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El extraño caso del colibrí que actúa como un insecto venenoso

Dos investigadores colombianos hallaron, de forma inesperada, un nido de un colibrí que parece haber evolucionado de una manera muy particular: estaría imitando a una oruga venenosa para alejar a sus depredadores. Es un caso, dicen, muy extraño entre las aves.

Catalina Sanabria Devia

08 de abril de 2025 - 07:00 p. m.
El polluelo estaría imitando a una oruga venenosa para protegerse ante los depredadores.
Foto: Michael Castaño
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En la densa selva tropical de Panamá, Michael Castaño, biólogo de la Universidad de Antioquia, se llevó una sorpresa mientras adelantaba uno de sus estudios. Había llegado al Parque Nacional Soberanía, de más de 19.000 hectáreas de extensión, con el fin de analizar las interacciones entre especies, en particular entre las hormigas guerreras (Eciton burchellii) y las aves para su proyecto de maestría de la Universidad de Wyoming, y como integrante del Smithsonian Tropical Research Institute. En ese proceso lo apoyó Sebastián Gallán Giraldo, estudiante de biología, también de la U. de Antioquia.

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Los dos científicos fueron testigos de cómo un ave parece haber evolucionado de manera muy particular para protegerse de los depredadores, y acaban de publicar ese hallazgo en la revista “Ecology”. Pero el principio de esta historia se remonta a cómo ambos se separaron en el bosque para buscar, cada uno por su cuenta, nidos de hormigas guerreras. Cuando Castaño llegó al punto que habían definido para encontrarse de nuevo, vio a un colibrí nuquiblanco (Florisuga mellivora), conocido como colibrí capucha azul o jacobino cuello blanco.

Al principio el biólogo pensó que se trataba de un macho debido a su color azul intenso, que se reflejaba con los rayos solares. Sin embargo, siguió al ave y se dio cuenta de que en realidad era una hembra, pues se posó sobre un nido para empollar un huevo. En esta especie el 20 % de las hembras tienen un plumaje androcrómico, es decir, lucen como machos.

El biólogo evolutivo y ecólogo del comportamiento Jay Falk había descrito esa particularidad hace un par de años en la revista “Proceedings B”, de la Royal Society. Muchos tipos de colibríes suelen ser territoriales y agresivos, por lo que verse como un macho podría favorecer a las hembras a la hora de competir, por ejemplo, por el néctar. Eso, precisamente, era lo que sucedía con esa hembra en Panamá.

Gallán también se cruzó con el nido, que estaba expuesto, en una hoja grande, a un metro de altura del suelo, mientras se dirigía al punto de encuentro. El huevo que había allí estaba muy “fresco”, por lo que los investigadores supusieron que la madre pondría otro. Al cabo de unos días, en efecto, encontraron un segundo huevo.

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Durante las próximas dos semanas Castaño y su colega realizaron visitas controladas al nido. Tomaron medidas y registraron el período de incubación con extremo cuidado, porque existía la posibilidad de que la hembra abandonara el nido ante su presencia. En ese período llamaron a Falk, pues está particularmente interesado en el colibrí nuquiblanco y lo ha estudiado por 10 años, y quien tuvo la oportunidad de monitorear el nido un par de veces antes de la eclosión. Cuando finalmente uno de los polluelos salió del cascarón, los investigadores dieron con algo inesperado.

¿Colibrí u oruga?

“Usualmente los polluelos de colibrí recién nacidos están desnudos. No tienen plumaje que los cubra, ningún ‘plumón’, como se les llama a esas plumas del primer estadío de desarrollo”, explica Castaño. “Sin embargo, este tenía plumones en todo el dorso y en una parte de la cabeza, algo que nos llamó mucho la atención”.

El equipo de investigación, al que luego se integraron los científicos Joseph See y Scott Taylor, de la Universidad de Colorado en Boulder, discutieron varias posibles explicaciones sobre la apariencia del pequeño colibrí. “Inicialmente pensamos que podría tratarse de una estrategia o una adaptación evolutiva que lo ayudaba a mimetizarse con el nido y parecerse a las semillas, que están cubiertas de pelusas, del balso, un árbol muy común en los trópicos”, cuenta Castaño. Pero también plantearon que el plumón podría funcionar simplemente como una barrera física para pequeños depredadores,

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Falk y Taylor realizaron más visitas al nido y registraron en video un comportamiento extraño y algo revelador: el polluelo, ante los estímulos, agitaba su cabeza hacia los lados. Observaron que cuando una avispa depredadora se acercó al nido mientras la madre no estaba, el colibrí se sacudió y el insecto finalmente se alejó.

Gallán, de la U. de Antioquia, explica que los polluelos, por lo general, responden a los estímulos de maneras particulares: mientras que algunos se quedan inmóviles, otros abren sus bocas para recibir alimento. Pero este no era el caso.

