A sus cien años, el pasado 24 de febrero, falleció en Canadá el filósofo argentino Mario Bunge, calificado como el más importante epistemólogo de ciencia latinoamericana. Quizás en estos tiempos haya pasado desapercibido su fallecimiento, pero cabe recordar que en su momento Mario Bunge fue reconocido por varias universidades de América y Europa, que fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias y que sus textos fueron publicados en revistas de alta calidad académica a nivel mundial. De hecho, la bibliografía sobre su obra comenzó a registrarse en 1943 y acumuló medio centenar de títulos sobre diversos planteamientos filosóficos, sociológicos y científicos. (Lea: Murió el prestigioso científico argentino Mario Bunge)
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Hace 30 años, con motivo del seminario El futuro de la ciencia que se realizó en Bogotá, Mario Bunge concedió al abogado y catedrático Hernando Roa Suárez una extensa entrevista sobre su vasta obra. Roa Suárez, que en los últimos tiempos ha sido activo colaborador de EL Espectador y que por estos días presenta su nuevo libro “Periodismo para la democracia”, recobró de sus archivos el documento y, a manera de homenaje, editó un extracto de esa entrevista. De las respuestas del epistemólogo argentino se concluye que sus puntos de vista continúan vigentes y que, a pesar de que hoy prevalece el uso de la tecnología, esta condición no omite la consistencia de sus originales ideas en el ámbito académico.
Una revisión del proceso de enseñanza-aprendizaje latinoamericano, indica que nuestra calidad intelectual, salvo excepciones, no ha sido adecuadamente potenciada. ¿Qué recomendaciones haría a los gobiernos democráticos latinoamericanos para fortalecer sus sistemas científico-tecnológicos?
Creo que habría que tomar muchas medidas a todos los niveles. Mejorar la enseñanza de las ciencias en las escuelas primarias y secundarias. Crear muchísimas escuelas técnicas y secundarias. Tiene que haber más estudiantes de escuelas secundarias que de universidades. La única manera de hacer bien las cosas, es organizando centros de excelencia, plantas piloto, que sirvan de modelo para otros. Por ejemplo: escuelas primarias y secundarias públicas, donde se reúna a los mejores maestros.
Obsérvese que los niños tienden a malgastar su tiempo en las escuelas primaria y secundaria y son motivados en contra de las matemáticas, de las ciencias naturales y de las ciencias técnicas, porque suelen tener malos profesores. O sea, les enseñan a odiar esas disciplinas. La repetición, el trabajo poco interesante, el aprendizaje de memoria en estas áreas, sigue siendo la regla, aunque parezca mentira. ¿A quién le gusta ese tipo de aprendizaje? En cuanto a la técnica, es inútil seguir teniendo ingenieros si no van a ser empleados del país. Hay que invertir más en industrias y tecnificar el sector agropecuario. Esto no quiere decir reemplazar a los campesinos por máquinas, sino enseñarles a utilizar técnicas que mejoren el rendimiento del suelo, el abono o la selección de semillas.
Démonos cuenta de que no puede haber una técnica avanzada si no hay ciencia básica avanzada. Para mejorarla, hay que dar becas a los estudiantes de ciencias y técnicas porque es la gente que evidentemente va a ganar menos que los abogados o los contadores. De modo que hay que darles esa pequeña ventaja, de acuerdo con un riguroso proceso de selección. Hay que preparar la gente antes de salir, no hay que mandarla para que haga estudios elementales, sino una vez que se hayan graduado. Ese es el consejo que daba el argentino Alberto Houssay, Premio Nobel en fisiología. Él decía: «Primero formar la gente en el país» porque cuesta enviarla afuera y segundo, porque si la gente se acostumbra a investigar utilizando los grandes recursos de que disponen los laboratorios norteamericanos, por ejemplo, al regresar al país lo primero que van a querer hacer es volverse al primer mundo.
Complementariamente, no mandarlos solamente a los Estados Unidos. Enviarlos a muchos lugares incluyendo países de América Latina. Debe haber un intercambio. ¿Por qué no hacer un intercambio entre los países hermanos? Se podría venir a Colombia a aprender periodismo científico. Todos podemos aprender de los demás y en particular de los países hermanos que hemos solido despreciar siempre, o algo peor, que hemos solido odiar.
Pensando en un aspecto de nuestra realidad, ¿cómo cree que la ciencia y la tecnología pueden contribuir a la satisfacción racional de las necesidades básicas?
