Publicidad

Podemos extinguir las ratas y los mosquitos que trasmiten malaria, ¿pero debemos hacerlo?

Un grupo de científicos plantea un debate ético poco abordado sobre la extinción deliberada de especies mediante modificación genética. Analizan casos como el gusano barrenador, los mosquitos que trasmiten la malaria y las ratas invasoras, cuestionando cuándo es justificable eliminar una especie que amenaza la salud humana o el ecosistema.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
25 de mayo de 2025 - 03:24 p. m.
Algunas especies, como el ratón doméstico (Mus musculus), la rata negra (Rattus rattus) y la rata parda o noruega (Rattus norvegicus), se están considerando como posibles objetivos de tecnologías genéticas que alteran el equilibrio entre sexos (por ejemplo, haciendo que nazcan más machos que hembras), con el fin de lograr su extinción local. /Getty
Algunas especies, como el ratón doméstico (Mus musculus), la rata negra (Rattus rattus) y la rata parda o noruega (Rattus norvegicus), se están considerando como posibles objetivos de tecnologías genéticas que alteran el equilibrio entre sexos (por ejemplo, haciendo que nazcan más machos que hembras), con el fin de lograr su extinción local. /Getty
Foto: Getty Images - Alexander W Helin
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Existe un debate ético que un grupo de científicos considera que no se está abordando. En un artículo de opinión recientemente publicado en Science, este grupo, compuesto por biólogos, ecólogos y sociólogos, busca ponerlo sobre la mesa. Titulan su texto, traducido del inglés, Extinción deliberada mediante modificación genómica: un desafío ético.

La pregunta es una y es relativamente simple: cuando se presta tanta atención al valor de la biodiversidad y la conservación de las especies, ¿qué circunstancias, paradójicamente, podrían justificar la extinción deliberada y total de una especie? Los investigadores abordan tres ejemplos muy ilustrativos de lo compleja que puede ser esta discusión: el gusano barrenador del Nuevo Mundo (Cochliomyia hominivorax); los mosquitos Anopheles gambiae; y la rata. Todos ellos comparten una coincidencia: son considerados una amenaza significativa para la salud humana, la seguridad alimentaria o los ecosistemas donde están.

Por ejemplo, el gusano barrenador es un candidato principal, dicen los investigadores, para la extinción total, probablemente mediante una combinación de estrategias genómicas. De hecho, hace poco, contamos en este artículo la preocupación de un grupo de científicos colombianos frente a casos detectados de gusano barrenador en dantas de montaña. Este gusano, que es en realidad una larva de una mosca (Cochliomyia hominivorax), se alimenta de tejido vivo en animales de sangre caliente, causando heridas profundas y, en muchos casos, letales. Su capacidad para invadir cuerpos vivos lo convierte en una amenaza grave no solo para el ganado, sino también para especies silvestres vulnerables, como la danta.

Frente a este animal, hay intervenciones que han llevado a su control casi total. “En Centroamérica se utiliza la técnica del insecto estéril (TIE), en la que las pupas criadas en masa se exponen a radiación ionizante que produce mutaciones genéticas esterilizantes. Posteriormente, se permite que las moscas emerjan y se liberan en grandes cantidades, generalmente desde aviones, para saturar una zona de liberación. El objetivo de la liberación es que las hembras silvestres se apareen con machos esterilizados, impidiendo que la población salvaje se reproduzca”, explican en la opinión publicada en Science.

Básicamente, se trata de una estrategia de control biológico a gran escala, que busca disminuir progresivamente la población de la especie hasta hacerla inviable. Esta técnica ha demostrado ser efectiva, pero, ¿debemos implementarla hasta el fin? Los investigadores lo discuten. Como argumentos a favor de ese control, mencionan que el parasitismo animal causado por el gusano barrenador causa un sufrimiento considerable, y se cree que el parasitismo de los animales domésticos, incluido el ganado, disminuye la seguridad alimentaria humana. “Las infecciones son difíciles de tratar y, según informes de casos humanos, la muerte por infección del gusano barrenador es dolorosa y lenta”, agregan.

Ahora, pese a todo eso, ¿el gusano barrenador tiene valor como especie? ¿La suficiente para preservar su existencia? “El caso contra la extinción consiste en el valor intrínseco de la especie (es decir, cualquier valor que la especie posee en sí misma, por lo que es, en lugar de por lo que proporciona o hace por otros) más el valor de cualquier beneficio ambiental que confiera, como mantener las poblaciones de ciervos bajo control o proporcionar alimento a los depredadores”, dicen los científicos. Es decir, incluso una especie considerada perjudicial para los humanos podría tener, eventualmente, un papel ecológico importante o poseer un valor moral simplemente por existir.

