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Hace 100 años no veíamos a este “topo”: científicos lo encontraron cerca de Bogotá

Desde 1925 no se sabía nada sobre la musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental, un pequeño mamífero de no más de 10 centímetros relacionado con los topos y que solo se encuentra en nuestro país. Tras un siglo en el que se dio por extinto, un equipo de científicos colombianos lo volvió a encontrar muy cerca de Bogotá, pero su redescubrimiento también generó varias preocupaciones.

César Giraldo Zuluaga

12 de julio de 2025 - 09:00 a. m.
La musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental (Cryptotis brachyonyx).
Foto: Darwin Morales
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Hace 25 años, Jorge Iván Bazante compró la Hacienda Cimitarra en Fusagasugá, a 40 kilómetros de Bogotá, para continuar con su negocio de la ganadería. En el predio, de 190 fanegadas (unas 121 hectáreas), taló los bosques que había y metió las 200 reses que calculó para el terreno. Aunque ahora no recuerda con claridad en qué momento decidió hacer un alto en el camino, y lo resume como una “revelación divina”, tiene claro que a los cinco años de empezar en la hacienda “tomé una conciencia ambiental y empecé a conservar”.

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Quizás, menciona, fue cuando empezó a ver a un roedor de no más de 80 centímetros de largo y 35 de largo, conocido como lapas, “arrinconadas”. Desde entonces, empezó un proceso de restauración pasiva y con árboles nativos que lo llevó de tener solo unas 10 hectáreas de bosque, a más de 70 en la actualidad, y a reducir las cabezas de ganado, para centrarse en la ganadería regenerativa, donde “las rondas hídricas y los bosques se respetan”, dice Bazante.

La Hacienda Cimitarra ya no existe y, en su lugar, creó el Parque Verde y Agua, donde cerca de la mitad del terreno está declarado como una reserva natural, ideal para el avistamiento de aves y el senderismo que atraviesa cinco humedales, varias cascadas y 18 nacimientos de agua.

Hace poco más de un año, al celular de Bazante llegaron varios mensajes del biólogo Darwin Morales, pidiendo permiso para buscar una especie de musaraña. Si bien el ganadero nunca había escuchado hablar de este animal, abrió las puertas de su reserva, pues cuenta “siempre está presta para todo lo que es investigación”.

Morales, quien adelanta su doctorado en la Universidad Estatal de Luisiana (LSU) en Estados Unidos, y su colega Héctor Ramírez Chaves, profesor de la Universidad de Caldas y doctor en Ciencias de la Universidad de Queensland (Australia), buscaban a una especie de musaraña, un mamífero de no más de 10 centímetros de largo relacionados con los topos que, tras ser descrita gracias a unos especímenes recolectados en 1925, nunca más se había vuelto a encontrar.

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En concreto, querían determinar si la musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental (Cryptotis brachyonyx), una especie que solo se encuentra en Colombia, estaba extinta, como se creía desde hace 100 años, o si su existencia se trataba de casi un mito, tras constatar que no se habían documentado nuevos registros ni datos ecológicos desde 1925. Tras siete días de cavar 300 huecos para instalar el mismo número de trampas, los científicos pudieron gritar ¡eureka! Sin embargo, también descubrieron varias cosas que los dejaron profundamente preocupados.

¿Musa… qué?

Las musarañas son unos mamíferos que se caracterizan por sus diminutos ojos, que suelen pasar desapercibidos, y por sus largos y sensibles bigotes que les permiten detectar el entorno subterráneo en el que pasan buena parte de su vida. “No son ratones ni marsupiales”, advierte Morales, quien agrega que están relacionados con los topos. En ese sentido, el biólogo señala que “la gente no sabe que existen parientes de los topos en Colombia”.

Como reconoce Ramírez, también han sido animales poco estudiados por la ciencia. Solo hasta 2019 se publicó el primer estudio que sintetizaba lo que conocemos de las musarañas en el país. Tras la investigación, que fue liderada por el profesor de la Universidad de Caldas, publicada en 2019, “vimos que teníamos más vacíos de información que certezas”, resume el mastozoólogo, como se conoce a quienes estudian los mamíferos.