Primero, satisfaciendo la curiosidad y enriqueciendo la cultura científica popular, que es muy pobre. También, mejorando la técnica que a su vez sirva para la industria de bienes y servicios, realmente útiles, no simplemente cosas vendibles. Dar prioridad a las necesidades básicas, por ejemplo, alimento, habitación, salud, transporte público, en lugar de dar prioridad a las carreteras para uso de automovilistas particulares. En ese sentido, la ciencia y la técnica sirven en forma indirecta ya que todo depende de las decisiones que tomen la empresa privada y el Estado. Desde luego que, por ejemplo, en el terreno de la salud, para que haya buenos médicos, tienen que aprender, en buenas facultades de medicina, biología, fisiología, anatomía y química.
En ese sentido, algunos hospitales de Inglaterra y de Canadá, son modelo. Por ejemplo, en Canadá en los hospitales asociados a la Universidad de McGill, hay gente como el argentino Aguayo, que es jefe del servicio de neurología y al mismo tiempo es un experto mundial en cultivo de tejido nervioso del sistema nervioso central. Hay, de otro lado, en Londres gente que hace a la vez psicología experimental, psiquiatría y neurología. Es decir, ven no solamente ratas sino también pacientes humanos y de esa manera hacen avanzar el proceso. Así mismo, en el National Institute of Health, hay gente como Mortiner Mishkin que hace neurociencia y medicina y de esa manera, al unir la ciencia básica con la técnica, se genera conocimiento. (Puede leer: Homenaje a Mario Bunge (1919-2020): hacia una nueva conciencia científica en América Latina (I)*)
Una de las necesidades fundamentales del hombre es la de saber y la verdad es que sabemos poco. Una encuesta en los Estados Unidos y en Inglaterra muestra que la mitad de la población norteamericana no sabe que la tierra gira entorno al sol; cree que es al revés, que el sol gira en torno a la tierra. También, la mitad de la población de los Estados Unidos, rechaza la biología evolucionista, porque no se ha enterado o la rechaza por motivos religiosos. En todo caso, no la reconoce. Preguntados si la astrología es una ciencia, el 88% respondió que sí. Esto aparece en el último número de la revista Science. Nos enteramos por la misma revista que países tales como Corea, Japón y Canadá están muy por encima de los Estados Unidos en formación científica, ciencias naturales y matemáticas.
¿Qué hacer frente a las problemáticas de la supervivencia, la contaminación ambiental y la explotación incontrolada de los recursos naturales no renovables?
Es preciso que las grandes potencias se pongan de acuerdo en eliminar la carrera armamentista, sobre todo la nuclear. Aunque sería deseable un desarme total, el nuclear es prioritario porque una guerra nuclear acabaría con la biósfera. En segundo lugar, puesto que la atmósfera y los mares no tienen dueño, porque circulan libremente por todas partes, deberían ser administrados por una agencia internacional. Por ejemplo, dependiente de las Naciones Unidas, para impedir que prosiga la contaminación atmosférica y la de los mares. Hay que evitarla no limpiando –hay muchas cosas que limpiar– hay que ser un poco más radical, no contaminar. Es decir, habría que intentar reciclar, transformar los desechos industriales in situ, o por lo menos cerca. Finalmente, la explotación desenfrenada de los recursos no renovables, tales como los minerales, en particular el petróleo, también podría ser controlada. Estos recursos deberían ser de propiedad de la humanidad; ser controlados para evitar desheredar a la posteridad. Los estamos consumiendo a una velocidad tal, que nuestros descendientes se quedarán sin recursos de ese tipo.
El petróleo está compuesto por moléculas tan complicadas, que es criminal quemarlas. Eso es lo que hacemos con los motores de combustión interna. Hay que buscar combustibles alternativos. De hecho, ya los hay. El hidrógeno es el elemento más común en el universo. En la tierra se encuentra combinado con el oxígeno, como en el agua. Se puede hacer electrólisis de agua usando, por ejemplo, la energía solar y extraer el hidrógeno del aire utilizándolo como combustión. Eso ya lo hace la firma Mercedes Benz en Alemania. No contaminan el ambiente, no consumen un recurso no renovable que es una de las fuentes de energía del futuro. En cuanto a energía eléctrica, habrá que terminar totalmente con las usinas térmicas y finalmente también con las nucleares, porque éstas generan no solamente desechos radioactivos, que no sabemos qué hacer con ellos, sino que además producen plutonio con el cual se manufacturan bombas nucleares. Habrá que ir prescindiendo de las usinas nucleares y reemplazarlas por fusión. El hidrógeno y la fusión nuclear, podrían ser las energías del futuro.
