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Un acto de resistencia para sobrevivir a la hostilidad de Colombia con la ciencia

La fundación que entrega uno de los premios más importantes en ciencia en Colombia cumple 70 años y los celebrará en la noche de este 1 de octubre con una gala especial, donde también anunciará a los nuevos ganadores. ¿Cómo ha logrado sobrevivir por tanto tiempo en un país cuyos gobiernos suelen darle la espalda a los investigadores? Hablamos con su directora, Adriana Correa.

Sergio Silva Numa

30 de septiembre de 2025 - 06:56 p. m.
Adriana Correa, directora de la Fundación Alejandro Ángel Escobar.
Foto: Cortesía FAAE
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La ciencia en Colombia siempre ha sido el patito feo de los gobiernos. Aunque todos los candidatos prometen mejorar el monto que destinarán al Ministerio de Ciencias, la promesa suele disolverse a los pocos meses. En el caso del gobierno de Gustavo Petro, las cifras hablan solas: en 2025 para esa cartera se destinó un poco más de COP $266.000 millones, que equivale a uno de los porcentajes más bajos del PIB que le han destinado en toda su historia (y cuando era Colciencias). En 2023, le dieron COP $487.000 millones.

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Aunque es cierto que hay otra bolsa para financiar investigaciones (la de regalías, con varios tropiezos de gestión), que una fundación cumpla siete décadas reconociendo a quienes hacen ciencia en un ecosistema tan adverso es “un acto de resistencia”. Así, al menos, lo cree Adriana Correa, la directora de la Fundación Alejandro Ángel Escobar (FAAE), que lleva 70 años ejerciendo esa labor.

Tras pasar por Maloka, por el Planetario de Bogotá y por varios cargos públicos, Correa hoy está en la FAAE para continuar el legado de ese antioqueño que en el siglo XX soñó con crear unos premios que valoraran el trabajo de quienes hacen ciencia en el país. Dice, en esta entrevista, que quiere apostarle a la divulgación de la ciencia y espera que en el futuro haya nuevas categorías.

En un país donde la ciencia no suele tener los recursos que requiere y donde siempre está en la última fila del presupuesto de los gobiernos, ¿cómo ha hecho una fundación que la promueve para sobrevivir por siete décadas?

Esta fundación nació cuando se abrió el testamento de Alejandro Ángel Escobar. Era un hombre de una familia muy adinerada: su padre, Alejandro Ángel Londoño, construyó una de las fortunas más importantes de Antioquia en su momento. Ángel Escobar fue uno de esos 14 hijos. Él estudió afuera, primero en Estados Unidos, después en Europa, y, finalmente, terminó en Colombia estudiando Derecho. Cuando hace un viaje a Estocolmo, conoció los Premios Nobel y cuando regresó dijo “yo quiero crear el Nobel colombiano”. Así que redacta su testamento cuando tenía 46 años y pide crear la fundación cuando se muera, para que la dirija su esposa. Él se muere 4 años después (a los 50 años) y, efectivamente, su esposa crea la Fundación. ¿Cómo hemos sobrevivido? De ese legado, que aún está vivo. Ha sido muy bien manejado por la Fundación, por mis antecesoras y por el consejo directivo. Y también con unas políticas de austeridad muy bonitas. Este es un equipo pequeño, somos cuatro personas, y todo eso, creo, es lo que ha hecho que vivamos de ese legado. Todos los recursos están dirigidos a premiar a los ganadores, a entregarles esos 5 premios anualmente.

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La quimera es mantener esa llama viva 70 años después en un país con condiciones tan hostiles para hacer ciencia. Este año tenemos el presupuesto más bajo en los últimos 20 años para del Ministerio de Ciencias. Tocamos el punto más bajo presupuestalmente. Ese contraste, esta celebración dice muchas cosas, sobre esa resistencia de llegar hasta aquí. En ciencia, el hachazo coincide con el recorte siempre sistemático. Esa caída no es de este Gobierno; la inversión pública en ciencia viene desde hace varios años e internacionalmente también están pasando cosas muy dolorosas para la ciencia, como todo lo que está pasando con la administración Trump; la amenaza para las universidades y la financiación de los investigadores. Entonces, cumplir 70 años en medio de ese panorama, para mí es un acto de resistencia, en medio de tanta hostilidad, tanto para las fundaciones sociales como para la ciencia en Colombia.

