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Las pistas que nos dejaron los primeros pescadores del Caribe colombiano

Un grupo de investigadores colombianos y españoles encontraron nuevos rastros sobre el poblamiento precolonial del norte del país. Los hallazgos dan una nueva imagen de cómo las comunidades en el Caribe empezaron a dedicarse a la agricultura y la pesca, y así crearon aldeas y redes de intercambio.

Fernán Fortich

02 de febrero de 2025 - 09:01 a. m.
Las pistas que nos dejaron los primeros pescadores del Caribe colombiano
Foto: Universidad del Magdalena
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Si la historia de Colombia se representara en un día, el poblamiento indígena anterior a la Conquista ocuparía las primeras 23 horas. En contraste, la existencia de la Colombia moderna, la república que surgió en el siglo XIX tras la independencia de la Nueva Granada, sería solo en los últimos 30 minutos.

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Aún existen numerosas incógnitas sobre ese vasto período de la historia del territorio que hoy habitamos, cuyos indicios más tempranos datan de hace 12.400 años. Una de las principales preguntas que desconcierta a los arqueólogos en Colombia y la región es cuándo y cómo las poblaciones de cazadores, recolectores y forrajeros móviles se hicieron sedentarias, creando asentamientos y aldeas, y transformando su entorno natural de formas diversas e impactantes para asegurar o mejorar sus condiciones de vida.

Bajo el suelo húmedo, arenoso y a menudo inundado de la Ciénaga Grande de Santa Marta, el complejo lagunar costero más grande de Colombia, situado junto a la carretera que conecta Barranquilla (Atlántico) con Santa Marta, arqueólogos colombianos y españoles aseguran haber hallado, a finales de diciembre de 2024, nuevas pistas para comprender lo que sucedía en el Caribe colombiano hace miles de años. Estos esfuerzos hacen parte de un proyecto de investigación que se ha realizado durante los últimos dos años en la zona.

“Debido a su ubicación geográfica, que facilitó el intercambio entre poblaciones de Centroamérica y el resto del continente, se ha planteado la hipótesis de que la costa Caribe pudo ser uno de los lugares donde las poblaciones de la época abandonaron el nomadismo y desarrollaron la agricultura, lo que a su vez impulsó un crecimiento demográfico que migró hacia el centro del país. Sin embargo, hasta ahora no contábamos con pruebas claras de cómo ocurrió esto”, explica Juan Carlos Vargas, doctor en Arqueología de la Universidad de Pittsburgh e investigador de la Universidad del Magdalena.

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En sitios conocidos como Mahoma, Isla Salamanca, Pueblo Viejo, Jagüeyes, El Caimán, Tía María y Santa Rosa se han descubierto restos de cerámica, herramientas y restos de alimentos de poblaciones que habitaron hacia los siglos VI y IX de nuestra era. Estos hallazgos, realizados por investigadores de las universidades del Magdalena y de Cádiz, demuestran que poblaciones nómadas se asentaron en esta zona atraídas por los recursos costeros que ofrecía la ciénaga, como moluscos, peces, crustáceos y tortugas. Luego, plantean los investigadores, estas comunidades se habrían dedicado a la agricultura, cultivando alimentos como la yuca (originaria de la Amazonia) y el maíz (proveniente de Centroamérica) y muchas otras especies de plantas.

Ese argumento se ha usado mucho en la costa peruanas, eran sociedades de recursos marinos, que no eran sociedades que dependieron de la agricultura, umuy 80- y peru ayudan a criticar esa idea, de la agricultura

La pista detrás de las conchas

La arqueología, podríamos decir, es una disciplina particular, pues los investigadores de este campo estudian los restos que dejaron otras personas hace miles de años, lo que desecharon y las huellas con las que marcaron el paisaje, para aprender cómo vivieron hace cientos o miles de años.

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A menudo se escuchan noticias sobre el hallazgo de monumentos y artefactos, pero en la Ciénaga Grande de Santa Marta son otros elementos los que están revelando información valiosa sobre la vida en la antigüedad: los restos de conchas. Se han encontrado por miles en el suelo de estos ecosistemas, lo que evidencia la existencia de poblaciones que subsistían gracias a estos recursos hace varios siglos.