Sabemos por su trabajo histórico, consagrado y cuidadoso, que usted no es un frío científico, sino un humanista. Por esa razón quisiéramos preguntarle: ¿cuáles son los aportes centrales que las ciencias y las técnicas pueden dar a la humanización de las sociedades contemporáneas?
Creo que las ciencias y las técnicas que pueden mejorar la vida social y la vida de cada uno de los individuos que la componemos, son las ciencias y las técnicas sociales. Primero, comprender la sociedad, para después actuar de manera racional, conforme a planes de desarrollo: nacionales, regionales y locales. Planes que den participación a toda la gente, que no sean impuestos desde arriba. (Le puede interesar: "Los médicos deben organizarse y luchar por sus derechos": filósofo Mario Bunge)
Soy contrario al estatismo; al monopolio de todas las actividades; pero también soy contrario al privatismo. Es preciso combinar los dos sectores, en beneficio común. Si bien, algunos recursos pueden ser de propiedad privada, otros deberían ser públicos o de propiedad internacional, de propiedad de la humanidad. Por ejemplo, los recursos no renovables, la atmósfera, los mares, incluso la tierra. Creo que el Estado no debería ser empresario, pero podría impulsar la formación de cooperativas de producción y de consumo. Pienso en ejemplos tales como el Wolksbank, uno de los principales bancos alemanes; algunos bancos canadienses sólidos; las dos principales cadenas de supermercados suizos; la Federación Agraria Argentina y el Complejo Mondragón del País Vasco. Este reúne a cien empresas con bancos propios y escuelas de capacitación profesionales, haciendo frente exitosamente a la competencia fabricando, entre muchas otras cosas, electrodomésticos.
Observemos que la cooperativa fue elogiada en su tiempo por John Stuart Mill, el gran teórico del liberalismo, en su obra Principios de Economía Política. En el Tomo II hace un elogio encendido del cooperativismo, y en el Tomo I, lo hace del socialismo democrático, combinación del socialismo con libertad, que todavía no se ha logrado en ninguna parte. Es un programa para el futuro. Es como dijo alguien del cristianismo: no es que haya fracasado, sino que jamás se ensayó.
Las ciencias sociales pueden contribuir a la humanización de nuestra época. Primero, facilitando la comprensión de la sociedad, entendiendo sus mecanismos actuales y sus fallas y, segundo, diseñando utopías. Preimaginando organizaciones sociales posibles, que sean de beneficio para todos. Creo que ha habido ciertos progresos. En los últimos años los sociólogos han estudiado lo que estaba pasando en el Complejo Mondragón en el País Vasco. Otros han propuesto experimentos sociales como el impuesto negativo a la renta, impuestos muy interesantes. Algunos ingenieros del trabajo han diseñado empresas para mejorar la satisfacción laboral. En los Estados Unidos hoy, la mayor parte de los conflictos de trabajo no son para buscar aumento de salario; son para conseguir mejores condiciones de vida; son para alcanzar lo que usted decía: Humanizar. Hacer más humano, más soportable, más llevadero el trabajo.
Hay que terminar con el taylorismo porque la división del trabajo extremada, embrutece; es una esclavización. Veamos un ejemplo constructivo. En la fabricación de automóviles en la Volvo, se ha visto que si se encomienda a un equipo el armado de toda una parte importante de un automóvil, si se va rotando el trabajo y se da participación activa a los obreros en el planteamiento de esa rotación, aumenta la productividad y mejora sobre todo la calidad. En gran síntesis: las ciencias sociales aplicadas, que llamo socio-técnicas: organización del trabajo, planificación de la economía, etc., evidentemente pueden contribuir a mejorar la vida.
Quienes sabemos de su trayectoria y pensamiento, reconocemos en usted a un demócrata. ¿Qué peligros tienen para el desarrollo de la ciencia y la tecnología los regímenes totalitarios?
