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Cuando un árbol se desplomó en la selva del estado de Amazonas, en Brasil, nadie imaginó lo que escondía debajo. Fue un grupo de pescadores locales quienes, explorando sus raíces, encontró siete enormes urnas de cerámica. Algunas contenían huesos humanos mezclados con restos de peces, ranas y tortugas. El sitio, conocido como Lago do Cochila, forma parte de una red de al menos 70 islas artificiales construidas por pueblos indígenas hace más de 2.000 años para resistir las inundaciones estacionales del río Solimões, en plena Amazonia.
Los recipientes (uno de ellos con casi un metro de diámetro y un peso de 350 kilos) fueron, según los arqueólogos, parte de rituales funerarios. “Estas eran personas que eligieron vivir de forma permanente en la planicie de inundación y lo hicieron posible”, explicó Márcio Amaral, arqueólogo del Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá (IDSM), a cargo de la excavación. Con técnicas de ingeniería y uso de materiales, como cerámica fragmentada y tierra, estas comunidades adaptaron su entorno para vivir en armonía con las crecidas del río.
A diferencia de otros hallazgos en la región, las urnas no tenían tapas de cerámica, lo que sugiere que pudieron haber sido selladas con materiales orgánicos que no sobrevivieron al tiempo. También son diferentes a las tradiciones cerámicas conocidas del Amazonas: algunos fragmentos tienen bandas rojas, acabados con engobes (arcillas líquidas) y, en un caso excepcional, una arcilla verdosa sin precedentes. “Este tipo no lo habíamos visto antes”, aseguró Amaral a National Geographic.
El tamaño y forma de las urnas sugiere que representaban un cuerpo diseñado para recibir otro cuerpo. Geórgea Layla Holanda, arqueóloga y también líder de la excavación, explicó que los pueblos antiguos del Amazonas seguían procesos complejos para tratar a sus muertos: primero dejaban los cuerpos en canastos en el río o los enterraban hasta que solo quedaran los huesos, luego los cremaban y, finalmente, los depositaban en estas urnas. “Las urnas eran como una nueva piel”, dijo. Muchas eran enterradas debajo de las viviendas, integrando la muerte a la vida cotidiana.
Tras el hallazgo en octubre de 2024, los pescadores informaron al líder local, quien contactó a un sacerdote y este, a su vez, a Amaral. En enero, tras una travesía en bote, canoa y a pie por senderos improvisados, el equipo de arqueología construyó una plataforma elevada con madera y bejucos para excavar cuidadosamente los recipientes. El análisis continúa en el laboratorio del IDSM en Tefé.
Para la arqueóloga Karen Marinho, de la Universidad Federal del Oeste de Pará, este hallazgo es “sin precedentes”, no solo por la complejidad de los objetos, sino por lo poco que aún se conoce sobre los pueblos antiguos del Amazonas. “Este descubrimiento añadió nos recuerda que el pasado sigue hablando, incluso desde el corazón de la selva”, afirmó.