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Pese a esos vacíos de información, quedaron conclusiones valiosas. Una de ellas fue que, de las siete especies de musarañas conocidas para ese entonces, cinco eran endémicas del país, es decir, que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta. Esto, apuntaron los investigadores en su estudio de 2019, las ubicaba como el grupo de mamíferos de Colombia con mayor porcentaje de especies endémicas. Sin embargo, “el conocimiento que tenemos sobre aspectos como historia natural, distribución y ecología, es casi nulo”.

Aunque el desconocimiento general aplicaba para las siete especies, había una sobre la que Ramírez y sus colegas llamaron la atención: “C. brachyonyx tiene un esfuerzo de investigación muy bajo, por lo que tiene la mayor necesidad de investigación de todas las especies de musarañas endémicas de Colombia”, anotaron en su investigación.

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La musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental, explican los biólogos, se conoce gracias a cuatro registros obtenidos entre 1895 y 1925 en tres localidades cerca a Bogotá, que solo fueron descritos hasta 2003 por Neal Woodman, investigador del Instituto Smithsoniano. Sin embargo, escribió el zoólogo estadounidense años más tarde, “los cuatro ejemplares conocidos se recolectaron antes de 1925. La escasez general y su ausencia en colecciones posteriores, llevaron a Woodman a sugerir que la especie está extinta o restringida a microhábitats específicos que no han sido muestreados adecuadamente”.

Morales, también mastozoólogo, encontró en estos pequeños mamíferos el objeto de estudio para el doctorado que adelanta en Estados Unidos. Además del bajo conocimiento que existe de las musarañas y de su alta proporción de endemismo, el biólogo resalta las funciones ecosistémicas que cumplen estos topos: como excavan y pasan buena parte de su vida bajo tierra, son claves en la oxigenación del suelo y en el control de plagas, por lo que se conocen como ingenieros de los ecosistemas.

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Con esto en mente, Morales y Ramírez presentaron un proyecto al Fondo para la Conservación de Especies Mohamed Bin Zayed (presidente de los Emiratos Árabes Unidos), en busca de la financiación que les permitiera perseguir los rastros de la musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental. Con la convocatoria ganada, viajaron hasta Cundinamarca para recorrer las pocas pistas sobre el esquivo mamífero.

De San Juan de Río Seco a Fusagasugá

Equipo de investigación de campo integrado por: Alexandra Cardona, Yorelys Mancilla, Andrés Tamayo, Héctor Ramírez, José Jaime Henao y Alison Guerrero.
Foto: Darwin Morales

Los mastozoólogos, acompañados por un equipo de trabajo, aterrizaron en Cundinamarca a mediados del año pasado con dos preocupaciones adicionales. En primer lugar, las tres localidades reportadas para la especie se encuentran relativamente cerca de Bogotá “donde la deforestación y la fragmentación del hábitat han diezmado los ecosistemas naturales”. La segunda, tenía que ver con que, a pesar de que Bogotá alberga las principales universidades del país y los ecosistemas cercanos a la capital del país han sido bien estudiados, no se tenían noticias recientes de la musaraña. “¿Está verdaderamente extinta, es extremadamente rara o simplemente increíblemente difícil de detectar?”, se preguntaron los científicos.

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De las tres localidades, Morales y Ramírez centraron su atención en dos, ya que una, descrita vagamente como “Llanuras de Bogotá”, la hacía indetectable a su visita. El primer lugar que visitaron fue San Juan de Rioseco, un municipio a 117 kilómetros de Bogotá, y que correspondía la localidad 2, donde se registraron especímenes de la musaraña en 1925.

