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                                                                                                                              El histórico enigma de la altura del Salto del Tequendama

                                                                                                                              Como ratón de biblioteca, el padre Vicente Durán Casas, S. J. buscó resolver el misterio de dos siglos que une al filósofo Immanuel Kant y al naturalista Alexander von Humboldt: la altura de la que alguna vez fue considerada la caída de agua más alta del mundo.

                                                                                                                              David Mayorga / Revista Pesquisa

                                                                                                                              En el siglo XIX el Salto del Tequendama llegó a considerarse la caída de agua más alta del mundo.

                                                                                                                              “En uno de los libros de Kant, él habla del río Bogotá y menciona a Humboldt”.

                                                                                                                              Al escuchar esta frase, el genetista Alberto Gómez Gutiérrez, quien preparaba Humboldtiana neogranadina, la reconstrucción de los pasos de Alexander von Humboldt por el Virreinato de Nueva Granada, quedó perplejo. La convicción en las palabras del padre Vicente Durán Casas lo convenció, y de ahí surgió la propuesta de Gómez: “¿Por qué no escribe algo sobre Humboldt y Kant para el libro?”.

                                                                                                                              Fue un encuentro casual en el campus de la Pontificia Universidad Javeriana. Un saludo cordial, el breve intercambio de impresiones y la mención de esa curiosidad bibliográfica que sería semilla para resolver un enigma histórico.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Esa pasión lo condujo múltiples veces a la Biblioteca Mario Valenzuela, de la Javeriana, para sumergirse en la lectura de la obra crítica kantiana. Y fue en La geografía física, el compendio de las clases que el filósofo enseñó a finales del siglo XVIII, donde encontró las primeras pistas para resolver el enigma.

                                                                                                                              La primera fue una referencia escueta que Kant consignó en el párrafo 37: “Esperamos que gracias a Von Humboldt podamos llegar a conocer más de cerca una parte importante de América del Sur”. La segunda aparecería unas páginas después, cuando describe las caídas de agua más famosas y remata con una afirmación desconcertante: “La más alta del mundo es la del río Bogotá en Suramérica, que cae en vertical desde 1.200 pies”.

                                                                                                                              Ambos extractos llamaron poderosamente la atención del sacerdote, en especial porque, además de sus múltiples reflexiones y trabajos sobre la ética, la ciencia, la política, la religión y la estética, Kant fue líder mundial en la enseñanza universitaria de la geografía, sin siquiera haber abandonado su natal Königsberg (hoy Kaliningrado, un enclave ruso sobre el mar Báltico). “Allí llegaban muchos comerciantes y viajeros, y a él le gustaba recibirlos, hablar con ellos, conocer su mundo”, cuenta el padre Durán, revelando que aún más curiosa es la referencia a su compatriota, pues no hay evidencia histórica de un encuentro entre ambos: “Humboldt nunca fue a Königsberg y Kant nunca salió de allí, pero sí supieron el uno del otro”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En su observación original, Bouguer afirma que el Salto mide “de 200 a 300 toesas” de altura, pero la traducción trastocó ese valor. No se trata de un dato menor, si se tiene en cuenta que, para la época, los sistemas de medición no estaban unificados y cada país tenía sus propias unidades de medida. “Por ejemplo, el pie prusiano es más grande que el inglés porque se estandarizaba midiéndole el pie al rey. Era un caos la medición”, afirma el padre Durán. (Grabado de Alexander von Humboldt. 1810. Vues de Cordillères et monumens des peuples indgènes de l´Amérique. París: J. H. Stone, lámina 6.)

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Las guerras napoleónicas trajeron consigo la imposición, en buena parte de Europa, del sistema métrico decimal. Hoy se sabe que la toesa era una unidad francesa que equivalía a 1,94 metros, por lo que el Salto del Tequendama, según Bouguer, mediría “entre 389 y 584 metros de altura”, algo desproporcionado.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Claro que aquel enigma histórico se convertiría en una nueva aventura personal para el jesuita: defender un valioso recuerdo de niñez, cuando su papá lo llevó a él y a sus hermanos, en un jeep, a presenciar la magnitud del Salto: “Estaba lleno de niebla fría. Uno veía el salto a la distancia, con una nube que lo tapaba; aparecía y desaparecía… Era un montón de agua, con un sonido que asustaba”.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Este recuerdo contrasta con la triste realidad de la actual cascada, cuyo cauce contaminado está regulado por las empresas que conforman el Embalse del Muña y transporta las aguas residuales de la industria y la agricultura bogotanas y de su sabana. La comparación ha llevado al padre Durán a impulsar el ideal de recuperar el esplendor del que alguna vez fue considerado —erróneamente— el salto de agua más alto y hermoso del mundo, tanto desde la academia, con la pronta inauguración del Instituto Javeriano del Agua, como desde la participación civil, a través de varias iniciativas comunitarias. “Tener una caída de agua tan bella con un río tan contaminado… y explicarles eso a los niños… que son aguas de la industria y de Bogotá, es un desafío ético”, concluye.