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Por el lado de la solidaridad, también ha habido un hachazo para todas las fundaciones y organizaciones sociales que trabajan en Colombia por el recorte de USAID.

Usted viene de otras entidades relacionadas con la ciencia, como Maloka o el Planetario de Bogotá. Si mira retrospectivamente, ¿este podría ser, entonces, el año más difícil para ese ecosistema para hacer ciencia?

No creo que sea el más difícil, porque siempre ha sido muy difícil. El presupuesto de antes, en Colciencias, hoy Minciencias, siempre ha sido muy escaso. Nosotros a duras penas hemos superado el 1 % del PIB. Son números que nos ponen casi al mismo nivel de países de muy bajo ingreso. Sin embargo, estamos en la OCDE, queriendo ser un país de alto ingreso, pero la inversión en ciencia, tecnología e innovación es mínima. Entonces, no creo que sea el peor; siempre ha sido así. Pero cuando uno ve con lupa la vida de los investigadores —que es algo que estamos haciendo este año para celebrar los 70 años, un pódcast con siete episodios sobre siete investigadores—, se encuentra que han hecho ciencia en contra de todo; con sus propios presupuestos, con sus propios bolsillos, ganándose becas en el exterior.

Muchos vienen de cero, han apostado por el conocimiento y por la educación, por esa convicción temprana que les siembran en sus hogares. Aunque ha sido muy difícil, siempre hemos hecho ciencia y muy importante. En Colombia se hace ciencia de talla mundial, pero, en parte, no nos creemos el cuento. A veces creemos que esas grandes soluciones las tenemos que importar y tenemos una admiración enorme hacia otros personajes de otras latitudes. Pero pocas veces miramos a nuestro propio talento, cuando está aquí. Aunque haya condiciones hostiles, eso sigue hablando muy bien de nosotros como colombianos y de nuestros investigadores.

Y para mencionar el otro lado nuestro, el de la solidaridad, porque entregamos tres premios en ciencias y dos en solidaridad, ahí uno se da cuenta de que este es un país vibrante: hay demasiadas fundaciones y personas que están todo el tiempo moviendo los límites de la empatía. Es gente que se conmueven tanto por la situación de ciertas poblaciones, de ciertos grupos específicos y de algunas causas que hace trabajo social contra todo, sin presupuestos, con muchas dificultades. Aunque cada vez es más difícil acceder a recursos de cooperación, y ahí los ves trabajando, resistiendo, incapaces de abandonar esas causas o esas comunidades para las que trabajan.

Sin duda. Los ganadores de los FAEE son, en general, proyectos fascinantes. ¿Recuerda alguno que la haya conmovido?

Sí, Virginia Gutiérrez de Pineda. Ella es una de las protagonistas de nuestro pódcast. Es la mujer del billete de COP $10.000. Me impacta su historia porque esta es una mujer que nace en 1921 en una Colombia muy machista. Las mujeres apenas estaban ingresando al sistema educativo y ella hace cosas extraordinarias, como sospechar de la familia colombiana que dábamos por sentado: dábamos por hecho que la familia colombiana era católica, que todo el mundo estaba casado por la iglesia. Y esta mujer va y se hace una investigación etnográfica por todo Colombia, de norte a sur. Cruza más de 400 variables, le jura un arzobispo que no va a incluir ninguna pregunta sobre la sexualidad y la vida íntima de las parejas, pero por supuesto, las incluye, y hace una radiografía de la familia en Colombia. Y lo que encuentra es que no hay un solo tipo de familia. Ella las clasifica en cuatro grupos. Ella no era una feminista, pero ese retrato es lo más feminista que puede hacer: es, tal vez, de las primeras mujeres que dice la mayoría de los hogares colombianos los levanta una mujer. Y están muy solas, han sido abandonadas por los padres, crían solas, trabajan durísimo y, de hecho, sus dos libros más potentes que hace alrededor de la familia se los dedica a ellas, a las madres. Esa es ciencia local; no hay un sociólogo, un antropólogo que no cite a Virginia Gutiérrez de Pineda. Es tremendamente revelador para conocernos como país.

