Las herramientas de caza marcaron un punto crucial de la evolución humana. De usar nuestras manos y dientes para atrapar a otros animales, pasamos a perfeccionar elementos que nos hicieron esta tarea cada vez más fácil.
Las flechas son uno de los ejemplos que la ciencia ha estudiado por su uso prehistórico, los cambios en las técnicas en su creación que se dan entre culturas, y en un intento por encontrar el momento en el que empezaron a fabricarse por primera vez.
Pero hay otro componente que se hizo usual en la caza y del que se desconocía un origen exacto: los venenos. Aunque durante años se han tenido pistas sobre la aparición de posibles venenos hace más de 54.000 años, hasta ahora no se ha tenido una prueba irrefutable de que el hallazgo correspondiera a esto.
Recientemente, un grupo de científicos encontró la primera evidencia certera de la preparación de un veneno hace 7.000 años que habría involucrado al menos tres tipos de toxinas. Los hallazgos fueron publicados en la revista iScience.
Para encontrar estas pruebas, los investigadores revisaron un fósil que ya había hecho parte de un estudio científico. Se trata del fémur de un bóvido que habría vivido hace 7.000 años. Fue encontrado hace cerca de 45 años en Sudáfrica, en una cueva llamada Kruger, en la cordillera Magaliesberg.
Este es un lugar de importancia arqueológica en el que se han descubierto varios fósiles. Cuando se encontró este fémur, la ciencia se dedicó a describirlo y a reconocer su origen. Por eso sabíamos que perteneció a un bóvido.
Sin embargo, en ese momento se pasó por alto un detalle importante. El fémur tenía tres marcas particulares, en las que la nueva investigación decidió enfocarse.
Las marcas eran las huellas del impacto de cabezas de flecha hechas con hueso que habían impactado el fémur del animal. Y en cada impacto se encontraba la evidencia de que la punta de la flecha tenía toxinas. Pero, ¿cómo supieron los investigadores que se trataba de un veneno preparado intencionalmente para cazar al animal?
En su análisis encontraron tres sustancias: digitoxina, estrofantidina y ricina. Las tres son sustancias altamente tóxicas, de origen vegetal y con la capacidad de generar fallas cardíacas. Además, pertenecen a grupos taxonómicos distintos, lo que indica que cada planta provenía de un punto diferente.
Para los científicos, esto muestra que se recorrió una distancia considerable para recoger las plantas y extraer la toxina. Además, que se había formado un conocimiento sobre cómo preparar este veneno, lo que explicaría el uso de plantas tan variadas.
La posibilidad de una evidencia más antigua
Esta es la evidencia más antigua que, sin lugar a dudas, muestra la preparación de un veneno con fines de caza. Pero, también es un estudio que abre la puerta a considerar pistas más antiguas.
Por ejemplo, la presencia de ricina en la mezcla “da crédito”, según los autores, a la aparición de esta misma toxina en un hallazgo de hace 24.000 años.
La diferencia es que en esa investigación, que fue publicada en 2012, el compuesto estaba en un aplicador de madera. Entonces, no está claro si este aplicador se usó como herramienta de casa o, por ejemplo, como una herramienta a la hora de preparar una receta medicina, pues también hay evidencia de usos médicos de la ricina.
Con esas dudas, los investigadores sostienen que la evidencia de hace 7.000 años es, hasta ahora, la más robusta.
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