En esta ubicación, se enfocaron en una zona conocida como “San Nicolás”, con bosques subandinos bien conservados que alberga un proyecto de conservación comunitario, lo que facilitaba la colaboración de los habitantes. Allí se encontraron con una dificultad adicional: capturar musarañas es complicado. Morales recuerda que pasaron siete días “haciendo huecos, huecos y más huecos”. En los aproximadamente 300 huecos que cavaron, los investigadores y los locales ubicaron distintos tipos de trampas para intentar maximizar el éxito de captura. Pero, tras siete días de expedición, no lograron dar con la musaraña. “Es un poco frustrante pasar todo el día haciendo huecos, levantarse a la mañana siguiente y no encontrar nada”, reconoce Morales.

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Con un poco de desilusión, dejaron San Juan de Rioseco y viajaron rumbo a la “La Selva”, la localidad 1, donde en 1895 se registraron algunos especímenes del pequeño mamífero. En la actualidad, la ubicación coincide con Fusagasugá. En este municipio, a tan solo 30 kilómetros de Bogotá, se dirigieron a la reserva de Bazante, un lugar que describen como “una reserva natural bien conservada con un extenso bosque andino a 2.111 metros de altitud”. Gracias a los esfuerzos de conservación que por dos décadas ha adelantado este ganadero, destacan los científicos, encontraron un “frondoso y húmedo bosque, a menudo envuelto en nubes, que ofrecía las condiciones ideales para las musarañas”.

En el Parque Verde y Agua repitieron la excavación de los 300 huecos y la instalación de diversos tipos de trampa. No tuvieron que pasar más de cinco días para que capturaran más de 30 individuos de la musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental. Dado que las musarañas “son todas igualitas”, como dice Morales, la única forma de confirmar que se trataba de la especie de la que no se tenía rastro hace 100 años, era con un análisis genético. Tras importar tejido de los animales al laboratorio de la Universidad de Luisiana, en Estados Unidos, y comprarlo con las muestras genéticas de las otras seis especies analizadas por Ramírez en 2019, los científicos comprobaron que se trataba de una población de Cryptotis brachyonyx.

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Las preocupaciones tras el redescubrimiento

La musaraña de patas cortas de la Cordillera Oriental (Cryptotis brachyonyx).
Foto: Darwin Morales

Tanto a los biólogos como a Bazante, se les dibuja una sonrisa que es fácil identificar a través de la videollamada cada vez que hablan de la musaraña de patas cortas. “Es muy gratificante ver el resultado de lo que se ha hecho en la reserva con mucho esfuerzo y recursos propios”, dice el ganadero desde su reserva natural.

Aunque Morales y Ramírez están satisfechos con su hallazgo, el redescubrimiento de la especie viene acompañado de varias preocupaciones. La primera, dice el profesor de la Universidad de Caldas, es que el 98 % de los individuos capturados presentaban infecciones graves causadas por tenias, “unos parásitos que no deberían estar afectándolos. Son un riesgo directo porque hasta ahora no sabemos cuáles son los impactos para su salud y supervivencia”.

La segunda, tiene que ver con el nivel de intervención que puede haber a futuro sobre los bosques que habitan. “Si estos bosques se intervienen, las poblaciones van a tender a reducirse”, advierte Ramírez, lo que podría ser crítico para esta especie, teniendo en cuenta que hasta ahora solo han podido confirmar su presencia en un reducto de bosque a tan solo ocho kilómetros de Fusagasugá.

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Mientras los investigadores buscan nueva financiación para realizar más muestreos, el trabajo en los laboratorios continúa para, en unos meses, publicar varios artículos científicos que den cuenta del reciente descubrimiento, así como información sobre su metabolismo y sensibilidad al cambio en los ecosistemas, para de esta manera ir completando los vacíos de información sobre este pequeño mamífero del que, todavía, se conoce poco.

Con este trabajo en la mano, Morales y Ramírez esperan empezar a buscar a las autoridades regionales y nacionales para dar a conocer algunas recomendaciones que permitan generar planes de conservación de la especie. Por el momento, asegura Morales, “el primer paso para conservarlos es contar que existen”.

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