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¿Cómo se celebran 70 años?

Quisimos cruzar arte, ciencia y solidaridad. Alejandro Ángel Escobar estudió artes en Cambridge y luego vino a Colombia y estudió Derecho. Era un humanista. Él y su esposa tenían una gran sensibilidad por el arte. Entonces, el arte la escogimos porque nos ayuda a traducir hallazgos técnicos a lenguajes sensibles y creo que eso es parte del reto que tenemos como fundación. Uno de los retos más grandes que tiene la ciencia es la comunicación, es decir, la apropiación del conocimiento. Entonces, vamos a celebrar con una gala: comisionamos tres piezas musicales a tres compositores colombianos. Son unas piezas inéditas. Cada uno es un músico muy privilegiado, pero juntos, como ensamble, no han tocado nunca públicamente. También un artista visual hizo una composición: va a ser como un video mapping, con toda la memoria de la fundación en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella. Vamos a tener los discursos, la premiación de los ganadores y la celebración de los 70 años, mientras la música y las imágenes nos conmueven.

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Y, por otro lado, como producto editorial, vamos a sacar este pódcast. Lo lanzamos en noviembre. Se llama Fiebres lúcidas, que va a hablar, justamente, de estas obsesiones científicas de siete investigadores e investigadoras colombianas. Elegimos uno por década, que han hecho ciencia de talla mundial. Es un pódcast narrativo, no es conversacional. Es como una especie de mini documentales sobre las vidas de estos investigadores que han sido premiados por la Fundación Alejandro Ángel Escobar.

¿Qué dijo la Junta de la Fundación cuando le propuso la idea de hacer un pódcast en vez de un libro para esta conmemoración, como había sucedido en otras oportunidades?

(Risas). Hubo debate frente al formato. Había una tensión entre si hacíamos un libro o un pódcast. Yo sí defendí el pódcast porque me parece que es un formato narrativo mucho más vigente, más contemporáneo. Nos permite como revivir a los personajes; hay muchos efectos y recursos sonoros. Los investigadores de las primeras cuatro o cinco décadas ya no están con nosotros, pero ese formato permite un juego narrativo y sonoro y podemos llegar a más público. Este no es un pódcast para científicos, aunque ojalá nos escuchen, pero queremos conectar a audiencias mucho más masivas con la vida y las vocaciones de estas personas que destinaron toda su vida a una pregunta de investigación y al conocimiento. Yo sí creo que esa es una manera de despertar el asombro. Además, para el aniversario número 50, la Fundación sacó un libro muy completo y bello con grandes plumas como Héctor Abad, entonces sentía que era un poco repetir lo que ya habíamos hecho.

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En otras palabras, quiere darle un empujón más fuerte a la divulgación de la ciencia…

Total, sí. Es la apuesta. Estas bibliotecas que hay en la Fundación deberían ser conocidas por muchísima gente. Esto debería ser más popular. Deberíamos tener más formatos, más maneras de que estas investigaciones, tanto los trabajos en ciencia como la los trabajos en solidaridad, fueran conocidos por más gente. Ese es como uno de los grandes retos que tenemos en la fundación y pues yo creo que este es como de sus primeros intentos de sacar estos libros y estas investigaciones de nosotras y conectarlos con el público.

Varias de las entidades en las que ha estado, hacen esa tarea de divulgación. En general, en Colombia, ¿siente que se está haciendo bien ese ejercicio para que la ciencia llegue a públicos masivos?

