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El geólogo que lo ha confirmado es Mauricio Ibáñez, PhD en geoquímica de la Universidad de Arizona, Estados Unidos, donde actualmente es profesor asistente. Lo sabe porque desde sus estudios de doctorado quiso explorar una región poco conocida geológicamente y estaba seguro de que en ese gran territorio del país se escondía la historia más antigua de lo que hoy llamamos Colombia. Así que para allá partió a recolectar rocas que encontraba en las orillas de los ríos y recorrió algunos de ellos como el Caquetá, el Vaupés, el Inírida y el Orinoco hasta su desembocadura en el Atlántico. “Las carreteras del oriente de Colombia son los ríos”, dice, y es en ellos donde ha navegado en lancha y en botes pequeños como curiaras y peque peques. “Donde hay raudales los ríos exponen el basamento rocoso”, explica, mientras recuerda las maniobras para acercarse a las orillas y con su martillo extraer la prueba de este aniversario colombiano.
Viajó solamente en tiempo seco, cuando los ríos bajan el nivel de sus aguas y se asoman las rocas que esconden en época de lluvias, aquellas que le hablan de historias antiquísimas, incluso de cuando en el planeta no respiraba una mosca ni brillaba el verde de las plantas con el sol. Era un paisaje sombrío y desolado. Solo rocas que hoy, con el paso de los millones de años, han sido transformadas por diferentes eventos geológicos y se presentan como granitos, superduras, con visos rosados, salpicadas por puntos oscuros. Las llaman sienogranitos, muy ricas en un mineral, el feldespato potásico, que le da el color rosado.