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El Jardín Botánico de Bogotá está de cumple. ¿Por qué vale la pena visitarlo?

Visitar el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis, que está cumpliendo 70 años, nos recuerda que debemos dejar la ‘ceguera vegetal’ y aprender que, sin las plantas, no habría vida en el planeta Tierra.

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Lisbeth Fog Corradine
25 de julio de 2025 - 11:23 a. m.
"Margarita del pantano".
"Margarita del pantano".
Foto: Jardín Botánico de Bogotá (izquierda superior), Daniel Amaya (izq. inferior), Liliana Martínez - JBB (izq. inferior).
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Las historias de las plantas tienen una magia que me conmueve y me sorprende. Hoy descubrí que hay una margarita, la margarita de pantano, una especie acuática de la que solo se sabía por la colección iconográfica de la flora que forma parte de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Eso fue entre 1783 y 1816. En ese entonces, José Celestino Mutis le pidió a uno de sus colaboradores que la dibujara y allí quedó plasmada en una bella lámina.

Luego, el botánico Santiago Díaz Piedrahita la describió de manera muy minuciosa en 1986 a partir de sus investigaciones en el Herbario Nacional Colombiano y en la colección de la Expedición Botánica en España. Se pensaba que estaba extinta, pero en 1998 se encontró viva en el humedal La Conejera de Bogotá. El Instituto Alexander von Humboldt la clasificó especie en peligro crítico. Es preciosa, como todas las margaritas. Y muy bogotana.

(Vea: Cañaverales: la comunidad que se resiste a una nueva mina de carbón en La Guajira)

En noviembre de 2015 el Grupo de Restauración Ecológica de la subdirección científica del Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis, JBB, la reportó e inició investigaciones científicas para su conservación. En 2024 el grupo publicó parte de este trabajo en la revista científica Rodriguesia, del Jardín Botánico de Río de Janeiro. Concluye que tanto la viabilidad como la germinación de las semillas fueron significativamente mayores en las que contaban con humedad inicial. Sin embargo, las que fueron desecadas también demostraron una vida útil de más de dos años luego del almacenamiento.

Los científicos aprendieron sobre la biología de la planta “hasta llegar a poder propagarla e introducirla”, me cuenta el biólogo Juan Fernando Phillips, subdirector científico del Jardín Botánico de Bogotá.

Una planta propia de un humedal, que había desaparecido del paisaje planetario y ahora crece como plantulitas en los laboratorios del JBB. Interesante saberlo, justo cuando por estos días se realiza la 15ª Reunión de la Conferencia de las Partes Contratantes de la Convención sobre los Humedales (COP15) (23 al 31 de julio de 2025) en Zimbabwe, África.

El Jardín Botánico de Bogotá fue creado en 1955 por el sacerdote y botánico Enrique Pérez Arbeláez —cualquier parecido con José Celestino Mutis es pura coincidencia—. El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación lo reconoció como centro de investigación en 2022 por tres años, cuenta con dos grupos de investigación reconocidos y decenas de publicaciones.

Y este es solo un ejemplo de la responsabilidad y el interés del JBB por generar soluciones a las problemáticas de la capital colombiana, como la conservación de su flora, el manejo de sus coberturas vegetales, la adaptación de la ciudad al cambio climático. Además, tiene claro su compromiso con los bogotanos y con quienes nos visitan a través de tres ejes: generar nuevo conocimiento, usarlo y apropiarlo para convertir a Bogotá en una biodiverciudad, una ciudad donde todos los seres vivos convivan de manera armónica.

Por esa razón me llamó la atención también el papel que cumple el JBB con la ciudadanía. Desde la subdirección educativa y cultural, su líder Tania Rodríguez no para de contar todas las experiencias y programas que ofrecen a la población con el objetivo de recordar que somos parte de la naturaleza y que debemos vivir con ella y no de ella. Sus profesionales ofrecen diplomados en agricultura urbana, jardinería, arbolado, botánica para no botánicos, restauración ecológica y dinamizadores ambientales.

“La naturaleza tiene que ver con la salud física, espiritual y mental”, me asegura Tania. Así, busca que los visitantes interactúen con ella desde la emoción y puedan tener una experiencia de sanación en los diferentes escenarios del Jardín. Con base en esas actividades educativas y culturales con los visitantes, también adelantan investigación científica y publican en revistas especializadas.

Es usual ver niños y niñas de instituciones educativas de la región recorrer los caminos del Jardín Botánico. No faltan sus ingeniosos comentarios. Por ejemplo, al ver y tener en sus manos una semilla del liquidámbar uno de ellos exclamó: ¡se parece al coronavirus! Y díganme si no.

Este árbol no es nativo, puede llegar a tener casi 40 metros de altura y sus hojas tienen un aroma muy agradable. El biólogo Andrés Meneses quien recorrió con nosotros el JBB nos cuenta que se usa en perfumería. Otro dato interesante del liquidámbar es que como es una especie exótica no interactúa con la fauna nativa.

Visitar el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis, que está cumpliendo 70 años, nos recuerda que debemos dejar la ‘ceguera vegetal’ y aprender que, sin las plantas, no habría vida en el planeta Tierra. Y nos propone que cuando estemos en un bosque, no solamente podamos identificar micos y aves, —que por cierto se alimentan de la flora en su hábitat—, sino que sepamos llamar por sus nombres al menos a algunos árboles y arbustos que se nos cruzarán en el camino.

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Por Lisbeth Fog Corradine

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Jose Fernando Bedoya garcia(21483)26 de julio de 2025 - 01:23 a. m.
Por artículos como estos, vale la pena leer El Espectador. Bien por el Jardín Botánico y por sus funcionarios que hacen de la ciudad un espacio cercano y amable.
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