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Durante los últimos meses, las lluvias han golpeado los territorios de Venezuela y Colombia. Las intensas precipitaciones provocaron, el pasado 24 de junio, un deslizamiento de tierra que dejó alrededor de 27 personas fallecidas en la vereda El Granizal, en Bello, Antioquia. Por otro lado, más de 4.700 personas se han tenido que desplazar a causa del desbordamiento de varios afluentes de los llanos venezolanos.
Un estudio liderado por el Imperial College de Londres, en el marco de la iniciativa World Weather Attribution, analizó estos eventos, con la participación de investigadores de la Universidad de Antioquia (UdeA) y el Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Área Metropolitana del Valle de Aburrá (Siata).
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De acuerdo con Paola Arias Gómez, profesora de la UdeA, los datos del Siata indican que durante la noche del 23 de junio y la madrugada del 24 de junio de 2025, cayeron entre 60 y 70 milímetros de lluvias por metro cuadrado. Esto corresponde a un fenómeno conocido como “aguacero torrencial”.
Pero, sumado a ese suceso, la investigadora explicó que se deben tener en cuenta los meses anteriores, cuando en febrero hubo “grandes precipitaciones por un fenómeno de La Niña débil; abril fue el mes más lluvioso en 14 años (llovió el doble de lo que típicamente llueve ese mes), y en junio tuvimos el doble de la precipitación habitual”.
Esto significa no solo que ha llovido mucho, sino también de manera concentrada, generando la saturación de los suelos en una topografía compleja. La vereda El Granizal es el asentamiento irregular más grande del Valle del Aburrá y uno de los más grandes del país. Allí no solo se encuentran alrededor de 30.000 personas, la mayoría desplazadas del conflicto, sino que además los asentamientos se dividen en siete sectores. El más afectado por el deslizamiento fue El Pinar.
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Para los investigadores, la emergencia es una muestra de la vulnerabilidad de los habitantes de la región ante fenómenos climáticos extremos, además de que refleja la urgencia de una mayor inversión en estudios y herramientas para facilitar la vigilancia del clima.
“El clima extremo no se entiende bien en el norte de Suramérica. En este caso, no está claro si el cambio climático incrementó las lluvias, pero casi con certeza está aumentando el riesgo de olas de calor, sequías e incendios en Colombia y Venezuela”, aseguró la profesora Arias.
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A ojos de la científica de la UdeA, los servicios meteorológicos e hidrológicos de Latinoamérica trabajan con recursos muy limitados y carecen de capacidad técnica, “incluso a veces humana”, para una debida gestión. Más ciencia, afirmó, salvará más vidas.
El informe del World Weather Attribution coincide en que es necesario invertir más en estaciones meteorológicas y en ciencia climática para “ayudar a entender mejor los extremos cambiantes y a prepararse para el futuro”.
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