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En sí, los plumones del ave ya se parecían a las vellosidades de las orugas de la región del género Megalopygidae, con tonos entre blancos y marrones. “Si el polluelo en principio se parece a una oruga, ¿qué pensar cuando también actúa como ella?”, analiza Castaño. La teoría del equipo es que el colibrí, como mecanismo de defensa, estaría imitando a estas orugas, que son venenosas. Incluso, son urticantes para los humanos, nos pueden causar fiebre y hasta parálisis en las extremidades.

De acuerdo con Castaño, la depredación de nidos en los trópicos es muy alta, especialmente en las zonas bajas, donde muy pocos polluelos sobreviven. Gallán agrega que “la etapa inicial en la reproducción de las aves es una de las grandes limitantes, pues las crías van a estar mucho tiempo en un mismo sitio, expuestas a amenazas como serpientes, otras aves y algunos mamíferos, como monos y ardillas”. De esa manera, si el colibrí se parece a una oruga Megalopygidae, posiblemente los depredadores “lo pensarían dos veces” antes de atacarlo.

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Evolución, la clave

“Es muy curioso que, si bien la hembra luce como macho, el polluelo también está haciendo ‘sus trucos’ en este ambiente”, dice Castaño. “No podemos afirmar que esta hipótesis es exclusiva, porque el colibrí se asemeja y se camufla muy bien con el nido, y es una teoría alternativa que planteamos. Pero lo que sí es cierto es que los animales pueden desarrollar estas estrategias para evitar la depredación”.

En la naturaleza, señala el biólogo, una de esas estrategias se llama mimetismo batesiano. Cuando una especie está indefensa, sin muchos mecanismos que le puedan ser útiles frente a la depredación, puede adquirir cierto tipo de coloraciones o comportamientos que le ayuden a parecerse a otros animales que sí pueden ser peligrosos. Esto, sin embargo, no es una conducta intencional.

“Que se dé la selección de un comportamiento como este es increíble, porque no se trata de que el polluelo haya observado a la oruga y haya aprendido a asemejarse a ella. Es muy interesante cómo el camino de la evolución lleva a estos resultados”, resalta Castaño.

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De ese modo, a lo largo de muchísimos años y generaciones, el colibrí nuquiblanco pudo haber adoptado una característica muy específica que eventualmente le concede una ventaja. Además, a ojos de Gallán, lo más probable es que este sea un comportamiento generalizado de la especie, porque no es posible que un solo individuo evolucione. Llamamos “adaptación evolutiva” cuando este tipo de rasgos están presentes en una población determinada, añade.

El mimetismo batesiano, asegura Castaño, es muy difícil de hallar en aves. Los investigadores se dieron a la tarea de buscar qué otros colibríes tienen este plumón, pero no encontraron mucha información ni evidencia. No obstante, el biólogo cuenta que en Argentina hay una especie con un aspecto similar, también del género Florisuga, lo cual podría indicar que es algo particular de ese linaje y que los polluelos de la especie hermana también lo estarían haciendo.

Otro caso de mimetismo batesiano que se había descubierto, y que estaba en los registros que revisaron los biólogos, es el del ave comúnmente conocida como plañidera cenicienta (Laniocera hypopyrra). Hace más de una década el investigador de la Universidad Icesi en Cali Gustavo Londoño describió cómo esta especie amazónica, además de tener plumones color naranja intenso, también presentó un comportamiento similar al del colibrí, moviendo su cabeza de un lado a otro ante las perturbaciones, pareciéndose a una oruga tóxica de la región.

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“Es muy interesante este descubrimiento, porque evidencia que los rasgos se ajustan a las regiones. A diferencia del ave de la Amazonia, en Panamá el colibrí no tiene ese color tan vistoso y brillante, sino más bien blancuzco, que le permite camuflarse con el ambiente y a parecerse a las orugas de su región. Estos procesos de selección evolutiva ayudan a los animales en cada región a parecerse a lo que está en su entorno, con el fin de elevar su posibilidad de supervivencia”, resalta Castaño.

El colibrí nuquiblanco, en este caso, les brindó una nueva perspectiva sobre cómo funciona la selección natural, pero en el trópico hay muchísimas más especies “llenas de secretos”. “Cada comportamiento o cada detalle que se observe en un organismo puede ser una posibilidad de descubrir un montón de aspectos de la naturaleza”, dice Gallán. “Pequeños detalles”, agrega Castaño, “revelan estrategias evolutivas asombrosas”.

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Por Catalina Sanabria Devia

Periodista con interés en temas de género, medio ambiente y construcción de paz. Ha colaborado en medios como Rutas del Conflicto y Mongabay Latam. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (2022) y el Premio al Periodismo Social y Ambiental de Constructora Capital (2023).@catalina_sanabrlsanabria@elespectador.com
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