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“El trauma de la violencia en Colombia nos ha llevado a tomar peores decisiones”

Enrique Fatas es doctor en Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Valencia y director del Behavioral Economics Institute de la Universidad Europea. En Colombia, donde se encuentra para participar en el Encuentro internacional de Ciencias del Comportamiento, ha liderado varios estudios sobre cómo la violencia ha afectado nuestro comportamiento y los sesgos institucionales que causan discriminación. El Espectador conversó con él.

Fernán Fortich

27 de mayo de 2025 - 05:50 p. m.
Enrique Fatas es doctor en Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Valencia y director del Behavioral Economics Institute de la Universidad Europea.
Foto: Jonathan Bejarano
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Quizá una de las preguntas más elementales que se han hecho sobre los seres humanos es si cooperamos, o no, por naturaleza. El trabajo en grupo, como lo explica Peter Watson, en su libro Ideas, fue esencial para logros como la conquista del frío, la creación de herramientas y el desarrollo de la escritura, las matemáticas, la ciencia, la filosofía y el derecho, entre otras áreas del conocimiento que nos ha permitido llegar a donde estamos hoy.

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Lo cierto es que en los últimos años esos lazos de cooperación parecen estar resquebrajándose, por ejemplo, con el fin de USAID y su cooperación internacional, las guerras en el mundo, la polarización política, o los cuestionamientos a la democracia y la ciencia. El Foro Económico Mundial, que hace seguimiento a la cooperación entre países —con factores como la colaboración científica y comercial o la paz—, indica, en su último reporte en 2024, que esta cooperación ha disminuido constantemente desde 2020, en particular en temas de seguridad.

¿Qué está ocurriendo? ¿Qué se puede hacer al respecto? Justamente, este miércoles inicia en Bogotá un evento en el que se reunirán cientos de científicos, de funcionarios públicos, de empresarios y de ciudadanos para responder a estos interrogantes. Se trata del Encuentro internacional de Ciencias del Comportamiento que, entre el 28, 29 y 30 de mayo, busca generar conversaciones y colaboraciones para diseñar soluciones creativas que transformen las ciudades y la sociedad.

Uno de sus organizadores es el colombiano William Jiménez, director del Departamento de Psicología de la Universidad de Los Andes, quien indica que uno de los propósitos del evento “es conectar todas estas investigaciones que venimos adelantando desde la academia, muchas veces de manera muy técnica, para poder influir en nuestro entorno y, en particular, poder trazar nuevas políticas públicas que permitan a los individuos tomar mejores decisiones en sociedad”.

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Como explica el secretario de Cultura de Bogotá, Santiago Trujillo, el “evento se realiza justamente por los 30 años de la política de cultura ciudadana en Bogotá, iniciada por el profesor Antanas Mockus y que muestra que los enfoques científicos pueden ayudarnos a convivir mejor”.

Entre los invitados va a estar Enrique Fatas, doctor en Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Valencia y director del Behavioral Economics Institute de la Universidad Europea. En los últimos años, ha realizados estudios en Colombia y Latinoamerica sobre cómo el trauma de la violencia ha afectado nuestro comportamiento y los retos para que las instituciones recuperen la confianza de los ciudadanos. El Espectador habló con él.

¿Qué lo llevó a estudiar el comportamiento humano?

Inicialmente, como economista, empecé a estudiar lo que se conoce como la Teoría de Juegos, que estudia la toma de decisiones de personas en ciertos contextos y, en particular, cuándo hay incentivos, o no, para cooperar. Pero creo que, como muchos científicos, encontré que esto, que se basa en modelos matemáticos supercomplejos, no me permitía abordar los retos que veía a mi alrededor y por eso me pasé a las ciencias del comportamiento, con el objetivo de poder incidir en políticas públicas que permitan una mejor convivencia.

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En el estudio del comportamiento parece haber una pregunta central, y es si los humanos cooperamos por naturaleza. ¿Qué ha podido encontrar usted?

Esa es una pregunta que ha dado para varios libros [risas], pero creo que la respuesta corta es sí, somos animales sociales y cooperamos por naturaleza. La pregunta que sigue entonces es por qué no se ve esto en todos los casos. Y ahí es donde los científicos del comportamiento entramos a mirar qué sesgos tienen las personas, o qué barreras estructurales existen en las instituciones de la sociedad; qué está impidiendo que esto ocurra.

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Algunos académicos han planteado que cuando se mira un problema social, no se le puede echar completamente la culpa a los individuos, sino a su entorno. ¿Cree que es el caso cuando se aborda el comportamiento humano?

Es evidentemente una mezcla de ambos, y una relación en dos sentidos. Pero, creo que al momento de pensarse políticas públicas se tiene que poner el foco en lo que está ocurriendo en las instituciones o las entidades del Estado.