En el caso del gusano barrenador, sin embargo, la primera razón de valor (que juegue un papel ecológico importante) no es claro. “Se considera una de las peores plagas en las culturas donde está presente”, dicen los científicos. Cualquier valor que posea debe, por lo tanto, ser un valor que una especie posee simplemente en virtud de ser una especie, dicen. Pero las afirmaciones sobre ese tipo de valor intrínseco son muy controvertidas, reconocen. “Aunque el papel ambiental del gusano barrenador no está bien estudiado, algunas investigaciones sugieren que la mosca no es ecológicamente vital, y no se sabe que su erradicación haya tenido impactos ambientales en América del Norte y Central”.

Por ende, la mayoría de los investigadores que firman esa opinión consideran que la extinción del gusano barrenador por medio de intervenciones genéticas es “convincente”.

Menos consenso hay alrededor del caso de los mosquitos Anopheles gambiae. Hablamos de los principales transmisores del parásito Plasmodium, causante de la malaria en humanos, una enfermedad que solo en 2023 causó la muerte de 597.000 personas en 83 países, según la Organización Mundial de la Salud. Estos mosquitos son considerados, dicen los investigadores, objetivos potenciales tanto para una supresión temporal como, al menos en teoría, para su eliminación definitiva. Erradicar la enfermedad podría facilitarse mediante estrategias que controlen al mosquito, como el uso de tecnologías de gene drive (impulso genético), que impiden que uno de los sexos —generalmente las hembras— se desarrolle. Esto altera la proporción entre machos y hembras, causando un colapso poblacional.

Aunque el riesgo de que esta técnica lleve a la extinción total de los mosquitos transmisores es bajo, dicen los científicos, no se puede descartar del todo. Incluso podría, en teoría, afectar también a otras especies de mosquitos Anopheles que no transmiten la enfermedad si hay cruces entre ellas. Dado el enorme sufrimiento humano causado por la malaria —que además ha venido aumentando en los últimos años—, algunos científicos argumentan que eliminar An. gambiae estaría incluso más justificado que eliminar, por ejemplo, al gusano barrenador, que afecta más que todo a otros animales.

Sin embargo, no todos están convencidos de eso. Y no lo están, por una razón: eliminar la malaria requiere únicamente la erradicación del Plasmodium, el parásito que causa la enfermedad, y no de los vectores. Es decir, no es imprescindible exterminar al mosquito para acabar con la malaria. De hecho, existen múltiples estrategias que interrumpen el ciclo de vida del parásito sin tener que llevar a la extinción a ninguna especie: el uso de mosquiteros, la mejora en el acceso a servicios de salud, el aislamiento de personas infectadas, la vacunación y, más recientemente, la posibilidad de modificar genéticamente a los mosquitos para que no puedan hospedar ni transmitir Plasmodium.

En muchos países, el control de la malaria ha sido exitoso gracias a este enfoque: atacar el eslabón más vulnerable del ciclo, sin necesariamente erradicar al vector. En África, el uso de gene drives que reduzcan las poblaciones localmente y de forma temporal podría ser necesario, pero la mayoría de los científicos no proponen eliminar por completo al mosquito. Eliminar el Plasmodium con herramientas genéticas sería también una forma de extinción deliberada (pero del parásito, no del mosquito), y esta opción es vista como más aceptable desde el punto de vista ético y ambiental por los investigadores.

La rata, otro caso complejo

Finalmente, esta el caso de la rata. Algunas especies, como el ratón doméstico (Mus musculus), la rata negra (Rattus rattus) y la rata parda o noruega (Rattus norvegicus), se están considerando como posibles objetivos de tecnologías genéticas que alteran el equilibrio entre sexos (por ejemplo, haciendo que nazcan más machos que hembras), con el fin de lograr su extinción local en regiones donde son especies invasoras y representan una grave amenaza para especies nativas en peligro de extinción. Esto es especialmente relevante en lugares como las islas de Oceanía, donde estas especies introducidas por el ser humano han contribuido a la desaparición de numerosas aves endémicas.

Los investigadores reconocen en su opinión en Science que frente a métodos tradicionales como trampas o venenos, el uso de gene drives (impulsos genéticos) que sesgan el sexo sería una alternativa más humanitaria, más precisa y menos dañina para el ecosistema.

Sin embargo, existe una preocupación: aunque el riesgo es muy bajo, podría darse una extinción global accidental si los animales modificados escaparan del área controlada (como la isla) y si los genes que se modifican fueran comunes a toda la especie en el mundo. En otras palabras, si no se controla estrictamente la zona de aplicación, los efectos podrían ir más allá de lo previsto, y podríamos, en el peor de los casos, extinguir la rata del planeta. ¿Y eso estaría tan mal? A pesar de que estas especies son vistas generalmente como plagas y han causado la extinción de muchas especies en los lugares donde fueron introducidas, los científicos no consideran ético permitir su eliminación local si existe un riesgo real, aunque sea pequeño, de su desaparición a nivel mundial.

