Sobre los vestigios de lo que en otro tiempo fue el corazón industrial del país, cuatro trabajadores de una fábrica de plásticos fuman un cigarrillo antes de ir a casa. Algunos llevan 10 horas trabajando y, aunque no viven lejos, con las últimas caladas se alistan para un recorrido en transporte público, mínimo de 50 minutos. Cuando se enteran de que en el futuro 20.000 familias vivirán en los alrededores de la fábrica, en donde hoy solo hay bodegas vacías, bromean con la idea de arrendar en la zona, para “evitarse el viajecito y llegar en menos de cinco minutos a casa”.
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En efecto, lo que suena a utopía laboral será un hito en el desarrollo urbanístico de la ciudad y está a punto de concretarse con la adopción de la Actuación Estratégica (AE) Zona Industrial de Bogotá (ZIBo). Las AE son un instrumento del POT, que apartó 25 zonas con alto potencial de desarrollo, para facilitar la revitalización de su infraestructura y su dinámica social. La primera que se adoptó fue la AE Distrito Aeroportuario, en Engativá y Fontibón, la cual ha suscitado un intenso debate entre autoridades y vecinos, por los viejos temores de gentrificación y desalojo. Esto, sin duda, será uno de los mayores desafíos de la figura, que tendrá que resolver RenoBo, operador urbano de Bogotá, designado para su implementación.
Pero en el caso de ZIBo el panorama parece diferente. En las 541 hectáreas delimitadas, entre corredores como la calle 26, la carrera 30 y Las Américas viven cerca de 18.000 personas, a diferencia de las 60.000 que viven en inmediaciones del Distrito Aeroportuario. Además, la mayoría son bodegas, fábricas modestas de plásticos, alimentos, textiles y químicos, talleres de mecánica y una que otra tienda donde los trabajadores se abastecen.
De ahí que la socialización de esta AE se desarrollara en un marco más tranquilo. De hecho, la mayoría se muestran interesados en darles un segundo aire al sector y a sus predios, con el potencial de inversión que tiene ZIBo. El entusiasmo lo mueven el concepto de la AE y las imágenes de los rénder donde todo mejora su fachada y se convierte en hospedajes para estudiantes y trabajadores, con bibliotecas, exposiciones de arte y comercios.
Implementar buenas prácticas
Probablemente, en el contexto bogotano, a muchos les resulte sorpresivo que todo ese compendio de bodegas tengan el potencial endilgado por el POT. Sin embargo, en otros países, la visión es distinta. Ciudades como Londres, Nueva York y Birmingham encontraron nichos de densificación en sus viejos distritos industriales. Allí, donde antes había grandes empresas, hoy son nuevos centros residenciales y de desarrollo económico. Para el caso bogotano, hay una oportunidad única de reutilización, para obtener grandes beneficios.
En primer lugar, su ubicación, rodeada por importantes corredores viales, le otorgan el perfil para cumplir aquel mantra de la ciudad de los 30 minutos. Y no porque todo quede cerca, sino porque, de manera literal, casi cualquier punto de la ciudad quedaría al término de esa distancia. Otras zonas más alejadas están a 40 o máximo 50 minutos, lo cual es una ventaja respecto a las zonas de expansión periféricas.
Otro beneficio es el potencial de reutilización. A diferencia de otros proyectos de revitalización, en esta AE no sería necesario demoler tanto, sumado a que varios de los edificios son patrimonio arquitectónico e histórico. A la larga, todo se traduce en un beneficio medioambiental, pues se ha comprobado el reúso de edificios que reduce la huella de carbono del proceso constructivo hasta un 70 %, y gracias a su ubicación disminuirían los gases de efecto invernadero, por la reducción de viajes a otras zonas de la ciudad.
Cambio de chip
El problema principal es que tanto inversionistas como potenciales pobladores precisan de un cambio de mentalidad respecto a las lógicas urbanas. Que Bogotá reconozca el potencial de sus zonas industriales, en donde ya hay vías, espacios públicos para adecuar y edificios para reutilizar, no es mera casualidad.
El crecimiento desordenado de nuevas edificaciones (cada vez más altas) y de nuevos conjuntos residenciales son, en opinión de arquitectos y urbanistas, el resultado de una expansión de negocio inmobiliario en detrimento de la calidad paisajística. De ahí que aquí solo veamos bodegas estériles a la espera de ser ocupadas.
Las gestiones, al menos del lado inversionista, según pudo conocer El Espectador, parecen apuntar a la reutilización, lo que representaría una utilidad económica importante. Además, todo parece indicar que ZIBo está destinada a convertirse en un nuevo centro de actividad estudiantil y artística. La futura construcción de centros de estudio como resultado la sede de la Facultad de Artes de la U. Distrital, el Campus de Ciencia, Tecnología e Innovación de Bogotá, y otros proyectos que hacen que esta AE esté llamada a ser motor para el desarrollo académico.
Faltan detalles mínimos para que ZIBo quede en firme. La adopción, sin embargo, solo será el primer paso para que en 10 años la nostalgia industrial de este viejo estandarte de la economía nacional vuelva a vibrar, solo que en sintonía de nuevas dinámicas urbanas de una Bogotá con una mejor calidad de vida.
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