“Evolutivamente, las mujeres queremos sexo, pero no necesariamente hijos”

La doctora en antropología por la Universidad de Harvard se ha ganado el apodo de la “darwinista feminista”. Ha cuestionado la teoría de la selección sexual de Darwin y estudiado la evolución desde la mujer y la maternidad.

María Mónica Monsalve S.
24 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Sarah Blaffer Hrdy es profesora emérita de la Universidad de California en Davis, Estados Unidos.  / Cortesía Dan Hrdy
Sarah Blaffer Hrdy es profesora emérita de la Universidad de California en Davis, Estados Unidos. / Cortesía Dan Hrdy

Uno de los recuerdos más claros que Sarah Blaffer Hrdy tiene de cuando cursaba su doctorado en antropología en la Universidad de Harvard es haber pensado “así debe sentirse una persona negra recibiendo una clase sobre el Ku Klux Klan”. En 1969 no había mujeres profesoras en Harvard. Ella era la primera mujer estudiante que conocían sus profesores y la narrativa predominante entre los antropólogos evolutivos era que, mientras los machos eran dominantes y competían por elegir a su pareja, las hembras eran sometidas a estas decisiones. En parte, explica Blaffer, esto tenía que ver con que la mayoría de lo conocido sobre las relaciones sociales de los primates había sido observada en los babuinos de la sabana, una especie que cumple esta norma.

Pero ella, como mujer y más tarde madre, empezó a cuestionarse lo que había sido ley desde la época victoriana. Viajó a India a estudiar primates y también analizó el comportamiento de algunas comunidades humanas que viven de la manera más similar a nuestros antepasados en África, siempre enfocándose en las presiones evolutivas que actuaban sobre las hembras y las crías. Sus conclusiones quedaron plasmadas en libros como La mujer que nunca evolucionó, Madres y otros y Madre naturaleza. Fue así como se ganó el apodo de la “darwinista feminista”, pero también se llevó comentarios de sus colegas que alguna vez le dijeron que “debería callar y dedicarse a criar a sus hijos”.

¿En qué diverge de Darwin?

Actualmente, las ideas de Charles Darwin sobre la selección natural han sido confirmadas ampliamente por la ciencia. Mi problema tiene que ver con su teoría conocida como “selección sexual”. No es que crea que sea errónea, sino que está incompleta. Según Darwin, la selección sexual se refiere a la competencia que tienen los miembros de un sexo para tener acceso al otro sexo, donde el resultado es que el perdedor no morirá, sino que tendrá menos descendientes. Fue una hipótesis brillante que explicaba mucho del comportamiento entre machos. Sin embargo, en 1970 viajé a la India a estudiar monos langures (Semnopithecus entellus), porque quería entender la razón de que algunos machos estuvieran matando crías. La selección sexual probaba la explicación que mejor se ajusta a los hechos: los machos sólo atacaban a los bebés cuando eran machos externos al sistema de producción tradicional, ya que cuando la hembra perdía a su cría se volvía sexualmente receptiva y se apareaba con ellos.

Pero estando en campo me empecé a interesar por otra pregunta: ¿qué estaban haciendo las hembras frente a esta situación? La teoría de la selección sexual servía para explicar el comportamiento de los langures machos, pero no mucho el de las hembras. También había mucha competencia entre las hembras, pero no necesariamente en cuanto a aparearse con los machos. Con el tiempo se fue haciendo más claro que los primates femeninos, en lugar de ser pasivos, eran agentes activos, que estaban compitiendo y cooperando con otros, entonces ya no era aceptable que las presiones evolutivas habían operado con mayor fuerza en los machos que en las hembras. Teníamos que repensar ese proceso.

¿Y por qué casi ningún académico se preocupó por entender las presiones evolutivas en hembras?

Los principales proponentes del darwinismo del siglo XIX eran hombres victorianos, como el mismo Darwin. Veían al macho como un agente activo, altamente competitivo, mientras a las hembras les otorgaron un rol pasivo y limitado a tener hijos y criarlos. Algunas mujeres de esa época dieron un paso adelante para señalar que las presiones de la selección sobre las mujeres no fueron suficientemente consideradas, que los evolucionistas dejaron fuera la mitad de las especies, pero en ese momento el desarrollo de la teoría de la evolución para incorporar las presiones selectivas en ambos sexos no fue el camino tomado.

¿Con base en qué observaciones desarrolló la teoría de la crianza cooperativa y los alopadres?

En 1999 publiqué un libro sobre el amor maternal y la ambivalencia, llamado Madre naturaleza, mi metáfora personal para la selección natural de Darwin. Mientras escribía ese libro entendí que un simio con los atributos de la historia de vida del Homo sapiens, un simio que produce una descendencia tan costosa y de lenta madurez como los humanos, no podría haber evolucionado a menos que las madres tuvieran mucha ayuda para criar a sus hijos. Esto me llevó a notar que, a diferencia de otros simios, nuestros ancestros en la línea del género Homo evolucionaron casi con certeza como “criadores cooperativos”, lo cual se refiere a cualquier especie en la que los alopadres (miembros del grupo distintos de los padres) también ayudan a cuidar a los más pequeños. En otras palabras, es tanto apropiado como completamente natural para las madres humanas contar con la ayuda de otros. El desafío para las madres es encontrar personas dispuestas, capaces y confiables para ayudar. Afortunadamente, los bebés humanos son muy llamativos y las personas que no están relacionadas responden positivamente a las señales que emiten. Incluso los que no tienen parentesco genético con ellos estarán ansiosos de protegerlos y cuidarlos.