Los investigadores analizaron más de 80.000 conchas halladas en el subsuelo de la ciénaga. / U. del Magdalena
Foto: Universidad del Magdalena

Estos restos han sido hallados en excavaciones realizadas entre febrero y diciembre de 2024 en sitios arqueológicos dispersos en un área de más de 100 kilómetros cuadrados —lo que equivale a un tercio del tamaño de Bogotá— donde se han encontrado zonas denominadas concheros; es decir, asentamientos temporales o de larga duración (algunos de más de tres siglos) donde se encuentran, varios metros bajo tierra, grandes cantidades de conchas de especies marinas consumidas por personas hace miles de años.

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“Son yacimientos de antiguos pescadores, no son estructuras monumentales como las que se pueden ver en países como México y Perú, pero nos ayudan a entender cómo estas personas aprovechaban los recursos del mar alrededor del año 1000, según dataciones de radiocarbono. Con esto empezamos a comprender sus modos de vida, las especies que capturaban y con quiénes comerciaban”, explica Darío Bernal-Casasola, doctor en Arqueología de la Universidad de Cádiz (España), codirector del proyecto cofinanciado con recursos de la institución educativa en España.

Los investigadores recolectaron más de 80.000 conchas de individuos encontradas en el subsuelo de la zona, y descubrieron que los pobladores capturaban las especies, principalmente, en la ciénaga y no en el mar, como se pensaba. En total, identificaron 12 especies; 9 son de ecosistemas de la laguna.

“Uno de los elementos que nos llamó la atención es que entre las conchas había muchas que eran pequeñas y jóvenes, lo que indicaría una cierta sobreexplotación de estas especies, pues se las comían incluso si no estaban maduras. Esto nos mostró cómo, desde un período tan temprano, ya existían presiones humanas sobre ecosistemas tan sensibles como esta ciénaga, que ha vivido tiempos críticos”, precisa Vargas, investigador principal del proyecto.

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Además de esto, se descubrió que las conchas no solo se utilizaban para la alimentación, sino también para fabricar herramientas y adornos, así como para abonar suelos dedicados a la agricultura. “Esto demuestra que la gente se asentó aquí durante varios siglos, lo que les permitió conocer las dinámicas ecológicas del sitio y manejar el medioambiente y los recursos marinos de manera simultánea”, indica Vargas.

Por su parte, Carl Langebaek, doctor en antropología de la U. de Pittsburgh y autor del libro Antes de Colombia: los primeros 14.000 mil años, explica que en general estos espacios acuáticos ayudaron a esa sedentirización que ocurrió de manera muy diferente a lo que pasó en Europa o Asia.

“Los recursos marítimos ayudan a explicar la sedentarización. Por ejemplo, los manglares ofrecían amplios y abundantes recursos, todo tipo de moluscos y peces e incluso materiales para hacer bebidas embriagantes. Estas permitieron que algunas personas pasaran más tiempo en ciertos lugares, sin ser completamente sedentarios, pues las condiciones de trópico te obligan a moverte constatemente”, argumenta.

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¿Quién vivió allí?

Una de las grandes preguntas que surge en torno a la ocupación de este sitio es quiénes lo habitaron. Al no tener fuentes directas, es todo un reto determinarlo. Una de las formas de encontrar pistas es con la cerámica hallada en la zona.

Las excavaciones se realizaron en sitios arqueológicos dispersos en un área de 100 kilómetros cuadrados.
Foto: Universidad del Magdalena

Estas piezas muestran tanto las técnicas utilizadas para su elaboración como las representaciones de las cosmovisiones de diferentes comunidades. En la ciénaga se han encontrado cerámicas ligeras, como tazones y jarrones, pero también elementos de mayor calidad, como vasos, que habrían sido utilizados para ceremonias o rituales, y para el consumo de una porción limitada de la población.

“Hemos encontrado cerámica tairona, probablemente traída de la Sierra Nevada, pero también cerámica elaborada con técnicas taironas, pero con materiales locales, lo que demostraría la existencia de enclaves de estas comunidades que convivían con otras poblaciones de la ciénaga. Además de esto, hallamos cerámica con materiales y diseños decorativos que se han asociado con comunidades en Malambo (Atlántico), lo que muestra una gran movilidad muy probablemente a través de la navegación”, explica Vargas.

