Isaac Newton y la física en los tiempos de la peste bubónica

En 1665 Inglaterra sufría los efectos de la peste bubónica, una infección producida por la bacteria Yersinia Pestis. Más de 200 mil personas murieron. El tiempo que permaneció cerrada la U. de Cambridge se convirtió en uno de los períodos más productivos para Isaac Newton.

Juan Diego Soler
21 de marzo de 2020 - 03:39 p. m.
Representación de una reunión de la Royal Society con Isaac Newton sentado en la silla. Grabado en madera por J. Quartley, 1883. / Wikipedia
Representación de una reunión de la Royal Society con Isaac Newton sentado en la silla. Grabado en madera por J. Quartley, 1883. / Wikipedia

Un hombre aislado en un cuarto que tras días de encierro inserta un punzón entre su ojo y la cuenca de hueso en busca del origen de la percepción del color. Muy lejos de la leyenda de genio que descubre una de las fuerzas fundamentales del universo al ver caer una manzana. Pero a lo mejor más realista. Ese era Isaac Newton en tiempo de la gran peste.

En 1665 Inglaterra sufría los efectos de la peste bubónica, una infección producida por la bacteria Yersinia Pestis y propagada por la picadura de pulgas infectadas que habitaban en las ratas y otros roedores. Era uno de los episodios de lo que se conoce hoy como la Segunda Pandemia, el periodo de epidemias que se extiende desde la aparición de la llamada “peste negra” en Asia central hacia el año 1300 hasta mediados del siglo XVIII cuando la enfermedad desapareció progresivamente de Europa y fue reemplazada por el cólera como principal amenaza a la salud mundial. Los enfermos de peste bubónica experimentaban fiebre, dolor de cabeza, vómitos y dolorosas inflamaciones de los ganglios linfáticos que producían la muerte de entre el 30 y 90% de los afectados.

Como en otras ciudades europeas, la peste emergía periódicamente en Londres durante el siglo XVII. En esa ciudad solamente había dejando 30 mil muertes en 1603, más de 35 mil en 1625 y más de 10 mil en 1636.

En el invierno de 1664 que daba paso a 1665, dos brillantes cometas y un eclipse de Luna adornaron el cielo del hemisferio norte. El prestidigitador inglés John Gadbury no tardó en anunciar que “‘Estas estrellas ardientes, amenazan al mundo con hambruna, peste y verrugas. A los Príncipes, muerte; a los reinos, muchas crisis: a todos los estados, pérdidas inevitables.” Cuando la peste bubónica azotó Londres unos meses más tarde, se probó un hecho que aún se acomoda a favor de los astrólogos: las leyes del azar garantizan que de vez en cuando alguna predicción no sea equivocada, aun si se hacen cientos que lo son.

No hacia falta leer los astros para saber que Londres era un foco de infección. La falta de higiene y el hacinamiento eran generalizados en las partes más pobres de la ciudad. No existía el alcantarillado y las calles apestaban con la acumulación de excrementos de animales y los desechos que se arrojaban por las ventanas de las casas. El aire se espesaba con el humo oscuro que salía de las chimeneas de las fundiciones y de los miles de hogares que usaban carbón para calentarse y cocinar. Pero aunque la peste era temida, los mecanismos que producían su transmisión era desconocidos.

Los más crédulos culpaban a emanaciones de la tierra o a un castigo divino como el origen de la enfermedad. Pasarían dos siglos antes de que el médico y bacteriólogo suizo Alexandre Yersin identificara a la bacteria Yersinia Pestis como agente causante de la enfermedad. No fue hasta 2016 cuando investigadores del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (en Jena, Alemania) encontraron el material genético de la bacteria en la pulpa de los dientes de 5 individuos encontrados en una fosa común de la época de la peste bubónica bajo la calle Liverpool en Londres.

Para Julio de 1665, la epidemia se extendía por toda la ciudad de Londres. El rey Carlos II de Inglaterra se trasladó con su familia y su corte a Salisbury y luego a Oxford. Los negocios cerraron.
Comerciantes y profesionales dejaron la ciudad. El desamparo de la población tras la partida de sacerdotes y médicos quedó plasmado en las palabras de Edward Cotes: “... los médicos de nuestras almas y cuerpos pueden en lo sucesivo abandonarnos en cantidades tan grandes”.

