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Un equipo de científicos ha hallado plumas fosilizadas de un buitre leonado en un depósito volcánico cercano a Roma, Italia, con un nivel de conservación extraordinario, reportan en un estudio publicado en la revista científica Geology. Se estima que el ave vivió hace unos 30.000 años y su descubrimiento revela un mecanismo de fosilización del que hasta ahora se desconocían muchos detalles.
“En 1889, en las faldas del Monte Tuscolo, a 25 km al sureste de Roma, unos agricultores descubrieron algo extraordinario. Mientras excavaban la tierra para un nuevo viñedo, encontraron una capa de lecho rocoso con un extraño vacío. Este contenía el esqueleto de un ave de gran tamaño, con aparentes huellas de su plumaje en las rocas circundantes”, recuerdan Valentina Rossi, David Iurino y María McNamara, autores de la investigación, en el portal The Conversation.
El terrateniente llamó entonces al geólogo italiano Romolo Meli. Tras rescatar la mayoría de las rocas, Meli identificó el ejemplar como un buitre leonado fosilizado, y señaló que la conservación del plumaje era inusual, considerando que la roca anfitriona era volcánica. Normalmente, las plumas fósiles se conservan como impresiones en rocas o atrapadas en ámbar, pero rara vez se mineralizan.
A pesar de eso, y de que Meli hizo un informe sobre el descubrimiento, la mayoría de rocas y la información se perdió. “Hoy solo quedan bloques que contienen el plumaje de un ala y la huella de la cabeza y el cuello del ave”, dicen los autores del estudio. Hace unos años, se reunieron para hacer una tomografía computarizada (TC) de la huella de la cabeza y el cuello. Esto reveló, dicen, detalles tridimensionales de los párpados, la lengua y la textura de la piel y el cuello del ave con un detalle biologico tan minucioso, que supera incluso al que se ha logrado de las víctimas de Pompeya.
“En nuestro nuevo estudio, examinamos las plumas y quedó claro que estábamos ante algo fuera de lo común. Nuestros análisis microscópicos preliminares revelaron sorprendentemente que las plumas, de un color naranja que contrasta con la roca anfitriona, se conservaron en tres dimensiones”, explican los autores en The Conversation. Que las plumas se conservaran en tres dimensiones significa que no quedaron como una impresión o una película plana sobre la roca (como ocurre con la mayoría de las plumas fósiles), sino que mantuvieron su forma original en volumen, con estructuras como los filamentos y capas intactas. Esto permite a los científicos estudiarlas con mayor detalle, analizando su estructura interna y ultraestructuras tisulares, como los melanosomas (responsables del color).
Las plumas fósiles tridimensionales se encuentran más comúnmente en ámbar, una resina fosilizada de árboles antiguos que actúa como un conservante natural, atrapando pequeños organismos y tejidos en un ambiente sin oxígeno, lo que permite una preservación excepcional de detalles microscópicos. Sin embargo, en este caso las plumas del buitre no estaban en ámbar. “Un análisis microscópico más detallado reveló que esta preservación tridimensional se extendía a las delicadas ramas de las plumas”, detallan los autores. Aún más extraño, agregan, fue el hecho de que la pluma fósil estuviera hecha de un mineral llamado zeolita.
La zeolita es un mineral poroso compuesto principalmente de aluminio, silicio y oxígeno, que se forma en ambientes volcánicos e hidrotermales. “Este mineral no está asociado con ningún otro tejido fósil, lo que revela un proceso de fosilización nunca antes registrado”, dicen los investigadores. Esto sugiere que los entornos volcánicos pueden ser clave para la preservación detallada de tejidos blandos en fósiles de diversos organismos antiguos. Pero no de cualquier manera.
No se sabe con certeza cómo murió el buitre. Puede haber muerto asfixiado por gases volcánicos o quedar atrapado bajo una avalancha de ceniza caliente. Sin embargo, su entierro debió ser muy diferente al de los habitantes de Pompeya, lo que permitió que sus plumas se conservaran mejor. En Pompeya, la erupción liberó flujos extremadamente calientes y rápidos, con temperaturas superiores a 500 °C. Estas condiciones fueron tan extremas que los cuerpos humanos quedaron reducidos a esqueletos y carbón, ya que el calor vaporizó los tejidos blandos.
En contraste, el flujo de material que cubrió al buitre tenía que tener características distintas: probablemente era menos caliente o más lento, lo que permitió que sus plumas no se destruyeran por completo y que se conservaran en tres dimensiones mediante un proceso de mineralización. Esto abre la posibilidad, finalizan los autores del estudio, “de que muchas otras rocas volcánicas ricas en cenizas contengan fósiles extraordinarios y, por lo tanto, sean nuevos objetivos interesantes para la investigación paleontológica”.
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