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También se encontraron cerámicas arawak, usualmente halladas con en La Guajira y en Venezuela, estas poblaciones pero que se caracterizaban por su alta movilidad. Lo que lleva a pensar que la ciénaga constituyó el centro de un gran circuito de intercambio de los pobladores prehispánicos en el caribe.

La hipótesis de los investigadores es que se trataba de un espacio intercultural donde interactuaban varias comunidades en torno a la ciénaga. Este territorio se habría mantenido así, pues cronistas españoles describen la presencia de muchos grupos étnicos en la zona mucho tiempo después de su arribo, en 1525, a la región, aunque la particularidad de cada comunidad sigue siendo un misterio.

Los resultados de estas investigaciones están siendo compilados en un libro que será lanzado en los próximos meses en el marco de la conmemoración de los 500 años de la fundación de Santa Marta. Estas excavaciones continuarán en los próximos meses para completar la imagen de estas comunidades.

Para Fernando Montejo, subdirector de Patrimonio del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), “todas estas investigaciones sobre las ocupaciones humanas en el pasado son claves, pues permiten ver el uso de recursos marinos y de una mejor manera las secuencias de ocupación en el norte del país”.

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El ICANH también viene realizando estudios sobre comunidades que habitaban en entornos de ciénaga, en particular en la Depresión Momposina, en la región de La Mojana. Han encontrado “pruebas de que, hace cerca de 3.000 años, comunidades en este punto crearon sistemas para controlar las inundaciones que son frecuentes en este punto del país. Se trata de un sistema sin precedentes en el mundo”, explica Montejo, del ICANH.

Si todo sale como está planeado, el instituto espera declarar este sitio como Parque Arqueológico en 2026.

Una carrera contra el tiempo

Los hallazgos realizados en la ciénaga son una suerte de un redescubrimiento de estos sitios, pues en los años 70, Carlos Angulo Valdés, pionero de la arqueología del Caribe, realizó una investigación en el sitio donde alertaba sobre los riesgos que experimentan los sitios arqueológicos en el país, en particular por el desarrollo de infraestructura.

“Por noticias recogidas en las poblaciones cercanas sobre la destrucción de estos yacimientos arqueológicos, se sabe que se presentaron escenas curiosas durante la construcción de la troncal del Caribe. Por ejemplo, se cuenta que los locales luchaban para recolectar vasijas, material lítico, adornos, entre otras cosas que iban quedan en el camino de la construcción. Muchas fueron usadas de manera doméstica en los hogares de las personas de Tasajera, mientras que otras fueron vendidas en los mercados clandestinos de este tipo de tesoros”, recordaba Valdés, en el libro Arqueología de la Ciénaga.

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La hipótesis de los investigadores es que se trataba de un espacio intercultural donde interactuaban varias comunidades en torno a la ciénaga.
Foto: Universidad del Magdalena

Como explica Montejo, del ICANH, a pesar de que existen algunas normas que han mejorado su protección, los sitios arqueológicos aún enfrentan grandes riesgos. “En el desarrollo de infraestructura, como parte de las licencias ambientales, los proyectos tienen que tener un plan de arqueología preventiva, lo que ayuda a proteger algunos sitios, aun así, sin el debido conocimiento existe el reto de que estas zonas sean destruidas”.

En el caso de la ciénaga, el cambio climático representa un gran riesgo para estos sitios arqueológicos, pues, con el aumento del nivel del mar, existe el riesgo de que estas zonas queden completamente inundadas, y los materiales que guarda el suelo se pierdan o se vean alterados. Por esto, los investigadores están en una carrera contra el tiempo para recuperar estos vestigios del pasado.

“De alguna manera, el país está lleno de sitios con estas características, con restos que nos pueden decir mucho sobre el pasado, a pesar de no ser monumentales, ni sitios enormes, y en muchas cosas ni son visibles. Son sitios importantes para conocer nuestro pasado, cómo era la vida antes de nosotros y las formas en las que nos relacionamos con el ambiente”, indica Montejo, del ICANH.

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Por Fernán Fortich

Periodista con enfoque en temas ambientales, posthumanistas y sociales.@fernanfortichrffortich@elespectador.com
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