El país entero se preparaba para el aislamiento. En agosto, la Universidad de Cambridge cerró sus aulas como medida preventiva ante el avance de la peste bubónica obligando a Isaac Newton, recién graduado, aunque sin notas extremadamente sobresalientes, a regresar a Woolsthorpe, su casa natal, en donde aún hoy se encuentra el manzano que presuntamente inspiró la teoría de la gravitación universal.

Hoy sabemos lo que Isaac Newton hizo durante la cuarentena de la peste de 1665 gracias a las notas que reposan en los archivos de la Universidad de Cambridge. El episodio del ojo y el punzón, que ha llegado a nuestros días a través de la obra de teatro de Lucas Hnath del Ensemble Studio Theatre de Nueva York, responde directamente al estereotipo del genio aislado y mentalmente inestable. “Puse un punzón entre mi ojo y el hueso tan cerca de la parte posterior de mi ojo como pude, y al presionar mi ojo con el extremo, aparecieron varios círculos blancos, oscuros y de colores [...] a veces podía percibir colores vivos de azul y rojo, hechos por dicha presión [...] esa visión se hace en la retina aparece porque los colores se hacen presionando la parte posterior del ojo” escribe Newton en este extremadamente peligroso y nada recomendable experimento que anula la idea de Aristóteles de que el color no es una propiedad de la luz en
sí misma.

Si Newton tenía la valentía para experimentar en su propio cuerpo, también lo tenía para encontrar valor en los autores más ambiciosos de su época. Desencantado por las ideas aristotélicas -para entonces con casi 2 mil años de antigüedad- que hacían parte del currículo en Cambridge, Newton se había dedicado a la obra del polímata francés René Descartes y al trabajo de matemáticos como el neerlandés Frans van Schooten y el inglés John Wallis. Para el momento de su aislamiento, Newton dominaba el análisis geométrico de curvas, superficies y sólidos y entendía la aritmética de cantidades infinitesimales, la rama de la matemática que permite describir los cambios continuos de las cantidades físicas, como la distancia o la velocidad. Para comienzos de 1666, Newton había reemplazado los métodos para calcular con cantidades infinitesimales por contundentes argumentos geométricos y había inventado el método de fluxiones, lo
que hoy se conoce como derivadas, que constituye la base del cálculo diferencial, el cimiento matemático de la sociedad moderna.

Entre el 2 y el 6 de Septiembre de 1666, un fuego incontrolable destruyó la parte medieval de la ciudad de Londres, dentro de la antigua muralla romana dejando sin hogar al 90% de los habitantes de la ciudad. El Gran Fuego de Londres marcó el punto final de la plaga bubónica que para esa fecha había cobrado la vida más de 200 mil personas. Aunque la epidemia había disminuido expansión desde comienzos del año, el fuego acabó finalmente con la población de roedores que perpetuaba su avance. Este era el fin de la última
epidemia de la peste bubónica en la Gran Bretaña.

Es imposible imaginar el mundo de hoy sin el macabro legado que dejo la peste bubónica. Aunque el cese de las guerras y la inestabilidad económica fueron pasajeros, la muerte de los trabajadores obligó a los terratenientes a usar salarios para mantener la mano de obra, que hasta entonces estaba atada a la tierra en relaciones de servidumbre, y estos salarios trajeron movilidad a una sociedad tremendamente estratificada. Si bien la mejora de las condiciones de higiene y el tratamiento de las enfermedades no fueron inmediatas, la peste bubónica es aún un referente de la catástrofe que se produce cuando se conjugan la falta de medidas de sanidad con la ignorancia sobre las verdaderas causas de la enfermedad. La ubicación de los miles de casos de peste bubónica que aún se reportan cada año traza perfectamente la inestabilidad política y las precarias condiciones higiénicas que aún
existen en el mundo.

Es imposible predecir cuáles son los avances científicos que vendrán tras las medidas de contención del coronavirus-2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2). Es fácil pensar que fue el aislamiento el que permitió los grandes descubrimientos de Newton e ignorar que fue la cosecha de su profunda conexión con los pensadores de su tiempo. Nadie produce algo a partir de la nada. Tal vez sea esa la lección del SARS-CoV-2. Aunque podamos leer la historia como una sucesión de genios individuales, nada que haya permitido el avance de la sociedad se habría logrado sin las conexiones entre nosotros.

 

Por Juan Diego Soler

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