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El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte II)

Mientras Fritz Haber creaba armas químicas para los alemanes durante la Primera Guerra Mundial su esposa era una activa defensora de los derechos de la mujer y ante todo era una convencida pacifista.

Juan Diego Soler
26 de mayo de 2016 - 04:01 p. m.
Durante la Primera Guerra Mundial se utilizaron armas químicas que provocaron 100 mil víctimas mortales. / Wikipedia
Durante la Primera Guerra Mundial se utilizaron armas químicas que provocaron 100 mil víctimas mortales. / Wikipedia

El 2 de Mayo de 1915, Clara Immerwahr, una brillante doctora en química de 44 años, tomó la pistola de su marido y se disparó en el pecho. Mientras agonizaba, salió al patio de su casa en el Oeste de Berlín en donde murió en los brazos de su hijo de apenas 13 años. Era la esposa de Fritz Haber, el hombre que había revolucionado la producción de alimentos en todo el mundo.

Un año antes, Europa se había precipitado hacia un conflicto armado sin precedentes, una guerra tan virulenta que se extendió por sus colonias y concibió un nivel de barbarie nunca antes visto, la Primera Guerra Mundial. Alemania como aliado del Imperio Austrohúngaro y potencia en expansión se vio enfrentado a Inglaterra, Francia y Rusia.

Y Fritz Haber como orgulloso alemán y emblemática figura en el crecimiento industrial de esa nación, respondió al canto de sirenas que sacrificó a una generación entera en los campos de Europa.

Fritz Haber había inventado la forma de sintetizar amoníaco a partir del nitrógeno en la atmósfera, produciendo los fertilizantes que hoy sostienen las necesidades de alimentos de casi la mitad de la población mundial. Este proceso quimico, que otorgaba a Alemania la independencia de los cargamentos de nitratos controlados por los ingleses, también le daba a su país la capacidad casi ilimitada de producir explosivos y le permitió de desarrollar las primeras armas químicas de la historia.

Fritz Haber recibió con entusiasmo el comienzo de la guerra y se unió al Manifiesto de los Noventa y Nueve, un documento de apoyo al rol de Alemania en el conflicto, promulgado por igual número de científicos, académicos y artistas movidos por el orgullo nacionalista. Promovido al rango de Capitán del Ejército por el mismísimo Kaiser apenas iniciada la guerra, fue encargado de encabezar la División de Química del Ministerio de Guerra. En esa posición integró un equipo con los físicos y químicos alemanes más brillantes de su época, incluyendo los futuros laureados con el premio Nobel, James Franck, Gustav Hertz y Otto Hahn. Su objetivo: desarrollar armas químicas para cambiar el estancamiento de la guerra de trincheras y defender a su ejército contra armas similares cuando fuesen utilizadas por sus adversarios.

El momento crítico para Haber llegó el 22 de Abril de 1915 durante la batalla por el control de la ciudad belga de Ypres. En un lado del frente estaban la primera división del ejército canadiense, dos divisiones del ejército francés, constituidas en su mayoría por tropas norafricanas, y dos divisiones del ejército británico. Del otro estaban el ejército alemán y Fritz Haber. En total más de 100 mil combatientes. Para entonces ya poco quedaba de la ciudad, fundada en tiempos del Imperio Romano. Sus edificios habían sido reducidos a ruinas y sus campos se habían convertido en espesos lodazales bajo el intenso bombardeo de ambos bandos.

Hacia las 5 de la tarde el ejército alemán liberó 160 toneladas de cloro repartidas en más de 5000 mil cilindros a lo largo del frente
produciendo una nube verde grisácea que se desplazó hacia el occidente. La tropas francesas que se encontraban en la dirección de la nube sufrieron más de 6 mil bajas en apenas unos minutos.

Muchos murieron de asfixia y daño al tejido de los pulmones. Muchos de los sobrevivientes fueron cegados. Muchos otros se vieron obligados a abandonar sus trincheras y quedaron a merced del fuego de las ametralladoras.

“Simplemente algo horrible ocurrió. Los oficiales parecían petrificados ante la escena; la brisa que llegaba traía un olor nauseabundo que quemaba la garganta y ardía en los ojos. Los caballos y los hombres avanzaban en el camino, hasta dos y tres hombre en cada caballo. En el campo yacían los soldados africanos sin sus rifles ni su equipo, hasta se habían librado de sus túnicas para escapar más rápidamente. Un zuavo llegó tambaleándose hasta nuestra líneas, la espuma salía de su boca, sus ojos parecía salir de sus órbitas y finalmente cayó retorciéndose a los pies del oficial”. Relata un soldado inglés en el frente.

Clara Immerwahr fue una de las primeras mujeres en obtener un doctorado en su país y en gran medida ayudó al éxito de Haber al corregir y traducir sus textos. Aunque la sociedad de la época no le permitió desarrollarse profesionalmente, fue activa en la defensa de los derechos de la mujer y ante todo era una convencida pacifista.

Cuando Fritz Haber regresó a casa en las postrimerías del asalto en Ypres, Clara Immerwahr escuchó el relato de los hechos en el frente y decidió terminar su propia vida. Su muerte no fue registrada hasta seis días después en la prensa y no hay evidencia de su autopsia. No se conservan documentos que den pistas sobre su estado emocional en los días anteriores. Lo que sí está documentado es que en la mañana siguiente, Fritz Haber dejó su casa con rumbo al frente oriental para supervisar el primer ataque con armas químicas contra el ejército ruso.

Apenas unos meses más tarde, el ejército británico realizó su primer ataque con cloro, seguido por asaltos con fosfogeno, introducido por el ejército francés, y el mortífero gas mostaza, utilizado por el ejército alemán. Al final de la guerra, los ataques con armas químicas habían cobrado casi 100 mil víctimas mortales en ambos bandos y habían afectado a más de un millón de soldados.

Una enfermera británica que trataba a las víctimas del gas mostazareportaba: “las heridas no pueden ser vendadas o tocadas. Los cubrimos formando una tienda con las sábanas. Las quemaduras del gas deben ser tremendas, por lo general en los demás casos no se quejan , incluso con las peores heridas, pero los casos del gas están siempre más allá de la resistencia y no pueden dejar de gritar”.

En 1918, apenas unos meses antes del final de la guerra, Fritz Haber, recibió el Premio Nobel de Química. No hubo movimientos para despojarlo del premio. Ante la incipiente crítica Haber señaló, con razón, que el dinero de Nobel habían venido de armamentos y la búsqueda de la guerra. Ante las acusaciones sobre la crueldad del gas, argumentaba que la muerte era la muerte, sin importar los medios por los cuales era infringida. Poco imaginaba sobre el destino que le aguardaba a él y a su familia...

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Por Juan Diego Soler

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