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¿Solo los humanos pueden seguir el ritmo musical? Los macacos también pueden hacerlo

La música es un rasgo casi universal en los humanos, pero su origen evolutivo sigue siendo un misterio. Un nuevo estudio en macacos ofrece pistas sobre cómo nuestros cerebros aprendieron a detectar y seguir ritmos.

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28 de noviembre de 2025 - 03:17 p. m.
Macaca Fascicularis @Jean-Christophe Vié.
Macaca Fascicularis @Jean-Christophe Vié.
Foto: Jean-Christophe Vié.
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Crear y apreciar la música es una capacidad humana asombrosa. A pesar de que cada cultura tiene gustos muy distintos, la música aparece casi en todas las sociedades del mundo, sin importar el lugar o la época. Sin embargo, nadie sabe con certeza cómo ni por qué surgió esta capacidad en nuestra especie. Su origen evolutivo es todavía un misterio y un tema que genera mucha discusión entre científicos: algunos creen que la música nació para fortalecer los vínculos sociales, otros que ayudó a la comunicación temprana entre madres e hijos, y otros que solo es un subproducto de otras habilidades cognitivas.

Los científicos llevan años intentando entender por qué los seres humanos podemos percibir ritmos, anticiparlos y movernos con ellos, una habilidad que parece simple pero que exige procesos cerebrales complejos. Para explorar todo esto, los neurocientíficos han estudiado cómo reaccionan otras especies frente a estímulos musicales.

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En las personas, la percepción del ritmo es casi automática: detectamos patrones, anticipamos el siguiente “pulso” musical y activamos de manera casi involuntaria comandos motores para movernos al ritmo. Esta sincronización entre oído y movimiento aparece incluso en la infancia, pero es extraordinariamente rara en el resto del reino animal. Hasta ahora, solo algunas aves y unos pocos individuos excepcionales de otras especies han logrado sincronizarse con la música, lo que ha dado alas a una hipótesis en el mundo científico: la idea de que la capacidad para aprender vocalmente (como imitar sonidos y melodías) es una condición previa para poder sincronizar el cuerpo con un ritmo.

Es decir, y en palabras mucho más sencillas, que solo las especies que pueden aprender y reproducir sonidos nuevos tendrían las herramientas para sincronizarse con un ritmo musical. El caso de los humanos y las aves cantoras, ambos grandes aprendices vocales, serían prueba de ello. El caso del león marino, capaz de moverse al compás sin ser un aprendiz vocal “estricto”, parecía desafiar esta teoría, pero estudios recientes sugieren que esta especie sí posee cierta flexibilidad vocal que explicaría su habilidad musical.

Aun así, esta explicación no aclara cómo surgió la musicalidad humana dentro del linaje de los primates, que en general no son grandes aprendices vocales. Los macacos, por ejemplo, no aprenden vocalmente y sin embargo son un modelo valioso por su similitud anatómica con los humanos. Una investigación publicada en Science revela que los macacos no solo pueden sincronizarse con metrónomos (lo que significa que son capaces de marcar un compás regular y adaptar sus movimientos al ritmo), sino que también pueden extraer un ritmo constante de música real, que es mucho más compleja, cambia todo el tiempo y nunca se repite exactamente igual. Dicho de forma simple: pueden seguir una canción con golpes coordinados en el tiempo. Incluso, cuando los investigadores les ofrecieron estrategias más fáciles para obtener recompensas, eligieron seguir sincronizándose con el ritmo musical, mostrando que comprenden y prefieren esa estructura temporal.

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Los investigadores notaron que cuando a un mono entrenado le ponían canciones nuevas, este tendía, de manera natural, a golpetear al mismo ritmo que la música, sin que nadie se lo indicara. Esa sincronía espontánea sugiere que el animal percibe el tempo humano real y ajusta su movimiento para seguirlo. Esto es sorprendente, porque hasta ahora no se había visto en macacos una coordinación tan completa: escuchar, anticipar el ritmo y mover el cuerpo de forma alineada sin que hubiera una recompensa específica por hacerlo. En otras palabras, el mono no solo oye la música: predice el próximo pulso y actúa antes de que ocurra, igual que hacemos los humanos cuando llevamos el ritmo con el pie o las manos.

A partir de estos hallazgos, los autores proponen una nueva forma de entender la musicalidad en animales: un espectro basado en cuatro procesos fundamentales —detección de patrones auditivos, predicción temporal, coordinación auditivo-motora y aprendizaje reforzado por recompensas—, lo que llaman la hipótesis de los “cuatro componentes” (4C). Según esto, distintas especies podrían poseer estas capacidades en diferentes grados, y la sincronización musical no sería exclusiva de aprendices vocales, sino el resultado de cómo cada especie combina estas cuatro habilidades.

Aunque los resultados en los macacos sugieren que pueden percibir ritmos y sincronizarse con la música, los autores señalan con claridad que esto no significa de ninguna manera que lo hagan de forma natural ni que disfruten la música como los humanos. De hecho, los humanos pueden tocar instrumentos o practicar durante miles de horas porque la música en sí misma resulta placentera. En cambio, los macacos del estudio solo lograron sincronizarse después de un entrenamiento largo, guiado por recompensas externas.

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“En general, este estudio representa un avance clave en la comprensión de los orígenes neurobiológicos y evolutivos de la percepción del ritmo musical, estableciendo al macaco como organismo modelo”, concluyen los autores en su artículo científico.

En términos más amplios, los resultados respaldan la llamada hipótesis de las 4C, que sugiere que la percepción del ritmo no depende de un rasgo único y exclusivo, como el aprendizaje vocal, sino de la coordinación entre cuatro grandes procesos del cerebro: detectar patrones en los sonidos, predecir lo que viene, ajustar los movimientos al ritmo, y conectar todo esto con el sistema de recompensa. Si esos cuatro componentes se coordinan, varias especies podrían mostrar algún nivel de sensibilidad al ritmo. Esto abre una puerta para la ciencia: usar animales como los macacos para estudiar, con herramientas neurológicas avanzadas, cómo el cerebro construye la percepción del ritmo.

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