En la selva amazónica de Brasil, en la región media del Solimões, la comunidad del municipio de Fonte Boa encontró siete urnas funerarias gigantes de la época precolombina. los ciudadanos hicieron el hallazgo luego de que se cayera un árbol de 15 metros de altura, dejando al descubierto las vasijas que estaban debajo, enterradas a 40 centímetros de profundidad.
Las urnas de cerámica pequeñas contenían semillas, peces, ranas y tortugas, mientras que en dos de más grandes, de hasta 89 centímetros de diámetro, había huesos humanos. De acuerdo con Geórgea Layla Holanda, arqueóloga del Instituto para el Desarrollo Sostenible de Mamirauá (IDSM) de Brasil y quien codirigió la excavación de los artefactos, las vasijas presentaban características “sin precedentes” en la región.
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La investigadora explicó que probablemente se encontraban bajo casas antiguas, además de que no tenían tapas de cerámica visibles, por lo que se podrían haber utilizado materiales orgánicos para su sellado, hoy en día descompuestos. Los restos de animales, según Holanda, probablemente fueron parte de un ritual funerario.
Por su parte, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Brasil comunicó que “los objetos se encontraron en un sitio arqueológico identificado como Lago do Cochila, que forma parte de un grupo de islas artificiales construidas por ancestros indígenas hace siglos o milenios. Estas zonas fueron elevadas artificialmente con tierra y fragmentos de cerámica para albergar viviendas y actividades sociales incluso durante la temporada de inundaciones”.
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La entidad, además, destacó el papel de la población local en el descubrimiento. Según informó, el pescador Walfredo Cerqueira, criador de pirarucu, se percató de la importancia de las vasijas y contactó al padre Joaquim Silva, quien trabaja en el Ministerio Penitenciario de Tefé. Por su parte, Silva se comunicó con Márcio Amaral, arqueólogo de Mamirauá, quien planificó la expedición al lugar.
La excavación también contó con la participación activa de la comunidad, pues se requerían adaptaciones complejas debido a la lejanía de la región y el difícil transporte. “Estas islas artificiales son estructuras arqueológicas construidas en zonas de llanura aluvial más altas, con material extraído de otras zonas y mezclado con fragmentos de cerámica, colocadas intencionalmente para servir de soporte”, subrayó Amaral. “Se trata de una técnica de ingeniería indígena muy sofisticada, que demuestra la gestión del territorio y una importante densidad de población en el pasado”.
De ese modo, fue necesario instaurar una estructura elevada, construida con madera por los habitantes de la zona, para llevar a cabo las excavaciones. “Nunca lo habíamos hecho así, a más de tres metros sobre el suelo. Fue un trabajo totalmente colaborativo y sin precedentes”, agregó el arqueólogo Amaral. Asimismo, para llevar las urnas a la sede del Instituto Mamirauá, a 190 kilómetros de distancia y alrededor de 12 horas de trayecto por río, también se requirió un gran esfuerzo logístico, a través del uso de canoas, campamentos temporales y métodos para garantizar la protección de las piezas.
Ahora, las urnas se encuentran bajo un proceso de análisis y conservación en un laboratorio de Tefé. Los resultados preliminares revelan el uso de una arcilla verdosa poco común, además de fragmentos con engobes y bandas rojas que, hasta ahora, no se ha asociado a tradiciones cerámicas conocidas de la región, como la polícroma.
El ministerio aseguró que “los hallazgos amplían nuestra comprensión de la ocupación de las zonas de llanura aluvial y resaltan la complejidad cultural de los pueblos ancestrales, con prácticas como el uso ritual de urnas, la construcción de islas artificiales y entierros relacionados con la alimentación. Esta evidencia desafía la idea de que las llanuras aluviales estuvieron ocupadas solo temporalmente, sugiriendo una presencia continua adaptada al entorno”.
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