Hay muchos esfuerzos. Está Maloka, está Shots de Ciencia, y hay varios periodistas que lo están intentando y lo hacen muy bien. Pero todavía son esfuerzos muy escasos; aún hace falta mucho por hacer. De hecho, cuando íbamos a hacer el pódcast, empezamos a buscar referencias y aquí hay una o dos. Hay muchas más referencias afuera, en inglés, en otros idiomas. Entonces, en eso todavía estamos crudos en Colombia. Creo que esa es también parte de la razón por la que no haya una apropiación social del conocimiento mucho más fuerte, un reconocimiento mayor a nuestros científicos. Creo que tiene que ver con que ese esfuerzo todavía no es suficiente. A todos los que estamos en un puesto como el mío o como el suyo nos falta como seguir insistiendo.

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¿Qué tan difícil es la selección de quienes ganan los premios de la FAEE?

Dificilísima, pero no la hago yo, la hacen los jurados. Todos los años escogemos un grupo de jurados exquisito. Son pares y eso es parte de lo que le da el reconocimiento a estos premios. Las evaluaciones de las 3 categorías en ciencias la hacen jurados pares. Yo estoy siempre en las deliberaciones; prestamos oídos y tomamos nota, pero siempre les cuesta mucho trabajo, al final, definir un ganador. Yo llevo tres versiones de los premios y siempre nos preguntan por la posibilidad de dar otro premio. Siempre, también, expresan su orgullo de haber participado como jurados y tomarle el pulso a ese país investigador o a ese país solidario. Siempre dicen “gracias por invitarme. Ha sido absolutamente maravilloso conocer estos trabajos y lo que se está haciendo en Colombia en investigación”. Pero claro, para ellos, esa recta final es muy complicada. Prácticamente todas las menciones de honor también pudieron ser ganadores.

¿Tiene en mente alguna nueva estrategia o proyecto para impulsar un poco más la divulgación o para impulsar la fundación?

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Frente a la divulgación, ya arrancamos con gala que planeamos, donde unimos arte, con ciencia, con solidaridad y música. El pódcast, es un proyecto narrativo superexigente. Armamos un equipo en el que está Lisbeth Fog, que es una periodista científica que conoce. Ella hizo toda la investigación, más una productora más, una editora, que es una podcaster buenísima. Luego, yo también estuve yo en la escritura, en la narración y en la producción del proyecto. Esa es la apuesta de este año, pero queremos seguir haciendo estas apuestas narrativas novedosas. Tenemos que buscar financiación para eso. El presupuesto de la Fundación es austero, pues todo va, prácticamente, a los ganadores. Entonces, crecer también en estrategias divulgativas supone un esfuerzo paralelo de conseguir recursos adicionales.

Y, por otro lado, con el Consejo Directivo, aunque el fondo es sólido y tenemos todavía sostenibilidad para largo rato, sí queremos salir a buscar nuevos recursos para crear uno o más premios nuevos. Queremos encontrar el siguiente filántropo o filántropos que nos ayuden a sembrar el siguiente siglo de la Fundación.

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Es decir, que en el futuro, se imagina nuevas categorías…

Sí, nos estamos imaginando nuevas categorías. Por lo menos, queremos arrancar con una nueva, dependiendo de los recursos que vayamos consiguiendo.

Si en algún momento pudiera conversar unos minutos con el presidente Petro, ¿qué le diría para explicarle que vale la pena que la ciencia no sea el patito feo de los gobiernos?

Le diría que la utopía de una sociedad igualitaria solo se puede construir tras una apuesta por el conocimiento. No hay manera de construir ese imaginario sin una apuesta absolutamente firme y sólida por el conocimiento, que es la inversión en ciencia, tecnología e investigación. Quienes se han acercado a esa respuesta ha sido siempre a través de la convicción de que en esto se tiene que invertir para que un país pueda encontrar sus propias soluciones y crear esas condiciones mucho más paritarias para una sociedad.

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Por Sergio Silva Numa

Editor de las secciones de ciencia, salud y ambiente de El Espectador. Hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos. También tiene una maestría en Salud Pública de la Universidad de los Andes. Fue ganador del Premio de periodismo Simón Bolívar.@SergioSilva03ssilva@elespectador.com
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