Antes de iniciar con el tema central de este texto es útil darle una mirada al siguiente mapa. En él puede ver los múltiples territorios de la familia chibcha, un término que cualquier colombiano ha escuchado repetir en clases de colegio. Como se puede observar, esos espacios no coinciden, propiamente, con lo que nos decían los profesores en los salones de clase. Quienes han reconstruido su historia desde muchas disciplinas, hoy saben que los chibchas han sido poblaciones que han habitado desde el oriente de Honduras hasta las faldas del río Magdalena, pasando por Costa Rica, la cordillera central panameña, las costas del Darién o la Sierra Nevada de Santa Marta. En ese “grupo” inmenso, por ejemplo, están los kogi, los wiwa y los kankuamo. También los u’wa, de la Sierra Nevada del Cocuy; los barí, del Catatumbo, y los muiscas, del altiplano cundiboyacense.
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Para que se haga una idea, dice el profesor de la Universidad de los Andes, Juan Camilo Niño Vargas, los chibchas son una familia tan compleja, que es comparable con la indoeuropea, es decir, la que la pobló Europa y hoy domina esa región. Se extendió en lo que hoy él y sus colegas llaman el área istmocolombiana, una porción enorme del continente americano que va desde Honduras hasta el norte de Colombia y Venezuela.
“Esta área es fundamental para comprender el poblamiento de las Américas”, dice Niño Vargas, doctor en Antropología Social y Etnología y especialista en pueblos chibchas. “Por mucho tiempo, libros de historia y los textos de colegio nos han hecho pensar que Colombia fue solo una especie de corredor, donde no pasó mucho antes de la llegada de los europeos. Una simple zona de contacto entre las civilizaciones de México y Perú. Pero lo que no están mostrando las investigaciones lingüísticas, arqueológicas y etnológicas es que aquí hubo una gran población, organizada de manera muy compleja, lo cual parece haber pasado desapercibido por la ausencia de grandes estados o religiones institucionalizadas”.
Las piezas de ese rompecabezas las han recopilado por décadas él y varios de sus colegas. En el libro que publicó en 2024 junto con Stephen Beckerman, de la Universidad Estatal de Pensilvania (Universos chibchas. Nuevas aproximaciones a la unidad y la diversidad humana del área istmocolombiana), reúne algunos de esos esfuerzos, que muestran que, por doce mil años, esa región istmocolombiana ha albergado, escriben, “un complejo mosaico de poblaciones humanas y formaciones sociales”, que protagonizaron “procesos históricos de envergadura” y tuvieron “modos complejos de pensamiento y acción”.
Una ficha de esa historia acaba de ser publicada en Science Advances, que hace parte de la misma familia editorial de la revista Science. En ella participó Niño y estuvo liderada por los investigadores de la Universidad Nacional Andrea Casas Vargas, José Vicente Rodríguez —uno de los académicos que más conoce sobre chibchas—, y William Usaquén Martínez. Desde 2019, desde la Unal se aliaron con la Universidad Tübingen, en Alemania, encabezada por Cosimo Posth, quien dirigió al equipo y se ha dedicado a estudiar la historia temprana de la humanidad a través el examen del ADN de restos humanos.
En este caso, tras analizar muestras de dientes y de huesos de pobladores que vivieron hace 6.000 y 2.000 años, lograron reconstruir los primeros genomas humanos de quienes estuvieron entre esas épocas en lo que hoy conocemos como Colombia.
“Queríamos, desde la genética, ayudar a entender mejor las diferentes rutas de migración de los pobladores de estos territorios”, explica Andrea Casas Vargas, PhD en Ciencias y la autora principal de la investigación. “Justamente, uno de los hallazgos que hicimos es que observamos una ruta migratoria que esperábamos: hubo pobladores que llegaron a Colombia a través del istmo de Panamá y, posiblemente, eran hablantes de lenguas chibchas y provenían de Centroamérica”.
Lo otro que encontraron fue un grupo de pobladores cuyo ADN no coincide con ninguno de los que se conocen de Norteamérica, Centroamérica y Suramérica. “Podemos decir que es un linaje nuevo, completamente distinto a los que conocíamos”, asegura Usaquén Martínez, director del Grupo de Genética de Poblaciones e Identificación de la Universidad Nacional y profesor del Instituto de Genética. “Cuando lo pusimos en los árboles filogenéticos para compararlo con el resto de ADN antiguo que está disponible, no coincidía con nada. ¡Es muy emocionante!”.
“Nuestro estudio proporciona evidencia de un recambio genético importante en el Altiplano que ocurrió después de 6.000 años antes del presente, pero antes de 2000 años”, anotaron los autores en un apartado del artículo. Eso muestra, añade Usaquén, lo que Niño y el profesor José Vicente Rodríguez también reiteran: el poblamiento de Suramérica fue muy dinámico. Los chibchas colonizaron una gran diversidad de entornos.
Una cosa más les parece valiosa a los investigadores de sus hallazgos: su trabajo también es el primer genoma completo de un colombiano antiguo.
Una reconstrucción genética
Cuenta Andrea Casas Vargas que la idea de empezar con este proyecto empezó en 2019, en medio de un simposio en la Universidad Nacional, en Bogotá, en convenio con el Instituto Max Planck, de Alemania. Entre los profesores que llegaron a la capital colombiana estaba Cosimo Posth, con quien coincidieron en algunos espacios. Tras varias reuniones, empezaron a estudiar la posibilidad de hacer alianzas, que, tras uno que otro viaje y tras superar las barreras administrativas, empezaron a ponerse en marcha.