En un estudio que realizamos recientemente en Latinoamérica miramos por qué grupos de migrantes tenían una menor posibilidad de acceder a una cuentas de ahorros en un banco. Al preguntarles a los empleados, estos negaban ser xenófobos, misóginos o racistas. Pero al mirar la forma en la que se prestaban los servicios, se encontró que el modelo de atención de los bancos permitían que se brindara peor atención a los migrantes, en particular si eran mujeres. Al demostrar esto, fue posible crear una serie espacios de participación y cambios en la organización para reducir la discriminación en el acceso a servicios bancarios.

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Uno de los puntos recientes de su investigación ha sido cómo la violencia ha afectado la confianza entre los colombianos. ¿A qué se debe esto?

Desplazados
Foto: LUIS BENAVIDES

Una de las cosas evidentes al estudiar estos temas es que los traumas dejan huellas en las personas. Hay evidencia muy sólida de que, para dar un ejemplo, personas expuestas a crisis financieras seguirán tomando decisiones afectadas directa o indirectamente por este evento 20 o 30 años después. Ahora, si miramos el trauma por la exposición directa a la violencia, como lo es ser un desplazado, esto tiene consecuencias a largo plazo.

En Colombia hemos visto que la gente recuerda eventos traumáticos asociados al conflicto armado de hace 10 o 20 años, y eso tiene consecuencias en las decisiones que toman hoy, en lo que piensan de la guerrilla. En general, vemos cómo las personas toman peores decisiones debido al trauma.

¿A qué se refiere con peores decisiones?

Puede sonar sorpresivo, pero varios estudios soportan que es así. El trauma nos lleva a una peor cognición y a tomar peores decisiones financieras a corto plazo. Algunos trabajos apuntan a que la exposición a la violencia cambia nuestra preferencia por el riesgo y cómo pasamos el tiempo.

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En el caso del conflicto, esta experiencia te hace menos paciente para esperar los beneficios de una inversión por parte del Estado, porque esos beneficios solo se dan en el largo plazo. Lo mismo pasa con la educación.

¿Y cómo este trauma afecta a la hora de llegar a soluciones pacíficas?

Este es un factor que estudiamos hace poco y encontramos que la exposición directa al conflicto armado te hace más dispuesto a aceptar una solución pacífica, al haber vivido en carne propia el conflicto. En contraste, aquellos que han vivido de manera indirecta, son más reacios.

Esto es algo que, en general, está pasando en el mundo. Un caso claro es el Brexit, en el que esta idea de la migración de otros países fue determinante para la salida del Reino Unidos de la Unión Europea. Pero al momento de mirar, los barrios en los que más se votó para la salida, eran los que menos migrantes habían recibido. Esto mismo pasó en el plebiscito de la paz en 2016, en el que los municipios con menor exposición al conflicto fueron un amplio margen del ‘no’. En estos procesos, vale tenerlo en cuenta, creemos frecuentemente en realidades más bien sesgadas.

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¿A qué atribuye, en esta misma línea, la disminución en la confianza a la ciencia o las instituciones?

Creo que no se puede aún decir que la confianza en la ciencia sea baja; de hecho, es bastante más alta que en otros estamentos como los bancos, la justicia y la política. Pero esa erosión de confianza que estamos viendo en las instituciones públicas se debe a factores exógenos, en particular, a gobiernos populistas que lanzan información de este tipo en sociedades ya muy polarizadas. Esto se ve en temas de salud pública.

La capital durante la pandemia.
Foto: Óscar Pérez

En la pandemia el uso o no del tapabocas se volvió una declaración política y no un acto de responsabilidad, por ejemplo. Entonces tenemos políticos que están despertando emociones en hechos falsos y genera ruido y confusión. Se lanza una bomba de humo, en la que ya no se puede discutir con datos y esto afecta nuestro comportamiento.

¿Cómo pueden construirse entonces mejor los mensajes de salud pública para que sean efectivos?

Participé en una investigación que hicimos en nueve países, y el elemento más importante que detectamos es que las instrucciones de salud que se le den a la población sean medidas de prevención que pueda ser seguidas fácilmente. Pero esto seguirá enfrentándose con las bombas de humo e intereses que vemos hoy en día en la política.

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Queda la sensación de que esas disonancias de información son una amenaza para la democracia. ¿Qué se puede hacer al respecto?

En otro experimento que realizamos hace años con grupos focales encontramos que cuando se limita la democracia al acto de votar cada cierto tiempo, eso no causa mucho efecto en las personas. Pero cuando amplías esa definición —por ejemplo, dando acceso a recursos, participación, deliberación— cambia el comportamiento. La democracia debe ser más profunda, no solo el voto. Las instituciones deben estar bien definidas. Democracia no es solo ‘un hombre, un voto’. Significa también Estado de derecho, separación de poderes. Votar no garantiza, por sí solo, que haya instituciones ni comportamientos democráticos.

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Por Fernán Fortich

Periodista con enfoque en temas ambientales, posthumanistas y sociales.@fernanfortichrffortich@elespectador.com
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