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La cercanía de los perros con los seres humanos se remonta, por lo menos, a unos 15.000 años atrás. Entonces, las primeras interacciones con los lobos llevaron a un proceso evolutivo que creó una especie de perro salvaje.
Pasaron miles de años de un proceso de domesticación gradual que hizo que este animal salvaje perdiera algunas de sus cualidades naturales, remplazándolas por unas adecuadas a la vida con los humanos.
Actualmente, se cuentan alrededor de 200 razas de perros (Canis lupus familiaris) que fueron creadas a partir de la selección y cruce de características particulares. Pero, con una salvedad importante: la diferencia genética entre estas es mínima, por lo que todas, a pesar de sus diferencias, hacen parte de una misma especie.
Esa selección empezó a hacerse con la creencia de que algunas características físicas del animal potenciaban ciertas habilidades. El objetivo era tener animales funcionales, principalmente para el trabajo o la caza.
Usualmente, en trabajos de seguridad o protección se emplean perros de razas como el pastor alemán o el dóberman, mientras que otras, como el sabueso, tienen un olfato excepcional para la cacería.
La creación de estas razas se habría dado de manera intencional, seleccionando perros con formas particulares en sus cráneos. Durante mucho tiempo, se creyó que esas características morfológicas eran las que daban la habilidad de tener una mordida más fuerte o un mejor olfato.
Un grupo de científicos publicó recientemente un estudio en la revista Science Advances que mostraría que esa creencia es equivocada. La creación de razas a partir de la selección no habría sido tan efectiva como creíamos.
Los investigadores analizaron 117 cráneos de perros a partir de modelado 3D. Allí se incluían 40 razas de perros domésticos y 18 subespecies de perros salvajes.
En el estudio no se encontró ningún patrón claro que vincule las variaciones en la forma del cráneo con las características del hocico de los perros y sus habilidades para tareas determinadas.
En otras palabras, los cráneos de los perros tienen una forma bastante similar entre sí, sin importar la raza o subespecie a la que correspondan. Entonces, la morfología de su cráneo no les daría ninguna ventaja para oler o morder mejor.
Las únicas especies en las que sí se observa un patrón diferente en la forma del cráneo son las razas braquiocefálicas, como el pug o el bóxer. Sin embargo, estas han respondido más a una selección estética y no funcional.
Haber tenido un fundamento equivocado, aseguran los científicos, no quiere decir que por algún motivo no intencionado se hayan potenciado algunas características.
Esto quiere decir que sí hay algunas razas que tienen una predisposición natural a tener algunos comportamientos aventajados. Estos comportamientos podrían haber hecho parte de los criterios de selección o pudieron simplemente haberse cruzado accidentalmente al tener como argumento principal las características físicas del animal.
De estos resultados surge una pregunta crucial para los investigadores. Si entendemos tan poco sobre el origen de algunos comportamientos en los perros, que son tan cercanos a los humanos, ¿qué otras cosas desconocemos en los comportamientos de especies menos estudiadas?
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