Ante casos como el de Nicolás Gaviria señaló: “Me gustaría que la gente dejara de criticar a los policías, porque no se dan cuenta que también somos seres humanos. No saben lo que uno sacrifica, como el tiempo con su familia ,y todo lo que uno arriesga por los demás. La gente debería valorar más el trabajo de los policías”.
El partero improvisado
A sus 25 años, el patrullero Andrés Fernando Hurtado tuvo que vivir una de las escenas más conmovedoras, a pesar de no tener hijos: ayudar en el nacimiento de una pequeña. No es médico, pero hace 15 días le tocó improvisar con lo que aprendió en la institución sobre primeros auxilios y ayudar a una mujer que dio a luz en la patrulla de la Policía.
La mujer estaba en la calle intentando tomar un taxi para ir al hospital, pero nadie la quiso llevar. Hurtado iba en el vehículo de la Policía y vio de lejos una decena de personas en un círculo. Un ciudadano le pidió que le ayudara a una joven embarazada que necesitaba una clínica con urgencia. Él se dio cuenta de que la bebé ya estaba a punto de salir, entonces, junto con un familiar de la mujer y otro ciudadano, improvisaron una sala de parto en la patrulla. Así nació Fernanda, cuyo nombre fue puesto en su honor.
Este bogotano entró a la Policía a prestar el servicio militar el 1º de octubre de 2007, pero decidió quedarse porque había sido su sueño desde muy pequeño. Cuando le preguntan sobre los estigmas de los uniformados dice que con esta profesión se ha vuelto más paciente, pero sobre todo ha aprendido a tolerar que las personas son distintas. No se lleva bien con quienes menosprecian a los demás con insultos discriminatorios.
Este joven interrumpe la conversación para contar que haber recibido a Fernanda lo impulsó a seguir con su sueño de ser médico. Espera que algún día pueda hacerlo, sin dejar la Policía. Cuenta, además, que sigue en contacto con la mujer a la que ayudó. De hecho, esta semana recogió fondos con sus altos mandos y sus compañeros para hacerle un baby shower, pues la familia es de escasos recursos. Según él, para eso se inscribió hace nueve años en la Policía: para ayudar a familias como la de Fernanda.
De barras bravas a hinchas ejemplares
Flor Cómbita tiene 42 años, es madre cabeza de familia y tiene tres hijos que están en una de las etapas más difíciles para un padre: la adolescencia. Fuera de luchar a diario por ellos, dedica gran parte de su tiempo a ayudar a los hijos de otros. Es patrullera de la Policía desde hace 24 años y trabaja con jóvenes de barras bravas para mostrarles una opción diferente a la violencia. “Mi papá fue policía y quise seguir sus pasos. Cuando me gradué como agente, fui una de las primeras en pertenecer a las fuerzas especiales y grupos contraguerrilla, donde uno arriesga la vida por proteger la de otros. Hace 12 años trabajo en Bogotá, en prevención con niños y jóvenes”.
El programa que lidera se llama “Jóvenes a lo bien”, estrategia desarrollada en alianza con el Sena, en la cual trabaja con los barristas de la localidad de Kennedy. “No les pedimos que renuncien al amor por su equipo de fútbol, pero les enseñamos que pueden disfrutar sin tirar cuchillo”, cuenta Flor. A cambio les ofrecen la posibilidad de estudiar una tecnología y crear empresa. Explotan ese amor por el deporte y los convierten en instructores deportivos para que lideren escuelas de fútbol en los barrios, a través de las cuales pueden compartir ese mensaje con los niños que ven en las barras bravas un modelo a seguir. “Cambiamos esa desconfianza y esa estigmatización para convertirlos en ejemplo para la comunidad”, agrega Flor. El programa cumple seis años y por él han pasado casi 600 jóvenes que hoy multiplican las enseñanzas que promueve esta agente, de cuyo trabajo pocos sabían.