                                                                                                                              *Este artículo es cortesía de la revista Pesquisa de la U. Javeriana. 

                                                                                                                              En el siglo XIX el Salto del Tequendama llegó a considerarse la caída de agua más alta del mundo.

                                                                                                                              “En uno de los libros de Kant, él habla del río Bogotá y menciona a Humboldt”.

                                                                                                                              Al escuchar esta frase, el genetista Alberto Gómez Gutiérrez, quien preparaba Humboldtiana neogranadina, la reconstrucción de los pasos de Alexander von Humboldt por el Virreinato de Nueva Granada, quedó perplejo. La convicción en las palabras del padre Vicente Durán Casas lo convenció, y de ahí surgió la propuesta de Gómez: “¿Por qué no escribe algo sobre Humboldt y Kant para el libro?”.

                                                                                                                              Fue un encuentro casual en el campus de la Pontificia Universidad Javeriana. Un saludo cordial, el breve intercambio de impresiones y la mención de esa curiosidad bibliográfica que sería semilla para resolver un enigma histórico.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Esa pasión lo condujo múltiples veces a la Biblioteca Mario Valenzuela, de la Javeriana, para sumergirse en la lectura de la obra crítica kantiana. Y fue en La geografía física, el compendio de las clases que el filósofo enseñó a finales del siglo XVIII, donde encontró las primeras pistas para resolver el enigma.

                                                                                                                              La primera fue una referencia escueta que Kant consignó en el párrafo 37: “Esperamos que gracias a Von Humboldt podamos llegar a conocer más de cerca una parte importante de América del Sur”. La segunda aparecería unas páginas después, cuando describe las caídas de agua más famosas y remata con una afirmación desconcertante: “La más alta del mundo es la del río Bogotá en Suramérica, que cae en vertical desde 1.200 pies”.

                                                                                                                              Ambos extractos llamaron poderosamente la atención del sacerdote, en especial porque, además de sus múltiples reflexiones y trabajos sobre la ética, la ciencia, la política, la religión y la estética, Kant fue líder mundial en la enseñanza universitaria de la geografía, sin siquiera haber abandonado su natal Königsberg (hoy Kaliningrado, un enclave ruso sobre el mar Báltico). “Allí llegaban muchos comerciantes y viajeros, y a él le gustaba recibirlos, hablar con ellos, conocer su mundo”, cuenta el padre Durán, revelando que aún más curiosa es la referencia a su compatriota, pues no hay evidencia histórica de un encuentro entre ambos: “Humboldt nunca fue a Königsberg y Kant nunca salió de allí, pero sí supieron el uno del otro”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En su observación original, Bouguer afirma que el Salto mide “de 200 a 300 toesas” de altura, pero la traducción trastocó ese valor. No se trata de un dato menor, si se tiene en cuenta que, para la época, los sistemas de medición no estaban unificados y cada país tenía sus propias unidades de medida. “Por ejemplo, el pie prusiano es más grande que el inglés porque se estandarizaba midiéndole el pie al rey. Era un caos la medición”, afirma el padre Durán. (Grabado de Alexander von Humboldt. 1810. Vues de Cordillères et monumens des peuples indgènes de l´Amérique. París: J. H. Stone, lámina 6.)

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Claro que aquel enigma histórico se convertiría en una nueva aventura personal para el jesuita: defender un valioso recuerdo de niñez, cuando su papá lo llevó a él y a sus hermanos, en un jeep, a presenciar la magnitud del Salto: “Estaba lleno de niebla fría. Uno veía el salto a la distancia, con una nube que lo tapaba; aparecía y desaparecía… Era un montón de agua, con un sonido que asustaba”.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Este recuerdo contrasta con la triste realidad de la actual cascada, cuyo cauce contaminado está regulado por las empresas que conforman el Embalse del Muña y transporta las aguas residuales de la industria y la agricultura bogotanas y de su sabana. La comparación ha llevado al padre Durán a impulsar el ideal de recuperar el esplendor del que alguna vez fue considerado —erróneamente— el salto de agua más alto y hermoso del mundo, tanto desde la academia, con la pronta inauguración del Instituto Javeriano del Agua, como desde la participación civil, a través de varias iniciativas comunitarias. “Tener una caída de agua tan bella con un río tan contaminado… y explicarles eso a los niños… que son aguas de la industria y de Bogotá, es un desafío ético”, concluye.

                                                                                                                              *Este artículo es cortesía de la revista Pesquisa de la U. Javeriana. 

                                                                                                                              Por David Mayorga / Revista Pesquisa

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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