En los bosques del pacífico colombiano, es posible escuchar una serie de cantos y ruidos que sirven de prueba y de recordatorio de la vida que ocurre en su interior. A pesar de que parecen sonar como una sola melodía, no todas las frecuencias vienen de las mismas especies, ni tienen la misma intención.
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Ocultas entre la vegetación y apuntando con un micrófono unidireccional —también conocido como “escopeta”— un grupo de científicas colombianas y estadounidenses se dieron a la tarea, en los últimos años, de descifrar los cantos de las ranas venenosas Epipedobates. Este grupo, compuesto por ocho especies nativas del Pacífico colombiano y algunas zonas de Ecuador, es el más joven de su tipo en términos evolutivos en todo el continente. Las científicas buscaban corroborar una intuición : la presencia de una nueva especie.
La sospecha surgió años atrás, cuando la colombiana Mileidy Betancourth-Cundar y la estadounidense Rebecca Tarvin eran estudiantes de doctorado de la Universidad de los Andes y de la Universidad de Texas. Mientras estudiaban las toxinas de estos anfibios, recolectaron un espécimen que parecía no coincidir con ninguna especie conocida. La pregunta quedó en pausa, hasta que, recientemente, las investigadoras regresaron al Pacífico colombiano junto con otros colegas de la Universidad de Los Andes para buscar respuestas. Una de las claves para hacerlo: seguir el rastro de los sonidos del bosque.
“Medir los sonidos que emite una rana es algo muy duro, porque toca acercarse, a menos de 150 centímetros delante de un macho que esté llamando a una hembra, sin que el individuo se dé cuenta, y esperando, sobre todo, que sigan cantando”, explica Juan Camilo Ríos-Orjuela, un estudiante de doctorado de la Universidad de los Andes que colaboró en esa tarea. Para que se haga una idea, una rana del género Epipedobates generalmente puede medir entre 17 y 24 milímetros de longitud, tan pequeñas como una uña del pulgar o una moneda de 50 pesos.
¿Y por qué es tan importante identificarlas y escucharlas? Como explican las investigadoras, en las ranas el canto es un mecanismo fundamental. No solo les permite defender su territorio, sino que también es único en cada especie y clave para atraer parejas. De hecho, los cantos actúan como una barrera reproductiva: si dos especies vocalizan de manera distinta, no pueden reconocerse o entenderse entre sí y, por lo tanto, no se pueden reproducir. Por eso, escuchar la diferencias en el sonido de las ranas se convierte en una herramienta muy valiosa para revelar la presencia de especies desconocidas en los ecosistemas, como ocurrió en este caso.
“Tomamos unos registros de sonidos en una serie de salidas de campo en Buenaventura. Hasta el momento, en las ranas del género Epipedobates se habían registrado cantos entrecortados y cortos, pero en esta ocasión detectamos algunos registros que eran más prolongados y continuos”, le relata a El Espectador, la bióloga colombiana e investigadora de la Universidad de Standford, Mileidy Betancourth-Cundar.
Esta fue una de las pruebas que les permitió concluir que estaban en realidad frente a una nueva especie de rana que denominaron Epipedobates currulao, endémica de Colombia y que solo vive en la costa pacífica del país. Estos hallazgos fueron publicados este jueves 6 de febrero en la revista ZooKeys y forman parte de un esfuerzo aún mayor: completar el vasto y en gran parte desconocido rompecabezas de los anfibios.
¿Cómo encontrar algo que no ha sido descrito antes?
Algunos de los estudios más conservadores estiman que, hasta la fecha, la humanidad solo ha descrito el 25 % de los insectos, mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, moluscos, y otras formas de vida que habitan en los diversos rincones del planeta.
En el caso de los anfibios, la información puede ser aún más escasa. Nicolás Urbina-Cardona, codirector regional para el grupo especialista en anfibios de Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés), tiene un ejemplo: en la Amazonía se han registrado 292 especies de anfibios, pero de los 111 estudios realizados en la región, solo seis especies cuentan con datos de población, lo que significa que la gran mayoría sigue sin información suficiente sobre su estado y distribución.
¿Por qué ha sido tan difícil encontrarlas? “Las probabilidades de descubrir una especie solo por encontrarse con ella son bastante bajas, pero las posibilidades aumentan cuando, investigando, uno se percata que aquello que pensaba que era solo una especie, termina siendo dos. Esto ocurre con especies que llamamos crípticas, cómo en las ranitas pequeñas que viven en la hojarasca, en toda una cordillera, y que pensamos que es una sola hasta que nos ponemos a mirar con atención”, explica Ríos-Orjuela.
Por eso, lo primero que realizó el grupo de investigación fue un estudio genético de las especies de este género conocidas hasta ahora. Los resultados revelaron una gran diversidad genética, lo que sugería que el grupo era más amplio y complejo de lo que se había documentado hasta el momento.
