Diario de campo entre astronautas

Paola Castaño, radicada en el Reino Unido, ha seguido durante dos años los pasos de hombres y mujeres de 16 países para entender cómo se construye una de las más ambiciosas obras de la humanidad: la Estación Espacial Internacional.

Pablo Correa
17 de junio de 2018 - 03:40 a. m.
Diario de campo entre astronautas

Nuestra galaxia tiene no menos de 1.300 millones de fuentes luminosas. El universo podría contener unos dos billones de galaxias. Y, si la teoría del multiverso resultara cierta, quién sabe cuántos universos como el que nos contiene existen alrededor haciendo de esa inmensidad un espacio difícil de acomodar en la imaginación. En medio de ese territorio inconquistable, a tan sólo 400 kilómetros sobre nuestras cabezas, gira en una danza circular una pequeña mota de metal, una de las mayores obras de ingeniería de la humanidad: la Estación Espacial Internacional.

La socióloga Paola Castaño decidió que dedicaría unos años de su vida a averiguar qué es exactamente lo que ocurre ahí adentro, en esa extraña máquina, poco más grande que una cancha de fútbol, que en un día sin nubes, y con suerte, puede verse como un puntico brillante que se mueve en el cielo. En lugar de estudiar comunidades campesinas o seguir los pasos de tribus urbanas para descifrar prácticas contraculturales, Castaño eligió estudiar esa excéntrica comunidad de hombres y mujeres de 16 países que desde hace 20 años se embarcaron en la construcción de un proyecto quijotesco.

“El interés por el espacio viene de la infancia. Las noticias sobre astronomía y exploración humana del espacio eran un lugar al que iba a entretenerme un ratico. Mucho tiempo después decidí convertirlo en mi objeto de análisis”, cuenta desde la Universidad de Cardiff, en el Reino Unido. Allí llegó para vincularse a la Escuela de Ciencias Sociales gracias a la Beca Internacional Newton que otorgan la Royal Society, la Academia Británica y la Academia de Ciencias Médicas.

Se fue enredando con la sociología de la ciencia casi sin darse cuenta. Primero, mientras estudiaba ciencia política e historia en la Universidad de los Andes, en las clases de historia de la ciencia, epistemología y teoría del conocimiento. Más tarde en lecturas y clases de la maestría y doctorado en sociología de la Universidad de Chicago. Cuando por fin decidió seguir los pasos de astronautas e investigadores espaciales, tocó las puertas del Museo Smithsonian del Aire y el Espacio en Washington.

Para escudriñar cómo y por qué la humanidad se embarcó en esa aventura espacial, pasó horas y horas revisando archivos de la NASA, la Agencia Espacial Europea, la Academia de Ciencias de Estados Unidos y el Instituto Smithsonian. Sus diarios de trabajo se fueron llenando de apuntes sobre las principales investigaciones que han tenido lugar en la Estación Espacial Internacional. Se concentró en tres áreas: salud humana, biología de plantas y física de partículas.(Foto: Centro de control de la NASA en Houston).

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Como buena socióloga recurrió a las herramientas de su profesión. Además de revisar archivos y documentos, comenzó a pasar horas y horas entrevistando científicos, astronautas, políticos y una amplia lista de personas involucradas en este proyecto: “Para conocer las comunidades científicas, lo importante es saber quiénes son, cómo se organizan, quién los financia”. En noviembre de 2016 visitó el cosmódromo de Baikonur en Kazajistán, la legendaria plataforma rusa desde donde despegó el Sputnik. Estuvo allí para ver el despegue de una nueva misión de astronautas a la Estación Internacional.

Su trabajo ha sido minucioso. Año tras año asiste a las principales conferencias y reuniones que aglutinan a los involucrados en el desarrollo de las misiones espaciales y los experimentos científicos. Como lo aprendió de otros investigadores, “la sociología de la ciencia es un esfuerzo por entender el conocimiento científico, no sólo desde sus descubrimientos sino desde los procesos que llevan a ese conocimiento”. (Imagen: Cohete ruso Soyuz).

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¿Qué sentido tiene esa pequeña mota de metal flotando en un universo de confines que ni siquiera imaginamos? “No hay una única razón”, responde Castaño. “Unos justifican los millones de dólares que se han gastado en esto diciendo que nos inspira. Otros creen que es el pequeño paso para ir más lejos de la baja órbita terrestre. El significado depende de a quién le preguntes. Creo que en últimas no hay una única justificación. Es un esfuerzo diplomático y una colaboración internacional. Es un logro de la ingeniería. Es una estrategia para el desarrollo comercial de tecnologías. Es un laboratorio científico con muchos propósitos. Es un proyecto para inspirar a niños y jóvenes”.

En Twitter, Paola Castaño (@pcastano) cumple con otra misión: contribuir a la divulgación de la ciencia y contagiar su entusiasmo por las aventuras espaciales. “Gente que se encarama en esa maquinita hermosa”, escribía el pasado 6 de junio, mientras el cohete Soyuz volvía a encender sus motores rumbo a la Estación Espacial Internacional con tres nuevos nombres para sus diarios de campo: Sergey Prokopyev, Serena Auñón-Chancellor y Alexander Gerst.

Por Pablo Correa

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