Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando se producen desastres naturales que conllevan pérdidas materiales y humanas, como inundaciones, incendios o terremotos, es frecuente ver cómo personas hasta entonces desconocidas aúnan esfuerzos para reconstruir y reparar los daños ocasionados.
Según un estudio publicado en la revista Current Biology, este mismo comportamiento, tan común entre las personas, ha sido registrado en los macacos Rhesus (Macaca mulatta) de la isla Cayo Santiago, en Puerto Rico, tras el paso del huracán María en 2017. (Le puede interesar: Listo el primer atlas de primates de Colombia)
“Los macacos construyeron nuevas relaciones en lugar de fortalecer las existentes y tendieron a oponer menor resistencia para formar nuevas conexiones”, señala Camille Testard, autora del estudio y doctoranda en la Universidad de Pensilvania (EE UU).
Esta investigadora, junto a su equipo, comenzó a analizar el comportamiento de los macacos en la pequeña isla de Cayo Santiago (de 0,14 km²) antes de que el huracán azotara al país, que dejó tras de sí más de 3.000 muertos. Aunque la tormenta no provocó de manera directa la muerte de muchos monos, sí redujo la vegetación de la isla en un 63 %.
Tras la tormenta, Testard y sus compañeros notaron un cambio en el comportamiento de los simios, quienes parecían más tolerantes con otros individuos. Incluso hasta con los que antes del incidente eran competidores. (Le sugerimos: Los chimpancés mantienen pocos pero buenos amigos)
De manera general, los primates de la especie Macaca mulatta tienen un conocido carácter social. No obstante, viven en sociedades altamente competitivas y pueden llegar a ser muy agresivos con otros miembros del grupo.
Expansión de sus relaciones sociales
Esta fue la razón les llevó a analizar las conexiones sociales de los macacos. “Investigamos si los monos reajustaron su inversión en las relaciones sociales en respuesta al huracán María y cómo lo hicieron, a partir de un conjunto de datos que abarca las observaciones de comportamiento que ocurrieron entre tres años antes y un año inmediatamente después del huracán”, se detalla en el estudio.
Entre los datos recogidos en dos grupos de simios, los científicos observaron alteraciones en el comportamiento, tales como con qué ejemplares invertían el tiempo, qué parejas seleccionaban, a quién acudían para asearse o con quién compartían sombra. (Lea también: Ante las amenazas de otros grupos, los chimpancés se unen, como los humanos)
“Esperábamos que los monos utilizaran a sus aliados más cercanos para hacer frente a la devastación ecológica del huracán y que invertirían en sus relaciones existentes. En cambio, los macacos expandieron sus redes sociales y aumentaron la cantidad de individuos con los que toleraban compartir recursos limitados, como el espacio sombreado en el que sentarse”, explica Lauren Brent, coautora del estudio e investigadora de la Universidad de Exeter en Reino Unido.
Según sus resultados, los ejemplares observados habían forjado nuevas relaciones después de la tormenta, como con monos desconocidos o no familiares, “un patrón observado en humanos después de eventos catastróficos que afectan poblaciones enteras”, resalta el estudio. Esta peculiaridad dio como resultado una sociedad más tolerante en su conjunto.
Para los investigadores, este hallazgo supone una “fuerte evidencia de la flexibilidad en la capacidad de los macacos Rhesus para negociar su paisaje social después de un desastre natural”, exponen en el trabajo.
Aunque se desconoce qué efectos puede tener este comportamiento a largo plazo sobre la esperanza de vida o la numerosidad en la descendencia, los autores consideran que los hallazgos en los macacos pueden ayudar a las personas a comprender cómo nos las arreglamos en medio de catástrofes naturales.
“Las relaciones sociales tienen un impacto sorprendentemente grande en la salud humana y estar en un entorno social pobre es un factor de alto riesgo para los seres humanos, tan alto como otros factores de riesgo para la salud, como el tabaquismo”, considera James Higham, coautor del estudio e investigador de la Universidad de Nueva York. “No está claro cómo la variación en el entorno social impacta sobre nuestra biología”, concluye.