Con estas pistas, los investigadores recorrieron varias zonas de Nariño, Valle del Cauca, Chocó y Cundinamarca, recolectando decenas de especímenes para estudiarlos. “Una de las primeras pistas era su tamaño, pues los adultos son mucho más pequeños, que especies hermanas o más lejanas como Epipedobates boulengeri. Al mirarlas más de cerca se puede ver que tiene diferencias en las manchas amarillas en sus piernas y antebrazos”, explica Betancourth-Cundar, autora del estudio.
Para asegurarse de que se trataba de una nueva especie, los investigadores también realizaron estudios genéticos de estos especímenes, en el que se detectó que, mientras comparten un ancestro común con otras especies del género, eran altamente divergentes en otros genes. Su especie más cercana es la Epipedobates narinensis, que fue descubierta en 2008. Además de esto, los especímenes recolectados fueron comparados con los museos de historia natural de la Universidad Nacional y la U. de Los Andes, así como otros repositorios del continente.
Todo esto se sumó a los análisis de sus cantos, que se define como el sonido producido durante una sola contracción muscular abdominal, en lo que se encontró que estos eran más cortos y frecuentes que en otras especies hermanas del género.
“Para medir el canto de una rana también hay que tener en cuenta la temperatura de ambiente, pues puede que la rana esté cantando de cierto modo debido clima, pues, al tener sangre fría, cambios de unos grados pueden cambiar su comportamiento, y por ende la variación de su canto”, explica Ríos-Orjuela.
Uno de los puntos que destacan es que, a falta de más información y de una manera conservadora, se puede estimar que esta especie se encuentra en estado vulnerable por su riesgo de extinción. Con estos hallazgos, los investigadores decidieron llamar la especie Epipedobates currulao, en honor a un género musical que se baila principalmente en la región Pacífica. En particular, los investigadores buscaban destacar cómo esta rana hace parte del paisaje sonoro de esta región del país.
“Quisimos ponerle este nombre en honor a este ritmo del pacífico, en particular porque una de las principales evidencias tiene que ver con los cantos de la rana. Además, en ese momento, ocurrió toda la controversia por los nombres de aves relacionados con científicos señalados de racismo o esclavitud, por lo que la intención no dedicarlo a una persona, sino a la región y la cultura”, explica Betancourth-Cundar.
Una nueva especie, ¿ahora qué?
Una pregunta que puede surgir en este punto es qué implica descubrir una especie nueva. Uno de los principales aportes es llenar el vacío que se tiene sobre estas especies, y por ende para su conservación. Muchas de estas especies de ranas pueden estar altamente amenazadas. Dos de cada cinco especies que viven en los bosques, las hojarascas, en los ríos y en las montañas, están en peligro de extinguirse. Aquellas que viven en Colombia son, además, las más amenazadas, con un 36 % de estos individuos en cierto tipo de riesgo de desaparecer.
“Cuando no hay datos de estas especies, como ocurre en Colombia, de cosas como su tamaño poblacional, si son endémicas o no, es muy difícil desarrollar planes para conservarlas. Y, en ocasiones, ya estamos llegando tarde, porque descubrimos más de una especie, y estas pasan inmediatamente a estar amenazas”, explica Urbina-Cardona, investigador colombiano de la IUCN, que no participó en el estudio.
Otro aspecto interesante del estudio de estas especies son sus toxinas. “La particularidad de las ranas venenosas es que secuestran las toxinas de su dieta, por lo que se trata de un tipo de defensa totalmente diferente que requiere una fisiología totalmente distinta a la de los animales que producen veneno, como las serpientes y las abejas”, explica Rebeca Tarvin, autora del estudio y actual profesora asistente de la Universidad de California, Berkeley. “Las ranas venenosas comen artrópodos que tienen pequeñas cantidades de sustancias químicas que pueden ser tóxicas o desagradables. Y luego las acumulan hasta niveles relevantes para sus propios depredadores”.
En el caso de las ranas, estos estudios pueden contribuir, según los autores, a estudiar la historia evolutiva de las toxinas. “Estas ranas producen toxinas que se encuentran en un rango medio de toxicidad, lo que hace que no son letales, pero puede tener un mal sabor que disuade a sus depredadores de comérsela. Al estar en nivel intermedio puede servir para entender cómo las toxinas han ido evolucionando para ser más letales y tóxicas, y definir así, entidades evolutivas de estos cambios”, explica Betancourth-Cundar.
Por su parte, los autores destacan la importancia de que se trata de un proyecto hecho en el país, y que contribuye a la comprensión de la historia natural de las especies endémicas del territorio y de su conservación. En particular, señalan, esperan mostrar cómo los sonidos a nuestro alrededor están llenos de vida y cosas por descubrir.
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