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Hace 6.000 años, la ropa que vestimos ayudó a que una bacteria se volviera más letal

Un nuevo estudio revela que los cambios en la forma de vestir durante el Neolítico, como el uso de lana, pudieron impulsar la evolución de peligrosas bacterias transmitidas por piojos.

Redacción Ciencia

23 de mayo de 2025 - 10:38 a. m.
El piojo humano, Pediculus humanus, es un ectoparásito chupador de sangre obligado que ha coevolucionado con los humanos durante milenios. /Getty
Foto: Getty Images - KevinDyer
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Todos hemos escuchado que los piojos, además de ser molestos, pueden transmitir enfermedades graves. Los científicos han estudiado tres bacterias que se transmiten con los piojos: la bartonella quintana, que causa la fiebre de las trincheras, una enfermedad que fue común en soldados durante guerras; la rickettsia prowazekii, responsable del tifus epidémico, una infección muy grave que puede ser mortal si no se trata; y la borrelia recurrentis, que produce la fiebre recurrente, caracterizada por episodios repetidos de fiebre alta. Lo más interesante de estas bacterias, sin embargo, es su pasado.

Todas comparten un pasado evolutivo curioso. Sus antepasados, hace miles de años, se transmitían originalmente por garrapatas, no por piojos. A medida que evolucionaron y se adaptaron a los piojos como nuevos vectores (los insectos que hoy las transmiten), estas bacterias también se volvieron más peligrosas, con mayor capacidad de causar enfermedad grave (virulencia) e incluso la muerte (letalidad). Sin embargo, los científicos todavía no entienden muy bien cómo ocurrió ese cambio evolutivo, ni por qué estas bacterias se volvieron más especializadas en los piojos y más dañinas para los humanos. Es un tema que sigue siendo investigado. Precisamente, un nuevo estudio publicado en Science apunta a un elemento que no se tenía tan claro en el radar de esta historia: la ropa.

Para entender cómo surgieron y evolucionaron estas bacterias, los investigadores estudiaron un gran número de muestras de ADN antiguo. Dentro de ese análisis, encontraron cuatro personas que vivieron en la antigua Gran Bretaña y que estaban infectadas con Borrelia recurrentis. Luego, analizaron en detalle el ADN de esas bacterias usando un método llamado “shotgun” de genoma completo, que permite leer grandes partes del material genético. Así obtuvieron información suficiente para comparar las bacterias antiguas con las actuales y ver cómo están emparentadas.

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Gracias a esto, pudieron calcular cuándo se separó evolutivamente B. recurrentis de su pariente más cercano, una bacteria transmitida por garrapatas, usando para eso las fechas de radiocarbono de los restos humanos. Y además, los autores pudieron también reconstruir cómo ha cambiado el conjunto total de genes (pangenoma) del grupo Borrelia a lo largo del tiempo, aprovechando las diferencias genéticas disponibles.

Con estos datos, estimaron que B. recurrentis se separó evolutivamente de su pariente más cercano, Borrelia duttonii (que es transmitida por garrapatas), hace entre 6.000 y 4.000 años. Este momento, explican los autores en el estudio, coincide con una etapa clave en la historia humana: el Neolítico y la Edad del Bronce, cuando las sociedades humanas empezaron a cambiar su estilo de vida, por ejemplo, usando textiles de lana. Estos cambios posiblemente crearon nuevas condiciones que facilitaron la aparición y expansión de bacterias como B. recurrentis, que usan al ser humano como hospedero.

“Nuestros resultados sugieren que los cambios culturales humanos, como la adopción de prendas de vestir de lana o de otros materiales, pueden influir en la aparición y diversificación de nuevos patógenos”, escriben los investigadores en el estudio. En otras palabras, la forma en que vivimos, nos vestimos y nos agrupamos puede moldear directamente la evolución de las enfermedades. La transición a materiales como la lana, que probablemente ofrecían un ambiente más favorable para los piojos, pudo haber facilitado que estos insectos se convirtieran en vectores eficientes de estas bacterias.

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Además, los científicos lograron reconstruir el conjunto completo de genes de la bacteria a lo largo del tiempo (lo que se llama un “pangenoma temporal”). Esto les permitió observar cómo algunos genes, especialmente aquellos relacionados con la organización del material genético (como los genes que controlan cómo se reparten los plásmidos), han ido cambiando en los últimos 2000 a 1000 años.

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