Una de las ideas iniciales que se trazaron fue examinar el ADN de algunas de las muestras que estaban en el Laboratorio de Antropología Física de la Unal, para intentar reconstruir el genoma de algunos individuos. Como reportan en el artículo de Science Advances, al final, lograron procesar muestras de 21 personas: diez mujeres y once hombres. Provenían de restos que otros profesores habían recopilado en distintos años.
Por ejemplo, Ana María Groot, de la Facultad de Ciencias Humanas, había hallado unos restos humanos en un sitio arqueológico llamado Checua, en el municipio de Nemocón (Cundinamarca) en 1992. Años más tarde, un equipo liderado por José Vicente Rodríguez, profesor del Departamento de Antropología de la Unal, halló otros restos en la Calle 5 # 2 - 41, en Madrid, Cundinamarca. “Fue un gran hallazgo que hicimos en pleno centro de municipio”, recuerda en una llamada telefónica.
En resumen, de los 21 individuos a los cuales pudieron reconstruir sus genomas, siete provenían en Checua, nueve de la Laguna de la Herrera (en Mosquera, Cundinamarca), dos de Las Delicias (cerca al río Tunjuelito), dos de La Purnia (en Santander) y uno de Soacha (Cundinamarca).
El grupo era representativo de los períodos históricos del Altiplano: el período “Precerámico”, definido por la presencia de cazadores recolectores hace unos 6.000 años; el período “Formativo”, caracterizado por asentamientos humanos más estables y la introducción de técnicas de alfarería y agricultura hace unos 2.000 años; y al período “Agroalfarero”, que se asocia con las fases inicial y final de la cultura Muisca, asociado con las fases inicial y final de la cultura Muisca, que coincide con la llegada de los europeos en el siglo XVI.
Pero extraer el ADN de individuos de otra época no era una tarea tan sencilla. Como relata William Usaquén, debían ser muy cuidadosos con las muestras para evitar contaminarlas con ADN actual. Tras limpiarlas en profundidad, las pulverizaron y, con un kit de extracción, lograron obtener el ADN “puro”. Para ser un poco más precisos, en el caso de las muestras de hueso, los investigadores tuvieron que generar entre 50 y 55 mg de polvo óseo.
“Las muestras más antiguas estaban muy degradadas. Requirió un gran esfuerzo técnico. Al final, recuperamos el genoma usando técnicas de secuenciación de última generación, pero estaba muy fragmentado”, dice Casas Vargas.
Saltándonos varios detalles técnicos y de los modelos estadísticos, luego construyeron un árbol filogenético para comparar esos genomas con los de otras poblaciones del continente. Se llevaron varias sorpresas: por un lado, el estudio de los individuos de Checua reveló el linaje más antiguo del altiplano cundiboyacense, de hace 6.000 años, lo que les indica, con toda certeza, señala Usaquén, que este sería el primer genoma completo de un “colombiano” antiguo.
Por otro lado, detectaron que ese linaje “no compartía afinidades genéticas con los de otros individuos” de los períodos “Formativo” y “Agroalfarero”, un hallazgo que, apunta Casas Vargas, plantea varias preguntas. ¿Qué sucedió con ese grupo? ¿Por qué no dejaron descendencia?
“Es como si hubiese habido un reemplazo poblacional o hubiese ocurrido un evento medioambiental que los hizo desaparecer”.
Andrea Casas Vargas
“Es como si hubiese habido un reemplazo poblacional o hubiese ocurrido un evento medioambiental que los hizo desaparecer”, responde la investigadora, aunque advierte que es muy pronto para aventurarse a lanzar hipótesis, que requieren de más investigación.
Una posible explicación de lo que ocurrió, indica el profesor Vicente Rodríguez, es que la erupción de hace unos 3.600 años del Volcán Cerro Machín —hoy a unos 150 kilómetros al suroccidente de Bogotá—, haya incidido, pues hay evidencia que indica que causó “una catástrofe ambiental y cultural: las cenizas cubrieron plantas, animales, ríos y humanos”.
La otra opción que baraja es menos trágica: “Entre el tránsito del período Precerámico (hace 6.000 años) hacia el período Formativo (hace 2.000 años) puede ser natural que se hayan perdido linajes, especialmente si eran poblaciones muy pequeñas y endogámicas”, es decir, que sus integrantes se emparentaban con cierta frecuencia. “Eso puede conducir a lo que llamamos un cuello de botella genético”.
Algo similar señala Niño Vargas, que resalta la coincidencia que hubo entre el fin del periodo Precerámico y inicio del Formativo con la diversificación de las lenguas chibchas y las grandes migraciones desde Centroamérica hacia Colombia de quienes las hablaban.
Para que esa investigación no se quedara engavetada en sus oficinas, los investigadores acordaron compartir los hallazgos con alguno de los miembros de la comunidad muisca que aún quedan en el país. “Por eso, nos reunimos con el cabildo muisca de Suba, les explicamos qué encontramos y escuchamos sus opiniones. Fue un intercambio enriquecedor”, cuenta Casas Vargas.
Lo cierto es que, aunque después de la invasión europea —como la llaman Niño y Beckerman en su libro— y de las guerras de independencia, la población Chibcha quedó diezmada, no son un asunto del pasado. Hoy sus descendientes sobrepasan el medio millón y hablan más de una docena de sus lenguas. Aún habitan, incluso, parte de los territorios que alguna vez dominaron.
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