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No vuelan ni nadan como peces, pero han logrado moverse por todo el planeta. En lo profundo del océano habita un grupo de criaturas llamadas ofiuras (también conocidas como estrellas frágiles) que han conseguido conectar ecosistemas de aguas profundas en regiones tan lejanas como Islandia y Tasmania. Un nuevo estudio, publicado este 24 de julio en la revista Nature, reconstruyó la historia evolutiva de estos animales y reveló que, a pesar de vivir a miles de metros bajo el nivel del mar, su distribución es amplia y diversa.
De manera más específica, las ofiuras son parientes de las estrellas de mar. Tienen cuerpos pequeños, brazos delgados y largos, y viven en los fondos marinos desde hace más de 480 millones de años. Son criaturas silenciosas, invisibles para la mayoría, pero desempeñan un papel crucial en los ecosistemas abisales. Lo que no sabíamos, hasta ahora, es que también son viajeras extraordinarias.
El hallazgo es el resultado de un análisis genético sin precedentes. Un equipo internacional de científicos secuenció el ADN de más de 2.600 ofiuras, recolectadas durante décadas en cientos de expediciones científicas, y conservadas en 48 museos de historia natural de todo el mundo. A partir de esa información, reconstruyeron su árbol genealógico con una precisión nunca antes lograda.
“La mayoría de las personas asume que las profundidades marinas son remotas, oscuras y aisladas”, explicó a Europapress Tim O’Hara, autor principal del estudio y curador del Instituto de Investigación de los Museos Victoria, en Australia. “Pero lo que encontramos fue justo lo contrario: son una gran red interconectada por corrientes oceánicas profundas que transportan las larvas de estos animales por distancias enormes”.
Las ofiuras no migran activamente como los peces, pero sus larvas, microscópicas y resistentes, pueden flotar durante semanas o incluso meses. Gracias a las corrientes abisales, que fluyen a más de 4.000 metros de profundidad, esas larvas pueden viajar miles de kilómetros sin tocar tierra firme. Esa capacidad les ha permitido dispersarse y colonizar fondos marinos en todos los océanos del mundo.
El equipo encontró conexiones evolutivas sorprendentes: algunas especies del Atlántico Norte están emparentadas con especies del sur de Australia, mientras que otras de Nueva Zelanda comparten vínculos con habitantes del Ártico. Sin embargo, esa conectividad no significa uniformidad. Cambios climáticos antiguos, barreras geográficas y eventos de extinción han contribuido a una alta diversidad biológica en las profundidades.
Además de resolver un enigma biológico sobre la distribución de estas criaturas, el estudio tiene implicaciones urgentes. Las actividades humanas como la minería submarina, la pesca de arrastre profunda y el cambio climático amenazan cada vez más estos ecosistemas. Y si bien muchos los consideran lejanos e intocables, este trabajo demuestra que están más conectados (y más vulnerables) de lo que pensábamos.
“Las profundidades marinas son como una superautopista para la biodiversidad, pero también son increíblemente frágiles”, concluye O’Hara. Comprender cómo se mueve y distribuye la vida en estos ambientes es clave para diseñar políticas de conservación, antes de que la presión humana deje daños irreversibles en el último gran refugio del planeta.
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