Vivir en el riesgo
“El mayor peligro de Nicolás Gaviria es salir mal en una foto. El mío es no morir cuando a diario desactivamos una bomba”, dice el intendente Mario Gil, policía de antiexplosivos de la Metropolitana de Bogotá, refiriéndose al desagradable episodio de la semana pasada.
Este oriundo de Facatativá llegó a la Policía el 17 de mayo de 1994. La razón: no podía entrar a la universidad, pues sus abuelos no tenían el dinero, así que en la institución vio la oportunidad de hacer una carrera.
La vida de Mario Gil siempre está en riesgo. Aún no sabe por qué quiso presentarse al escuadrón de antiexplosivos, pero afirma que fue su mejor decisión, aunque todos los días viva con la incertidumbre de no saber qué va a pasar. Pero eso no le importa, porque prevalece “saber que puedo ayudar a decenas de personas y puedo darles la oportunidad de ver otro día más”.
Ya se ha salvado de muchas situaciones peligrosas. Recuerda, por ejemplo, cuando le tocó desactivar un carro bomba en el barrio Acevedo, cerca de la Universidad Nacional, en 1999. “Un campero de color rojo explotó una carga en la llanta trasera. Nos pusimos a detallar más el vehículo y nos dimos cuenta que en el tablero del carro había otra bomba. Era una carga de 60 kilos de dinamita en el tanque de gasolina. Duramos medio día en esas. Estábamos tan concentrados que ni siquiera me di cuenta que llovió a cántaros”, cuenta.
Hay dos órdenes que los policías de antiexplosivos deben tener siempre en cuenta. La primera es que el artefacto debe desactivarse en el menor tiempo posible. La segunda, el profesional debe evitar acercarse a la bomba. No es una tarea fácil. Hay que desactivar el artefacto casi con la mirada. Cuando alista el equipo y sale, dice este intendente, el trayecto de la base a la posible bomba es eterno. Empieza a pensar en las posibilidades de que estalle, en la ruleta que puede ser la vida. Hoy desactiva, pero siempre está la incertidumbre de que no lo logre mañana. Sin embargo, dice que cuando llega al lugar en riesgo y sabe que la vida de los demás depende de su trabajo, ahí, en ese momento, se le quita el miedo.
Por eso le duele que aquellos por los que arriesga su vida crean que es un ignorante y un corrupto. Ha tenido que lidiar con varios Nicolás Gaviria, pero asegura que eso le ha enseñado a ser un hombre paciente. “Nadie sabe del pasado y el presente del vecino para juzgarlo por su profesión o sus gustos. Hay policías corruptos, pero no todos somos así. Yo juro que lo que me he ganado ha sido con mi sueldo”, puntualiza.
Persiguiendo sicarios
Edwin Mesa tiene 19 años e ingresó a la Policía por obligación. Sin embargo, hoy está convencido de que quiere seguir en la institución. Es auxiliar bachiller y a pesar de su corta edad tiene claro que la labor de los uniformados es ayudar a los demás. Aunque presta seguridad en puentes peatonales de la localidad de Kennedy y su única arma es un bolillo, eso no le impidió reaccionar para ayudar en la captura de un sicario.
“Estaba de servicio en uno de los puentes de la avenida Primero de Mayo. Escuché unos disparos y cuando miré, logré observar que un sujeto le estaba disparando a un ciudadano. Cuando emprendió la huida, me bajé del puente para perseguirlo. Vi cuando se escondió en una carpintería. Me quedé hasta que llegaron las unidades de apoyo. Luego me devolví por el herido, para trasladarlo a un centro asistencial. Finalmente lo llevaron otros oficiales”.
Sobre los episodios de agresiones a uniformados, dice que en el mundo hay muchas personas resentidas que solo viven para hacer daño. “Muchos no tienen en cuenta que un policía tiene familia y a pesar de eso hace un sacrificio grande, al estar en la calle para trabajar por la gente. Eso lo deberían valorar. Ellos no saben quiénes somos nos que portamos un uniforme”.