Todos los regímenes totalitarios, tienen una ideología bien precisa que incluye: una visión del mundo, una visión de qué es lo que vale y qué es lo que no; cuáles son los conocimientos verdaderos, cuáles son las doctrinas que hay que apoyar y cuáles son las que hay que perseguir. Cuando eso ocurre, se acaba la libertad de investigación. Y sin ella, sin posibilidad de buscar lo que a uno le interesa, no hay motivación. Así, lo que ocurre es que los investigadores dejan de ser tales, se convierten en burócratas o, mejor, se van del país. Los investigadores no toleran un régimen totalitario; no soportan un régimen que les imponga la manera de trabajar. Esto va reñido con la invención y con la creatividad que son características de la ciencia y de la técnica. Me acuerdo de que en el año 1966 iba al Uruguay y cada vez que regresaba a la Argentina, los aduaneros me revisaban los libros y papeles que traía. Les preguntaba por qué me requisaban y me respondían: «Por la duda de que tenga propaganda comunista». Ese fue uno de los motivos por los cuales me fui.
Se sostiene que, desde nuestros procesos independentistas, salvo esfuerzos esporádicos, ha sido frecuente que un latinoamericano más otro latinoamericano sumemos cero. Frente a esa situación ¿qué importancia le da al fortalecimiento de nuestra conciencia solidaria?
Enorme. Hasta ahora, hemos estado mirando a Europa, a Estados Unidos y nunca nos hemos mirado a nosotros. Nos despreciamos diciendo que no podemos sacar nada de nuestra colaboración. Existen el Pacto Andino, que apenas funciona y el Convenio Andrés Bello. Desgraciadamente el primero en torpedear el Pacto, fue Pinochet al retirarse. Se quedó en el Convenio, pero no hizo nada. Hace diez años fui en misión de las Naciones Unidas, para tratar de convencer al General Manuel Pinochet, que era el director del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas, para que colaboraran con el Convenio Andrés Bello, porque era necesaria la unidad de países andinos. Al general no le cayó bien eso, no le interesó para nada. Estaba pensando en una posible guerra con el Perú o con Bolivia.
Tenemos problemas comunes y maneras de resolverlos. Por ejemplo, en ciertos lugares hay química teórica y en otros no. ¿Por qué no intercambiarlos? Hay productos, ¿por qué no volver al trueque ya que no tenemos dólares? ¿Por qué no hacer lo que hacen los brasileros? Ellos fueron los primeros en redescubrir, hace pocos años, el más antiguo de todos los métodos de intercambio: el trueque. Intercambiaron con Ecuador productos importantes. Por ejemplo, locomotoras por petróleo. Habría que poner en práctica el gran plan del Mercado Latinoamericano Común, creado por mi amigo el gran economista Raúl Prebisch. Creo que es preciso terminar con todas las barreras aduaneras y lanzarnos a ese mercado. (Lea también: "Nada grandioso se ha emprendido por encargo a mediocres")
Una de las personas que usted más admira y reconoce como maestro en la Historia de la historia de las ciencias, es Albert Einstein. Pues bien, él sostuvo que: «Tengo especialmente en cuenta que hay un grupo pequeño, aunque determinado a actuar, en cada Nación, compuesto por individuos que sin tener en cuenta las consideraciones sociales y las limitaciones, considera la guerra como la fabricación y venta de armas, y simplemente como una oportunidad para aumentar sus intereses y autoridad personal». ¿Qué comentarios le suscita este planteamiento?
Tampoco entiendo cómo es posible que los mercaderes de la muerte muchas veces alcancen poder político y tengan aterrorizados a cinco mil millones de seres humanos simplemente porque la fabricación de armas es el mejor negocio de la historia. Pero soy optimista. Soy optimista. Creo que estamos en un comienzo de desarme mundial y a medida que aumenten las relaciones comerciales y turísticas en particular entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, van a hacer mejores negocios y se darán cuenta que, a la larga, la paz es mejor negocio que la guerra. Sobre todo, cuando lo que está en juego no es meramente la vida de unos pocos millones de habitantes o la independencia de unas pocas naciones. Lo que está en juego es el futuro de la humanidad, el futuro de la biósfera.
Una de las cosas que habría que hacer es poner la industria de las armas bajo un estricto control estatal y finalmente, eliminar todo armamento ofensivo conservando solamente armas y ejércitos defensivos. Ahora bien, los ejércitos defensivos son mucho menos numerosos y costosos que los ofensivos. Por ejemplo, un cañón antiaéreo cuesta muchas veces menos que un bombardero. Con lo que cuesta un misil intercontinental, se pueden construir 125.000 casas, para familias de 4 personas. Así lo declaró el año pasado el presidente de la Cámara de los Estados Unidos.