¿Cómo puede ayudarnos esta teoría a entender las familias modernas?

Los evolucionistas han tendido a asumir que, como ha pasado con grandes simios, como chimpancés, orangutanes, bonobos y gorilas, las madres eran las cuidadoras exclusivas de los bebés. Por ejemplo, cuando un chimpancé salvaje da a luz, probablemente no va a dejar que nadie toque a su cría hasta que tenga cinco o seis meses y la sigue cuidando por unos cuatro años más. Pero en la medida que los antropólogos empezaron a aprender más sobre el cuidado de los niños en comunidades de cazadores-recolectores que aún viven como nuestros antepasados del Pleistoceno, nos dimos cuenta de que las madres humanas son menos posesivas. Incluso permiten que otros miembros del grupo abracen a su bebé inmediatamente después del nacimiento. Lo permiten porque confían en otros y también porque son conscientes de la mucha ayuda que necesitarán para provisionar a sus pequeños.En ese sentido, ¿tener una carrera profesional exitosa también es una ventaja evolutiva para la mujer?

No estaría segura de si en el mundo moderno las carreras lo son. Pero entre los ancestros prehumanos, las hembras que lograban un estatus alto, con influencia local para obtener recursos o proteger a sus crías, sí tenían una ventaja evolutiva. Esta es la razón por la que creo que los humanos descendemos de ancestros en los que la ambición era ventajosa para las hembras. Hoy, un estatus más alto puede estar correlacionado o no con el éxito reproductivo. Con eso aclarado, cuando las mujeres pueden ser dueñas de sus propiedades o tienen control para acceder a los recursos que necesitan para sobrevivir o tener hijos, tienen más autonomía y libertad para elegir. Como parte de esa autonomía, una mujer puede elegir tener hijos o no. Ahora, hay que tener presente que la teoría de la selección natural de Darwin no favorecía tener una vida satisfactoria o feliz, sino simplemente dejar más descendencia genética. No se debe confundir el éxito evolutivo con un sentido de bienestar. Pueden o no ser lo mismo.

¿Quién es la mujer que nunca evolucionó?

Es el título de un libro que publiqué en 1987 y que se refiere tanto al estereotipo de mujer de Darwin (pasiva y recatada), como a las mujeres que no habían evolucionado pero que algún día podrían hacerlo. Esto escribí en la conclusión de ese libro: “La mujer con ‘igualdad de derechos’ nunca evolucionó; fue inventada y luchó conscientemente, con inteligencia, terquedad y coraje”.

¿Cuáles son sus ideas sobre los matriarcados y las sociedades más igualitarias?

El término patriarcado se refiere a sociedades patrolocales, con herencia patrilineal, en las que las instituciones están sesgadas por este interés. Estas sociedades abundan a través de la historia humana. Sin embargo, no puedo pensar en equivalentes exactos donde las mujeres tienen ese tipo de poder institucional. En ese sentido, los verdaderos “matriarcados” sólo se encuentran en los mitos y en los temores de los hombres. Lo que sí existe, ciertamente, son sociedades matrilocales (donde las mujeres viven en su lugar natal entre sus parientes) y la descendencia es matrilineal. En estas sociedades, las mujeres tienden a tener más control sobre sus propios destinos, más libertad de moverse y son más libres de elegir.

¿Cómo explica que existan mujeres que no tienen el deseo de tener hijos?

Las mujeres evolucionaron para que, de alguna manera, su libido se incrementara a mitad del ciclo, cuando están ovulando. En ausencia de planificación, una mujer que tenga sexo en esta época tendrá una alta probabilidad de quedar embarazada y, nueve meses después, tener un hijo. Aunque sí creo que las mujeres fueron seleccionadas para encontrar los bebés llamativos, no creo que haya existido una selección directa para que las mujeres quieran tener hijos de por sí. Para mí, es algo más aprendido, un deseo cultural. Fuimos seleccionadas naturalmente para querer sexo, pero no necesariamente para querer hijos.

¿Cuál es su punto de vista sobre movimientos como el #MeToo?

Las leyes que protegen los derechos de las mujeres, incluido el derecho a controlar lo que pasa con sus propios cuerpos, con quiénes tienen sexo o si quedan embarazadas o no, son críticamente importantes para una sociedad civilizada. Las opciones reproductivas de la mujer también son críticas para el bienestar de los hijos. Por esta razón el movimiento #MeToo es uno de los hitos más importantes posteriores a la Ilustración. Sin embargo, sigo preocupada de que el movimiento se vuelva demasiado torpe y promueva una reacción violenta. Se requiere un equilibrio reflexivo.

Por María Mónica Monsalve S.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar