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¿Cómo sabe el cerebro si algo es real o imaginado? Un nuevo estudio da pistas

El cerebro activa regiones similares cuando imaginamos algo y cuando lo vemos realmente, lo que plantea una duda: ¿cómo distingue lo real de lo imaginado? Un nuevo estudio revela que una zona visual llamada giro fusiforme evalúa la intensidad de las señales sensoriales para ayudar en esa decisión, apoyada por otras áreas que actúan como “jueces” internos.

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15 de junio de 2025 - 05:12 p. m.
En los últimos años, la neurociencia ha mostrado que cuando imaginamos algo, nuestro cerebro activa muchas de las mismas zonas que usa cuando realmente vemos ese algo. /Getty
En los últimos años, la neurociencia ha mostrado que cuando imaginamos algo, nuestro cerebro activa muchas de las mismas zonas que usa cuando realmente vemos ese algo. /Getty
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Los seres humanos tenemos la capacidad de imaginar cosas que no son reales en el momento y escenario en el que estamos. Por ejemplo, como visualizar una playa mientras estamos en la casa. Para hacerlo, el cerebro reutiliza partes del sistema visual que normalmente se usan para ver el mundo. Es decir, cuando imaginamos algo con mucha claridad, como el color del mar o el movimiento de las olas, nuestro cerebro activa las mismas regiones que usaría si realmente estuviéramos viendo esa playa. Esta capacidad es muy útil porque nos permite planear, recordar y soñar. Pero también plantea una pregunta muy interesante: ¿cómo sabe el cerebro si lo que percibe es real o solo imaginado?

Un nuevo estudio publicado en la revista científica Cell ayuda a responder esta pregunta. Los científicos descubrieron que el cerebro toma esta decisión basándose en la intensidad de la actividad sensorial en una región visual llamada giro fusiforme, una región del cerebro ubicada en la parte inferior del lóbulo temporal, cerca de la corteza visual. Aunque su nombre suena algo técnico, cumple funciones esenciales que usamos todos los días, como reconocer caras, identificar objetos complejos, leer palabras y distinguir detalles visuales finos. Es especialmente conocido por su rol en el reconocimiento facial.

El giro fusiforme mide la intensidad de la señal sensorial, ayudando al cerebro a distinguir si lo que estamos viendo es real o es imaginado. Cuando imaginamos, la señal suele ser más débil que cuando vemos algo realmente. El cerebro usa esta diferencia de intensidad para decidir si algo es real o imaginado. Lo interesante es que esta “decisión” no ocurre en las zonas más básicas de la visión, sino en zonas más avanzadas, que procesan objetos más complejos. Sin embargo, no es a prueba de error: cuando esta región se activa muy intensamente —porque imaginamos algo con claridad— puede llevar a confusiones. Es decir, si la imaginación es muy vívida, el cerebro podría tomarla como una experiencia real.

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Por eso, los investigadores también descubrieron que otras áreas del cerebro, como la corteza prefrontal medial dorsal y la ínsula anterior, participan en tomar la decisión de si algo es real o imaginado. Estas áreas parecen actuar como “jueces”, evaluando si las señales del giro fusiforme son lo bastante fuertes como para etiquetarlas como reales. Estas regiones están conectadas entre sí: la ínsula anterior parece “leer” lo que ocurre en el giro fusiforme. Curiosamente, dicen los científicos en su estudio, estas mismas zonas están involucradas en personas que experimentan alucinaciones auditivas, lo que sugiere que cuando esta red no funciona bien, puede fallar el monitoreo de la realidad.

Para llegar a todas estas conclusiones, los investigadores diseñaron un experimento en el que participaron 26 personas adultas sanas. Antes del experimento principal, cada participante pasó por una fase de preparación. Primero, completaron un cuestionario que evaluaba qué tan vívidas podían ser sus imágenes mentales. Luego, practicaron detectando figuras llamadas “rejillas” (formadas por líneas inclinadas) dentro de un fondo con ruido visual, parecido al de una televisión sin señal. A cada persona se le asignaron entonces dos orientaciones de rejilla y se ajustó la visibilidad de esas figuras hasta encontrar el punto justo en el que fueran detectables el 70 % del tiempo. Esto aseguraba, explican los investigadores, que la tarea no fuera ni muy fácil ni demasiado difícil.

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Después de eso, practicaron imaginar las rejillas mientras veían el ruido visual en pantalla. En esta fase, también se les pedía comparar lo que imaginaban con una figura que aparecía brevemente, como una manera de verificar que realmente estaban imaginando lo correcto. Solo quienes pasaban esta etapa con éxito podían continuar. Finalmente, ensayaron el experimento principal y se ajustaron los parámetros para que todo funcionara bien dentro del entorno del escáner cerebral. Durante la parte principal del estudio, ya dentro del escáner de resonancia magnética, los participantes completaron varias pruebas. En cada bloque del experimento, se les pedía imaginar una rejilla con una orientación específica mientras intentaban detectar otra que podía o no aparecer dentro del ruido visual.

En algunos bloques, la rejilla imaginada coincidía con la que debían detectar (condición congruente), y en otros era distinta (condición incongruente, se lee en el estudio). Esta manipulación permitía a los científicos ver si la imaginación interfería o influía en la percepción visual. Al finalizar cada bloque, los participantes también reportaban qué figura habían estado imaginando para confirmar que seguían bien las instrucciones.

Este estudio ayuda a construir un modelo general de cómo el cerebro monitorea la realidad. Pero también abre la puerta a nuevas preguntas: ¿este mecanismo funciona igual con otros tipos de estímulos, como sonidos o movimientos? ¿Qué pasa en situaciones más complejas, como en la realidad virtual? Los autores proponen que futuras investigaciones usen diferentes contextos para seguir explorando cómo el cerebro logra mantenernos anclados en lo real, evitando que confundamos nuestras ideas con el mundo que nos rodea.

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