Los tres casos muestran lo difícil que es tomar decisiones sobre la extinción deliberada de una especie. “Muchos biólogos y expertos en ética de la conservación, especialmente en contextos occidentales, suelen defender que todas las especies tienen un valor intrínseco igual y que ese valor no debería depender de nuestras preferencias o percepciones humanas”, explican los autores. La disposición a erradicar por completo al gusano barrenador o incluso a correr el riesgo de extinguir a los mosquitos Anopheles podría no ser tan imparcial como parece. Aunque estas decisiones se justifican con base en el daño que causan a los humanos o a otras especies, también podrían estar influenciadas por factores más emocionales o culturales, dicen los autores, como el rechazo natural al parasitismo o la poca empatía hacia especies que consideramos “inferiores” dentro del árbol evolutivo.

Precisamente, la creencia de que algunas especies tienen un estatus moral superior a otras recuerda una antigua forma de pensar llamada scala naturae o “gran cadena del ser”, que fue popular en la filosofía griega y en la Europa medieval. Según esta visión, explican los autores, todos los seres vivos y elementos de la naturaleza están organizados en una jerarquía, desde lo más simple hasta lo más complejo o valioso, con Dios en la cima y las plantas o minerales en la base. Esta idea implica que ciertas criaturas son moralmente “más importantes” o “mejores” que otras, una perspectiva que ha influido en cómo valoramos y tratamos a diferentes especies. Hoy en día, esta forma de clasificar la vida se considera simplista y sesgada, ya que no reconoce el valor intrínseco que posee cada ser vivo, independientemente de su posición en una supuesta jerarquía moral o evolutiva.

Sin embargo, en otras tradiciones filosóficas, especialmente algunas corrientes de pensamiento ambiental en África subsahariana, persisten conceptos similares de “jerarquía de la existencia”, que sostienen que distintas especies tienen características diferentes que les otorgan distintos valores o propósitos en el mundo. Por ejemplo, muchas personas no consideran que el parásito que causa la malaria tenga el mismo valor que los mosquitos que lo transmiten, y mucho menos que los humanos. Esto muestra, dicen los investigadores, que incluso hoy la valoración moral que damos a las especies es desigual.

Aunque tuviéramos más claridad sobre cuestiones morales como el valor de las especies o la modificación genética, no existen criterios simples y universales para decidir cuándo se debe buscar la extinción de una especie a través de edición genética, y cuándo no, reconocen los científicos. “Tanto la acción como la inacción tienen consecuencias y requieren justificación. En última instancia, estas decisiones dependen de compromisos morales fundamentales que compiten entre sí y que serán diferentes en cada caso”.

Por eso, se debe procurar que las decisiones tengan la mayor participación posible. Y en esa participación, dicen los investigadores, los “pueblos indígenas, en particular, deberían tener un papel principal, ya que tienen derechos distintos para determinar el uso de sus tierras y recursos”. Además, y “debido a que tanto el desarrollo como la gobernanza de la tecnología están dominados por el Norte Global, se debe tener cuidado para asegurar que las voces del Norte Global no influyan excesivamente en las decisiones, especialmente en el Sur Global”. Cuando la extinción propuesta es local y afecta a especies invasoras, la opinión local debería tener mayor peso, siempre que el riesgo de impactos fuera del área sea muy bajo. Pero en casos de extinción total, la prioridad a las preferencias locales podría verse cuestionada, porque hay personas en otras regiones que consideran que todos compartimos un patrimonio ecológico común y apoyan la conservación internacional.

¿Quieres conocer las últimas noticias sobre ciencia? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🧪🧬

Conoce más

Temas recomendados:

 

Befonsecaz(35667)25 de mayo de 2025 - 09:21 p. m.
Pues nosotros también somos otra especie que se ha multiplicado excesivamente. ¿No seremos también objeto de ese control ecológico ambiental? ¿No será que desapareciendo intencionalmente una de estas especies nos podremos estar poniendo el cepo al cuello como especie ? ¿No seremos nosotros los que estamos en exceso?
Gabriel Parra-Henao(vrlbg)25 de mayo de 2025 - 05:07 p. m.
La finalidad del control de vectores es la de reducir las poblaciones hasta un tamaño en el cual no representen un peligro para los humanos, no extinguirlos. En los ecosistemas las comunidades biológicas estan compuestas por poblaciones de diferentes especies, todas ellas hacen parte de la biodiversidad y si esta es autóctona o endémica no se debe pensar en eliminarlas, debido a que todas tienen una función al interior del ecosistema.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.